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​Mantener la cabeza bien amueblada exige un cultivo esmerado

Espíritus descabalados

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Empecemos por el principio, a la hora de mencionar ciertas palabras conviene situarse porque los cambios modifican el sentido de cuanto se daba por sabido. Eso de hablar de seres inmateriales en estos tiempos entraña palabras mayores; lo que no va a ras de suelo queda al margen de la mayoría de las expresiones cotidianas. Si por añadidura somos incapaces de precisar sus caracteres, la sensación de vacío se incrementa. Sin embargo, algo circula por las azoteas de los ciudadanos con la suficiente fuerza para que no podamos desentendernos de su presencia. Ese MOTOR ABSTRACTO revolotea por los interiores personales con unas dimensiones inabarcables, aunque tratemos de silenciarlo con terca obstinación.


Al hilo de las observaciones efectuadas en los ambientes modernos, la petulancia orgullosa intenta predominar a costa de cualquier entidad. Su arrogancia promueve un sinfín de actividades caprichosas. Puestos en la tesitura de asumir la existencia de una mentalidad rectora, pueden surgir las dudas en cuanto detectamos su incapacidad para percibir y asimilar el INFLUJO de ciertas cualidades. La belleza, la armonía, la franqueza, los sentimientos, la prudencia, la bondad, entre otras; si pasan desapercibidas, uno empieza a pensar que aquel motor abstracto no existe. Dejemos aparte esa primera aseveración, para continuar persiguiendo los mejores logros gratificantes.


No hay dos maneras de pensar iguales, las características individuales siempre aportan rasgos diferenciados. Del mismo modo constitutivo, es evidente la suma de matices a la hora de considerarnos como grupo humano. En esta tesitura sobreviene uno de los deslices con amplia repercusión sobre la vida comunitaria. Lo experimentamos cuando pretendemos ejercer con un PLURALISMO a secas sin otras consideraciones; así visto, se convierte en actitudes libertarias porque se limita a tener en cuenta el aspecto diferencial, sin el adecuado debate crítico por parte de los integrantes de esa comunidad. Esa ausencia promueve un populismo simplón proclive a los abusos de los empoderados.


Cuando la inteligencia puesta en los razonamientos se ausenta o se tergiversa los desvaríos son habituales. Los humanos estamos forzados por naturaleza a vivir acompañados, con el requerimiento de colaborar en los tipos de relaciones elegidas; las opciones posibles complican la convivencia. El espíritu gregario proporciona las actitudes de mutuo apoyo frente a los problemas; pero a su vez, con el riesgo de transformar ese gregarismo constructivo en actitudes SECTARIAS disgregadoras. Los ejemplos tenebrosos de esta evolución se detectan en la vida cotidiana del pasado y del presente. Se pone de manifiesto la desarticulación del pensamiento hasta salirnos de las condiciones elementales.


Solemos perder la chaveta en torno a las denominadas ideas colectivas, en especial cuando estas se arrogan papeles ejecutivos ensombreciendo el papel de los individuos particulares. No es admisible la anulación de las presencias personales bajo el predicamento de unos líderes o de la colectividad; si estos tienen algún sentido es en  sentido contrario, el de promover la plena realización de los integrantes sociales. No es suficiente con echar las culpas a los dirigentes, la ABDICACIÓN propia del protagonismo digno ejerce como principal factor de distorsión. Como renuncia a las aportaciones particulares. Y como liberador de espacio para las actividades de cuantos irresponsables presionen en los ambientes.


Las meras opiniones representan una primera toma de contacto frente a las realidades circundantes. Si logran asentarse en forma de ideas conceptuales de mayor consistencia, enseguida aparecen las diferentes apreciaciones con la dificultad para establecer la presencia de verdades consistentes. En el GUIRIGAY de los matices discordantes no hay quien se entienda, ni se echa en falta ese entendimiento, cada cual va por su lado. La dialéctica franca es la gran ausente, sería la manera propicia para la valoración de conjunto de las mejores opciones. El desinterés por las aportaciones ajenas suele acompañarse con la notable indolencia para pensar, el activismo agitado embota los sentidos y los cerebros.


Las prácticas agresivas no desaparecen del horizonte mundano, impulsadas por las ambiciones fustigan a los intentos de una convivencia tranquila. La incertidumbre colabora al plantear dudas constantes, siempre estamos en algún tramo del laberinto sin solución hasta el final. No es cuestiones de edades ni de nivel cultural, priman las ambiciones. Junto al DESINTERÉS por las actitudes atenuantes frente a las crispaciones originadas, los impulsos campan a sus anchas. Desde los colegios, áreas de diversión, centros culturales y profesionales, y no digamos en sectores cercanos al poder; la prudencia esmerada en atemperar los comportamientos se aleja de las preferencias al uso.


La aspiración a tener el mejor conocimiento de cuanto nos rodea parece natural, es la manera de ubicarnos en condiciones óptimas. Si se desdeñan las aportaciones previas a través de la raigambre biológica, quizá sin pretenderlo nos amputamos una parte importante de la identidad propia. En el mismo sentido destructivo inciden los desprecios dedicados al esfuerzo intelectual. Esa flojera del ánimo nos provoca una inconsistencia notable, nos desliga de los demás, añadiendo una notable ENDEBLEZ identitaria para cualquiera de las intervenciones posteriores a las que seamos requeridos. En los ámbitos de la sociedad actual es muy expresivo el hueco dejado en las mentalidades por falta de criterios coherentes.


En general, apreciamos una precariedad importante en cuanto a las entidades individuales; con la consiguiente repercusión sobre el tipo de colectividades configuradas. Esa debilidad nos convierte en sujetos vulnerables con escasa capacidad de respuestas contundentes. En esa fragilidad ambiental brotan los aspirantes a dirigir el cotarro, se atribuyen para ello supuestos conocimientos sin necesidad de demostrarlos; nadie les exige con firmeza las comprobaciones oportunas. Aparecen de esta manera las numerosas jerarquías DOMINADORAS en pleno funcionamiento, no sólo toleradas, sino auspiciadas y aduladas; aunque eso no suponga su justificación en ningún sentido.


No es pequeño problema en lo referente al desorden de los razonamientos la tan extendida tendencia a los ocultamientos o al menos a la fragmentación y disimulos de las informaciones. La falta de TRANSPARENCIA por diferentes motivos impide aclarar las ideas a gran parte de la población; que por otra parte tampoco parece muy dispuesta al esfuerzo personal indagatorio.

Abundan las TRAPACERÍAS para continuar dilapidando las mejores cualidades, confunden el gusto momentáneo de ciertas actividades con la desintegración de la dignidad propia. Ese desliz aboca irremediablemente a la frustración, conduce a la anulación progresiva de las personas afectadas por toda la serie de desorientaciones y acentúa las servidumbres intempestivas.

Espíritus descabalados

​Mantener la cabeza bien amueblada exige un cultivo esmerado
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 29 de julio de 2022, 12:43 h (CET)

Empecemos por el principio, a la hora de mencionar ciertas palabras conviene situarse porque los cambios modifican el sentido de cuanto se daba por sabido. Eso de hablar de seres inmateriales en estos tiempos entraña palabras mayores; lo que no va a ras de suelo queda al margen de la mayoría de las expresiones cotidianas. Si por añadidura somos incapaces de precisar sus caracteres, la sensación de vacío se incrementa. Sin embargo, algo circula por las azoteas de los ciudadanos con la suficiente fuerza para que no podamos desentendernos de su presencia. Ese MOTOR ABSTRACTO revolotea por los interiores personales con unas dimensiones inabarcables, aunque tratemos de silenciarlo con terca obstinación.


Al hilo de las observaciones efectuadas en los ambientes modernos, la petulancia orgullosa intenta predominar a costa de cualquier entidad. Su arrogancia promueve un sinfín de actividades caprichosas. Puestos en la tesitura de asumir la existencia de una mentalidad rectora, pueden surgir las dudas en cuanto detectamos su incapacidad para percibir y asimilar el INFLUJO de ciertas cualidades. La belleza, la armonía, la franqueza, los sentimientos, la prudencia, la bondad, entre otras; si pasan desapercibidas, uno empieza a pensar que aquel motor abstracto no existe. Dejemos aparte esa primera aseveración, para continuar persiguiendo los mejores logros gratificantes.


No hay dos maneras de pensar iguales, las características individuales siempre aportan rasgos diferenciados. Del mismo modo constitutivo, es evidente la suma de matices a la hora de considerarnos como grupo humano. En esta tesitura sobreviene uno de los deslices con amplia repercusión sobre la vida comunitaria. Lo experimentamos cuando pretendemos ejercer con un PLURALISMO a secas sin otras consideraciones; así visto, se convierte en actitudes libertarias porque se limita a tener en cuenta el aspecto diferencial, sin el adecuado debate crítico por parte de los integrantes de esa comunidad. Esa ausencia promueve un populismo simplón proclive a los abusos de los empoderados.


Cuando la inteligencia puesta en los razonamientos se ausenta o se tergiversa los desvaríos son habituales. Los humanos estamos forzados por naturaleza a vivir acompañados, con el requerimiento de colaborar en los tipos de relaciones elegidas; las opciones posibles complican la convivencia. El espíritu gregario proporciona las actitudes de mutuo apoyo frente a los problemas; pero a su vez, con el riesgo de transformar ese gregarismo constructivo en actitudes SECTARIAS disgregadoras. Los ejemplos tenebrosos de esta evolución se detectan en la vida cotidiana del pasado y del presente. Se pone de manifiesto la desarticulación del pensamiento hasta salirnos de las condiciones elementales.


Solemos perder la chaveta en torno a las denominadas ideas colectivas, en especial cuando estas se arrogan papeles ejecutivos ensombreciendo el papel de los individuos particulares. No es admisible la anulación de las presencias personales bajo el predicamento de unos líderes o de la colectividad; si estos tienen algún sentido es en  sentido contrario, el de promover la plena realización de los integrantes sociales. No es suficiente con echar las culpas a los dirigentes, la ABDICACIÓN propia del protagonismo digno ejerce como principal factor de distorsión. Como renuncia a las aportaciones particulares. Y como liberador de espacio para las actividades de cuantos irresponsables presionen en los ambientes.


Las meras opiniones representan una primera toma de contacto frente a las realidades circundantes. Si logran asentarse en forma de ideas conceptuales de mayor consistencia, enseguida aparecen las diferentes apreciaciones con la dificultad para establecer la presencia de verdades consistentes. En el GUIRIGAY de los matices discordantes no hay quien se entienda, ni se echa en falta ese entendimiento, cada cual va por su lado. La dialéctica franca es la gran ausente, sería la manera propicia para la valoración de conjunto de las mejores opciones. El desinterés por las aportaciones ajenas suele acompañarse con la notable indolencia para pensar, el activismo agitado embota los sentidos y los cerebros.


Las prácticas agresivas no desaparecen del horizonte mundano, impulsadas por las ambiciones fustigan a los intentos de una convivencia tranquila. La incertidumbre colabora al plantear dudas constantes, siempre estamos en algún tramo del laberinto sin solución hasta el final. No es cuestiones de edades ni de nivel cultural, priman las ambiciones. Junto al DESINTERÉS por las actitudes atenuantes frente a las crispaciones originadas, los impulsos campan a sus anchas. Desde los colegios, áreas de diversión, centros culturales y profesionales, y no digamos en sectores cercanos al poder; la prudencia esmerada en atemperar los comportamientos se aleja de las preferencias al uso.


La aspiración a tener el mejor conocimiento de cuanto nos rodea parece natural, es la manera de ubicarnos en condiciones óptimas. Si se desdeñan las aportaciones previas a través de la raigambre biológica, quizá sin pretenderlo nos amputamos una parte importante de la identidad propia. En el mismo sentido destructivo inciden los desprecios dedicados al esfuerzo intelectual. Esa flojera del ánimo nos provoca una inconsistencia notable, nos desliga de los demás, añadiendo una notable ENDEBLEZ identitaria para cualquiera de las intervenciones posteriores a las que seamos requeridos. En los ámbitos de la sociedad actual es muy expresivo el hueco dejado en las mentalidades por falta de criterios coherentes.


En general, apreciamos una precariedad importante en cuanto a las entidades individuales; con la consiguiente repercusión sobre el tipo de colectividades configuradas. Esa debilidad nos convierte en sujetos vulnerables con escasa capacidad de respuestas contundentes. En esa fragilidad ambiental brotan los aspirantes a dirigir el cotarro, se atribuyen para ello supuestos conocimientos sin necesidad de demostrarlos; nadie les exige con firmeza las comprobaciones oportunas. Aparecen de esta manera las numerosas jerarquías DOMINADORAS en pleno funcionamiento, no sólo toleradas, sino auspiciadas y aduladas; aunque eso no suponga su justificación en ningún sentido.


No es pequeño problema en lo referente al desorden de los razonamientos la tan extendida tendencia a los ocultamientos o al menos a la fragmentación y disimulos de las informaciones. La falta de TRANSPARENCIA por diferentes motivos impide aclarar las ideas a gran parte de la población; que por otra parte tampoco parece muy dispuesta al esfuerzo personal indagatorio.

Abundan las TRAPACERÍAS para continuar dilapidando las mejores cualidades, confunden el gusto momentáneo de ciertas actividades con la desintegración de la dignidad propia. Ese desliz aboca irremediablemente a la frustración, conduce a la anulación progresiva de las personas afectadas por toda la serie de desorientaciones y acentúa las servidumbres intempestivas.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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