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Un plan maquiavélico para comprobar la fidelidad del electorado

El verso suelto

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Llegaron al poder un grupo de revanchistas que en lugar de pasar página se pusieron a desclasificar todo lo que se les puso a tiro. Entre ello cierto memorándum fechado en 2006 y que al parecer formaba parte de un plan muy masticado por los think thanks de la agrupación. Para su realización contaban con la colaboración inestimable y probablemente posiblemente involuntaria de “el verso suelto”.

Conviene recordar que el “verso suelto” existió, existe y existirá en toda formación política que pretenda funcionar como tal. Suele adoptar la forma de ente aislado que expresa inoportunamente sus ideas, casi siempre contrarias a las del mainstream del partido, pues su software le ordena ser grano en el culo. Una vez en ello puede mutar a un estado eremita, dejando caer de vez en cuando sus soflamas y aglutinando alrededor suyo a los pelotas sin suerte u otros renuentes a la corriente principal. También puede adoptar una pose estrambótica y convertir sus intemperancias en auténticos eructos verbales. En este caso termina convirtiéndose en la atracción de feria del grupo político y suele ser empleado por éste como cortina de humo cuando un asunto peliagudo le salpica. Conviene entonces sacarlo al ruedo para que sus payasadas ocupen el espacio mediático hábil hasta que escampe la tormenta.

Hablábamos de un plan arriesgado. Éste consistía en probar al electorado, estirar la cuerda que sujetaba a los simpatizantes de la agrupación, todo para comprobar su aguante. En suma, saber hasta donde estaban dispuestos a seguir al partido en sus veleidosas aventuras. Para ello “el verso suelto” tenía el encargo de faltarse con ellos al menos media docena de veces en cada uno de sus mítines. Todo debía seguir una gradación, empezando por algo suave (“burros”) y llegando si el público colaboraba, a usar la artillería pesada (“gelipollas”). Si después de esto el nivel de aplausos mantenía unos mínimos, e incluso si los insultos arrancaban vitores al auditorio, todo esto demostraría que las bases estarían dispuestas a seguir a sus líderes hasta el fin del mundo, y a perdonarles cualquier resbalón semi-legal que aconteciera en el camino.

Es innegable que la idea estaba bien discurrida pero dependía demasiado de su único protagonista. El día en que el cielo decidió caer sobre las cabezas de toda la agrupación política, este único y absurdo pararrayos ya llevaba 48 horas en dependencias judiciales.

El verso suelto

Un plan maquiavélico para comprobar la fidelidad del electorado
Ángel Pontones Moreno
jueves, 28 de enero de 2016, 23:57 h (CET)
Llegaron al poder un grupo de revanchistas que en lugar de pasar página se pusieron a desclasificar todo lo que se les puso a tiro. Entre ello cierto memorándum fechado en 2006 y que al parecer formaba parte de un plan muy masticado por los think thanks de la agrupación. Para su realización contaban con la colaboración inestimable y probablemente posiblemente involuntaria de “el verso suelto”.

Conviene recordar que el “verso suelto” existió, existe y existirá en toda formación política que pretenda funcionar como tal. Suele adoptar la forma de ente aislado que expresa inoportunamente sus ideas, casi siempre contrarias a las del mainstream del partido, pues su software le ordena ser grano en el culo. Una vez en ello puede mutar a un estado eremita, dejando caer de vez en cuando sus soflamas y aglutinando alrededor suyo a los pelotas sin suerte u otros renuentes a la corriente principal. También puede adoptar una pose estrambótica y convertir sus intemperancias en auténticos eructos verbales. En este caso termina convirtiéndose en la atracción de feria del grupo político y suele ser empleado por éste como cortina de humo cuando un asunto peliagudo le salpica. Conviene entonces sacarlo al ruedo para que sus payasadas ocupen el espacio mediático hábil hasta que escampe la tormenta.

Hablábamos de un plan arriesgado. Éste consistía en probar al electorado, estirar la cuerda que sujetaba a los simpatizantes de la agrupación, todo para comprobar su aguante. En suma, saber hasta donde estaban dispuestos a seguir al partido en sus veleidosas aventuras. Para ello “el verso suelto” tenía el encargo de faltarse con ellos al menos media docena de veces en cada uno de sus mítines. Todo debía seguir una gradación, empezando por algo suave (“burros”) y llegando si el público colaboraba, a usar la artillería pesada (“gelipollas”). Si después de esto el nivel de aplausos mantenía unos mínimos, e incluso si los insultos arrancaban vitores al auditorio, todo esto demostraría que las bases estarían dispuestas a seguir a sus líderes hasta el fin del mundo, y a perdonarles cualquier resbalón semi-legal que aconteciera en el camino.

Es innegable que la idea estaba bien discurrida pero dependía demasiado de su único protagonista. El día en que el cielo decidió caer sobre las cabezas de toda la agrupación política, este único y absurdo pararrayos ya llevaba 48 horas en dependencias judiciales.

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