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“Entrega un juguete a un pequeño en la noche de Reyes y a cambio recibirás el gran tesoro de su sonrisa.” Anónimo

La ilusión de la noche mágica

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Occidente acaba de celebrar la que sin duda es la fiesta más hermosa del año. La de los Reyes Magos.

Es sorprendente que siendo tan exiguos los datos que se tienen de estos personajes, con distintas variantes, se haya convertido en una fiesta de tan profundo arraigo en el mundo occidental. La primera referencia aparece en el Evangelio de Mateo y no puede ser más breve y esquemática.

¿Eran reyes? ¿Eran magos? ¿Ambas cosas a la vez o quizá ninguna de ellas? Y si lo eran ¿En qué consistía su magia? Realmente ¿De dónde procedían? ¿Venían juntos o cada uno procedía de un país diferente? ¿Cuántos eran ciertamente? La tradición occidental, consideró que eran tres con el sencillo argumento de que, siendo el mismo número los regalos que portaban en la narración evangélica de Mateo —oro, incienso y mirra—, lo normal es que fueran también tres los portadores. Así lo afirmaba también Orígenes, erudito y padre de la Iglesia Oriental en el siglo III, entre otros autores. Sin embargo, en las tempranas representaciones de la Adoración de los Magos existentes en las catacumbas romanas, el número es variable. ¿Cuáles eran sus verdaderos nombres?

Sea como fuere, se entremezclan la historia y la leyenda en torno a estos míticos dignatarios. Sin embargo, salvo a los estudiosos investigadores y a los ilustrados historiadores ¿A quién le importan todas estas incógnitas cuando tan relevantes figuras han dado lugar a una celebración tan entrañable? Porque si alguna noche mágica hay en el año, esa es la de la llegada de los Reyes Magos.

¿Hay algo en nuestro impresentable mundo más inocente y limpio que la ilusión de un niño? Hay de aquel que la ensucia y la mancilla.

¿Habrá algo más tierno que el anhelo con que un niño escribe a los magos su candorosa carta diciéndoles que ese año se ha portado bien, y pidiéndoles que le dejen su juguete más ansiado?

Nada hay que me haya conmovido más que contemplar el afán con que esos ángeles que aún no conocen la maldad, dejan sus zapatos brillantes y preparados, junto a un polvorón y una copa de licor para que los mágicos monarcas depositen en ellos los regalos en la noche de sus sueños.

No hay pintor en el mundo que pueda plasmar la emoción de un niño en el momento de irse a dormir en la noche de reyes, pensando en la secreta llegada de los prodigiosos protagonistas encargados de hacer realidad sus más preciados sueños.

En realidad mucho más importante que los regalos en sí, es contemplar en las caras de nuestros niños la emoción con que deshacen los lazos, y con sus nerviosas manitas, rompen el envoltorio de los presentes. El gran regalo no es el de ellos, sino el que reciben los mayores al contemplar los rostros de asombro, de alegría y de júbilo con que descubren el deseado juguete que tanto ansiaban, mientras por la mejilla de la abuela resbala una lágrima de añoranza al recordar aquel pepón de cartón piedra, que una noche ya muy lejana, le dejaron los magos de oriente en el balcón, y una lluvia intempestiva convirtió su anhelado sueño en un desencanto imborrable.

La ilusión de la noche mágica

“Entrega un juguete a un pequeño en la noche de Reyes y a cambio recibirás el gran tesoro de su sonrisa.” Anónimo
César Valdeolmillos
jueves, 7 de enero de 2016, 10:32 h (CET)
Occidente acaba de celebrar la que sin duda es la fiesta más hermosa del año. La de los Reyes Magos.

Es sorprendente que siendo tan exiguos los datos que se tienen de estos personajes, con distintas variantes, se haya convertido en una fiesta de tan profundo arraigo en el mundo occidental. La primera referencia aparece en el Evangelio de Mateo y no puede ser más breve y esquemática.

¿Eran reyes? ¿Eran magos? ¿Ambas cosas a la vez o quizá ninguna de ellas? Y si lo eran ¿En qué consistía su magia? Realmente ¿De dónde procedían? ¿Venían juntos o cada uno procedía de un país diferente? ¿Cuántos eran ciertamente? La tradición occidental, consideró que eran tres con el sencillo argumento de que, siendo el mismo número los regalos que portaban en la narración evangélica de Mateo —oro, incienso y mirra—, lo normal es que fueran también tres los portadores. Así lo afirmaba también Orígenes, erudito y padre de la Iglesia Oriental en el siglo III, entre otros autores. Sin embargo, en las tempranas representaciones de la Adoración de los Magos existentes en las catacumbas romanas, el número es variable. ¿Cuáles eran sus verdaderos nombres?

Sea como fuere, se entremezclan la historia y la leyenda en torno a estos míticos dignatarios. Sin embargo, salvo a los estudiosos investigadores y a los ilustrados historiadores ¿A quién le importan todas estas incógnitas cuando tan relevantes figuras han dado lugar a una celebración tan entrañable? Porque si alguna noche mágica hay en el año, esa es la de la llegada de los Reyes Magos.

¿Hay algo en nuestro impresentable mundo más inocente y limpio que la ilusión de un niño? Hay de aquel que la ensucia y la mancilla.

¿Habrá algo más tierno que el anhelo con que un niño escribe a los magos su candorosa carta diciéndoles que ese año se ha portado bien, y pidiéndoles que le dejen su juguete más ansiado?

Nada hay que me haya conmovido más que contemplar el afán con que esos ángeles que aún no conocen la maldad, dejan sus zapatos brillantes y preparados, junto a un polvorón y una copa de licor para que los mágicos monarcas depositen en ellos los regalos en la noche de sus sueños.

No hay pintor en el mundo que pueda plasmar la emoción de un niño en el momento de irse a dormir en la noche de reyes, pensando en la secreta llegada de los prodigiosos protagonistas encargados de hacer realidad sus más preciados sueños.

En realidad mucho más importante que los regalos en sí, es contemplar en las caras de nuestros niños la emoción con que deshacen los lazos, y con sus nerviosas manitas, rompen el envoltorio de los presentes. El gran regalo no es el de ellos, sino el que reciben los mayores al contemplar los rostros de asombro, de alegría y de júbilo con que descubren el deseado juguete que tanto ansiaban, mientras por la mejilla de la abuela resbala una lágrima de añoranza al recordar aquel pepón de cartón piedra, que una noche ya muy lejana, le dejaron los magos de oriente en el balcón, y una lluvia intempestiva convirtió su anhelado sueño en un desencanto imborrable.

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