Cuando yo era tan joven como inexperto ¡ay!, me gustaba jugar al ping-pong. Recuerdo que una vez, estando jugando a dobles con unos amigos, la pelota le iba para mi compañero. Y en un ataque de inocencia, pensé: "Yo lo haré mejor”. Y de forma apremiante, le dije:” ¡Déjamela a mí!”. Y cuando le fui a dar a la pelota, ¡pun! la fallé. Pasado el tiempo, asistiendo a un cursillo sobre mi oficio, vi como el profesor manipulaba una pieza y me pareció tan fácil, que pensé: "Yo lo haré mejor”. Al llegar a casa lo intenté hacer, pero me salió mal. Y pensé:” Creí que sería más sencillo”. En otro momento también pensé que sería mejor profesor que el profesor que tenía en aquel tiempo. Y quiso Dios que yo llegase a serlo y también fallé. Y pensé: "Creí que ser profesor era más sencillo”. Más tarde pensé que yo sería mejor padre que mi padre. Y quiso Dios que tuviese dos hijos y también fallé. Y pensé: " Creí que ser padre era más sencillo”. Y así podría seguir… En fin, no creo ser el más indicado para valorar mi obra. Y como todavía soy joven, no sé lo que la vida me deparará. Lo único que puedo decir en mi defensa, es que puse el alma en todo lo que hice y, aunque a mi manera, pocas cosas me salieron como yo lo hubiera deseado.