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Con frecuencia funcionamos con auténticas alucinaciones

Acechan los delirios

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En muchas ocasiones parece que huimos de llamar a las responsabilidades personales por su nombre, y de esa forma, los problemas simulan una nube gris insatisfactoria. Resulta evanescente aquella referencia a la espiral del silencio sobre el bloqueo progresivo de las expresiones libres a través del miedo, presiones, engaños o restricciones. Mientras no se habla de los auténticos SILENCIADORES ubicados en puestos de gobierno, gestores mediáticos o empresariales. Sabemos de sus identidades, pero un tanto incautos seguimos sus directrices, que incluso llegamos a votar o aplaudir sin contraponerles actitudes más respondonas, dedicándoles una intolerancia radical.


Algo similar a lo anterior ocurre al tratar de los comportamientos malvados. Quién no escuchó eso de la banalidad del mal hablando de las graves actuaciones ejecutadas por gente aparentemente normal. Considero una ligereza, viene bien la redundancia, calificar así a estas actitudes. Si un sujeto se adhiere a un perfil normal, practica actos monstruosos y no reflexiona sobre los hechos; eso no tiene nada de banal. Autores o cómplices, sus reiteradas irreflexiones no les impide el conocimiento de sus actos, son el ejemplo de la PERVERSIÓN monstruosa de unas personas conscientes. La referencia ligera es únicamente distractora. No hay tal banalidad, configuran una de las peores monstruosidades.


A nadie le extrañará la retahíla de novedades con que le despiertan, abundan los datos procedentes de cualquier zona del mundo, los chascarrillos locales o las proclamaciones presuntuosas de quienes pretenden dirigir el cotarro. Es decir, hechos y asuntos de coloridos atrayentes o lastimosos. Esa avalancha resulta un tanto desaborida con tantos datos aislados, echamos en falta una mejor ELABORACIÓN de los enlaces para el hallazgo de los fundamentos gratificantes. Ese engarce razonado establecerá la distinción entre arraigo y desarraigo de las personas; si no, nunca nos encontraremos relacionados con las actividades en los ambientes ni con la mínima afectividad con los demás seres vivos.


Desde el propio lenguaje empleado comienzan a detectarse las múltiples formas de DISTANCIAMIENTO ejercitadas a diario, con enormes repercusiones de cara a la disgregación de una sociedad atolondrada. Atendemos poco al buen empleo de las palabras, eso nos conduce a un parloteo sin sentido; y con tal desvarío es complicado hablar de cercanías, la comunicación se torna imposible. Si añadimos la discordancia espacial, a pocos metros ya se desentienden personas y países. Con gentes del pasado o del futuro, ni mención. De donde nos abocamos a unas distancias interiores poco defendibles, aunque es evidente el auge de su popularidad, de fácil detección en las espaldas particulares.


Es gracioso, sí gracioso, observar como nos comportamos en ciertas ocasiones, quizá demasiadas, como el ateo del relato unamuniano. Me hacéis sufrir, sufro por vuestra causa; aunque sé bien que no existís. Pues bien, si existierais, podría existir yo de veras al llevaros la contraria. Si me encuentro solo, me veo desorientado, sin avizorar caminos viables. Percibimos con fino detalle la insuficiencia de los NEGACIONISMOS. Si los documentáramos bien, son una negación en toda regla a tener en cuenta; sólo como una pose se devalúan desde el principio. La clave reside en pronunciarse con los razonamientos adecuados; no valen los subterfugios oportunistas de cuatro frases dicharacheras.


Los seres vivos desarrollan sus potencialidades en diferentes fases, adaptan su carga genética a las circunstancias ambientales desplegadas en el tiempo de su existencia. En cada momento ejecutan las funciones correspondientes, pero solemos hablar de maduración cuando alcanzan su culminación vital para la cual estaban condicionados. En los humanos es más complicada la cuestión al introducirse la mentalidad, difícil de calibrar en sus matizaciones. Al tratar de la INMADUREZ de las personas nos involucramos en la importancia de intenciones, asuntos tratados, grupo social, consecuencias de sus actos y su reflexión en los sucesivos cambios; con la maduración siempre inacabada en el horizonte.


Pocas veces podemos conducirnos de manera estricta con una precisión de rasgos matemáticos. Los elementos naturales nos reiteran el sencillo camino de las variaciones. Cualquier planta puede contener sustancias ambivalentes. Pongamos el caso de las sustancias contenidas en las Adelfas, activas sobre el corazón, bien preparadas tienen su utilidad, mientras de forma descompasada hasta pueden ser mortíferas. Nos recuerdan el viejo concepto de la DOSIS utilizada. En los diferentes momentos de la vida conviene tenerlo presente; en ocasiones necesitamos pequeños detalles lo demás estorba, pero hay momentos en cuales precisamos grandes dosis de ciertas cualidades importantes (Paciencia, tenacidad, amor, coherencia…).


Uno actúa según sus planteamientos, con el esfuerzo requerido para el logro de los objetivos y bajo las circunstancias adyacentes un tanto indeterminadas. La intensidad precisa tampoco está bien delimitada, por eso en ocasiones nos quedamos cortos. Merece mayor atención el exceso en esas actuaciones, la práctica de una SOBREACTUACIÓN deliberada o no. No pasará de mero detalle si se trata de una simple actividad superflua, intrascendente. Cobra relevancia si uno actúa por encima de sus posibilidades, provoca serias deformidades públicas o se implica en perversas maquinaciones; son excesos de penoso recuerdo, con el agravante de ser activados sin ninguna necesidad en muchas ocasiones.


La versión enmarañada de cuanto sucede suele ser atosigante, al hacerle caso apenas percibimos desteñidas pequeñas cosas aisladas. Ante determinados conceptos se intuyen numerosas influencias subyacentes acrecentando el desconocimiento básico. No obstante, el entramado no suele ser un encubridor tan eficaz como parece. Es suficiente el sentarnos a la SOMBRA de un viejo roble para desprendernos de esa ingente morralla encubridora de las esencias. El soplo de aire fresco nos restituye las percepciones propias alejadas de la parafernalia en una clara demostración de una claridad personal indiscutible, a la vez que rotunda e intransferible; basta con reivindicarla.


Al fin hemos de actuar primero en las distancias cortas. Las grandilocuencias valorativas nos sobrepasan. Somos semillas y granos en un granero amplio, en él cada uno ocupa su lugar. Queda abierto el horizonte de la cuota de libertad disponible para matizar las aportaciones propias; con los SEÑUELOS aleteando en los alrededores, pero sin poder descubrir a fondo el entramado subyacente.

No cabe duda a estas alturas, las OPCIONES se multiplican en cada momento, situándose el polo ocupado por los necios frente a las personas cabales con dudas en la mente. Es un reto existencial apasionante. Las reclamaciones suelen dirigirse al vacío. Es en el sugestivo ámbito de las aportaciones donde radica el quid de la cuestión, y este no se esconde.

Acechan los delirios

Con frecuencia funcionamos con auténticas alucinaciones
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 23 de septiembre de 2022, 09:31 h (CET)

En muchas ocasiones parece que huimos de llamar a las responsabilidades personales por su nombre, y de esa forma, los problemas simulan una nube gris insatisfactoria. Resulta evanescente aquella referencia a la espiral del silencio sobre el bloqueo progresivo de las expresiones libres a través del miedo, presiones, engaños o restricciones. Mientras no se habla de los auténticos SILENCIADORES ubicados en puestos de gobierno, gestores mediáticos o empresariales. Sabemos de sus identidades, pero un tanto incautos seguimos sus directrices, que incluso llegamos a votar o aplaudir sin contraponerles actitudes más respondonas, dedicándoles una intolerancia radical.


Algo similar a lo anterior ocurre al tratar de los comportamientos malvados. Quién no escuchó eso de la banalidad del mal hablando de las graves actuaciones ejecutadas por gente aparentemente normal. Considero una ligereza, viene bien la redundancia, calificar así a estas actitudes. Si un sujeto se adhiere a un perfil normal, practica actos monstruosos y no reflexiona sobre los hechos; eso no tiene nada de banal. Autores o cómplices, sus reiteradas irreflexiones no les impide el conocimiento de sus actos, son el ejemplo de la PERVERSIÓN monstruosa de unas personas conscientes. La referencia ligera es únicamente distractora. No hay tal banalidad, configuran una de las peores monstruosidades.


A nadie le extrañará la retahíla de novedades con que le despiertan, abundan los datos procedentes de cualquier zona del mundo, los chascarrillos locales o las proclamaciones presuntuosas de quienes pretenden dirigir el cotarro. Es decir, hechos y asuntos de coloridos atrayentes o lastimosos. Esa avalancha resulta un tanto desaborida con tantos datos aislados, echamos en falta una mejor ELABORACIÓN de los enlaces para el hallazgo de los fundamentos gratificantes. Ese engarce razonado establecerá la distinción entre arraigo y desarraigo de las personas; si no, nunca nos encontraremos relacionados con las actividades en los ambientes ni con la mínima afectividad con los demás seres vivos.


Desde el propio lenguaje empleado comienzan a detectarse las múltiples formas de DISTANCIAMIENTO ejercitadas a diario, con enormes repercusiones de cara a la disgregación de una sociedad atolondrada. Atendemos poco al buen empleo de las palabras, eso nos conduce a un parloteo sin sentido; y con tal desvarío es complicado hablar de cercanías, la comunicación se torna imposible. Si añadimos la discordancia espacial, a pocos metros ya se desentienden personas y países. Con gentes del pasado o del futuro, ni mención. De donde nos abocamos a unas distancias interiores poco defendibles, aunque es evidente el auge de su popularidad, de fácil detección en las espaldas particulares.


Es gracioso, sí gracioso, observar como nos comportamos en ciertas ocasiones, quizá demasiadas, como el ateo del relato unamuniano. Me hacéis sufrir, sufro por vuestra causa; aunque sé bien que no existís. Pues bien, si existierais, podría existir yo de veras al llevaros la contraria. Si me encuentro solo, me veo desorientado, sin avizorar caminos viables. Percibimos con fino detalle la insuficiencia de los NEGACIONISMOS. Si los documentáramos bien, son una negación en toda regla a tener en cuenta; sólo como una pose se devalúan desde el principio. La clave reside en pronunciarse con los razonamientos adecuados; no valen los subterfugios oportunistas de cuatro frases dicharacheras.


Los seres vivos desarrollan sus potencialidades en diferentes fases, adaptan su carga genética a las circunstancias ambientales desplegadas en el tiempo de su existencia. En cada momento ejecutan las funciones correspondientes, pero solemos hablar de maduración cuando alcanzan su culminación vital para la cual estaban condicionados. En los humanos es más complicada la cuestión al introducirse la mentalidad, difícil de calibrar en sus matizaciones. Al tratar de la INMADUREZ de las personas nos involucramos en la importancia de intenciones, asuntos tratados, grupo social, consecuencias de sus actos y su reflexión en los sucesivos cambios; con la maduración siempre inacabada en el horizonte.


Pocas veces podemos conducirnos de manera estricta con una precisión de rasgos matemáticos. Los elementos naturales nos reiteran el sencillo camino de las variaciones. Cualquier planta puede contener sustancias ambivalentes. Pongamos el caso de las sustancias contenidas en las Adelfas, activas sobre el corazón, bien preparadas tienen su utilidad, mientras de forma descompasada hasta pueden ser mortíferas. Nos recuerdan el viejo concepto de la DOSIS utilizada. En los diferentes momentos de la vida conviene tenerlo presente; en ocasiones necesitamos pequeños detalles lo demás estorba, pero hay momentos en cuales precisamos grandes dosis de ciertas cualidades importantes (Paciencia, tenacidad, amor, coherencia…).


Uno actúa según sus planteamientos, con el esfuerzo requerido para el logro de los objetivos y bajo las circunstancias adyacentes un tanto indeterminadas. La intensidad precisa tampoco está bien delimitada, por eso en ocasiones nos quedamos cortos. Merece mayor atención el exceso en esas actuaciones, la práctica de una SOBREACTUACIÓN deliberada o no. No pasará de mero detalle si se trata de una simple actividad superflua, intrascendente. Cobra relevancia si uno actúa por encima de sus posibilidades, provoca serias deformidades públicas o se implica en perversas maquinaciones; son excesos de penoso recuerdo, con el agravante de ser activados sin ninguna necesidad en muchas ocasiones.


La versión enmarañada de cuanto sucede suele ser atosigante, al hacerle caso apenas percibimos desteñidas pequeñas cosas aisladas. Ante determinados conceptos se intuyen numerosas influencias subyacentes acrecentando el desconocimiento básico. No obstante, el entramado no suele ser un encubridor tan eficaz como parece. Es suficiente el sentarnos a la SOMBRA de un viejo roble para desprendernos de esa ingente morralla encubridora de las esencias. El soplo de aire fresco nos restituye las percepciones propias alejadas de la parafernalia en una clara demostración de una claridad personal indiscutible, a la vez que rotunda e intransferible; basta con reivindicarla.


Al fin hemos de actuar primero en las distancias cortas. Las grandilocuencias valorativas nos sobrepasan. Somos semillas y granos en un granero amplio, en él cada uno ocupa su lugar. Queda abierto el horizonte de la cuota de libertad disponible para matizar las aportaciones propias; con los SEÑUELOS aleteando en los alrededores, pero sin poder descubrir a fondo el entramado subyacente.

No cabe duda a estas alturas, las OPCIONES se multiplican en cada momento, situándose el polo ocupado por los necios frente a las personas cabales con dudas en la mente. Es un reto existencial apasionante. Las reclamaciones suelen dirigirse al vacío. Es en el sugestivo ámbito de las aportaciones donde radica el quid de la cuestión, y este no se esconde.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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