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Voces disímiles, inatrapables convocaba detener la imagen y el sonido repicaba en las vísceras, detener el audio para volver a escuchar lentamente los versos que se me escapaban y era realmente difícil despegarse de la pantalla

Nueve meses

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Han pasado nueve meses. Casi trescientos días desde aquél nueve de marzo en que nos atrincheramos en nuestros domicilios para evadirnos del contagio del maldito Covid-19. En mi familia hemos vivido multitud de embarazos de todo tipo; en todos ellos la esperanza depositada en el nacimiento de un nuevo vástago, ha superado la preocupación por la responsabilidad en su formación y en su salud que conlleva su venida al mundo.

En el caso presente, lo que hemos parido entre todos ha sido una situación de incertidumbre y de temor hacia el futuro. Los “facultativos” que nos atienden no nos ofrecen ninguna confianza. Un resquemor cimentado en su demostrada ineficacia. Las estadísticas sobre la pandemia de hoy nos muestran una situación idéntica o peor que hace nueve meses. De la economía o del paro mejor no hablar

La “buena noticia” de hoy se basa en que la mayoría de los españoles nos hemos adaptados a la “nueva anormalidad”. Somos unos súbditos ejemplares. Nos hemos resignado a una especie de confinamiento físico y mental que nos impide abrazarnos, comer juntos o hacer lo que nos de la gana sin molestar a los demás. Temo que en un corto plazo vamos a volver a repetir canciones machaconas y a aplaudir desde los balcones. Cada noche llamaré a mi hijo médico o a mi hija matrona y les preguntaré como han superado el día. De vez en cuando me tomaré la temperatura e invocaré a todos los Santos para que por lo menos “nos dejen como estamos”. Agua y ajo.

Los que no hemos vivido de cerca una guerra nos encontramos con una situación parecida a la que sufrieron nuestros antepasados que vivían en la retaguardia. Esperanzados, pero ignorantes de lo que nos deparará el porvenir. Soñando con volver a la situación de hace menos de un año, que añoramos y que vemos muy lejana en el tiempo.


Durante el verano pudimos vivir una especie de espejismo. Caminamos por la playa, disfrutamos del sol y del mar. Llegamos a pensar que esta pesadilla se estaba acabando. La cruda realidad nos ha vuelto a llevar a una situación en la que tenemos que ¿confiar? en unas ¿sesudas declaraciones? de los ¿expertos? en las que se nos afirma cada día una cosa distinta. La última es que tendremos vacuna dentro de seis meses. Ni un día más ni un día menos. Y yo me pregunto: ¿por la mañana o por la tarde? Para estar preparados.

Me temo que el “parto de la burra” se va a quedar en agua de borrajas en comparación con el “parto de la vieja y añorada normalidad”.

Nueve meses

Voces disímiles, inatrapables convocaba detener la imagen y el sonido repicaba en las vísceras, detener el audio para volver a escuchar lentamente los versos que se me escapaban y era realmente difícil despegarse de la pantalla
Manuel Montes Cleries
lunes, 9 de noviembre de 2020, 10:51 h (CET)

Han pasado nueve meses. Casi trescientos días desde aquél nueve de marzo en que nos atrincheramos en nuestros domicilios para evadirnos del contagio del maldito Covid-19. En mi familia hemos vivido multitud de embarazos de todo tipo; en todos ellos la esperanza depositada en el nacimiento de un nuevo vástago, ha superado la preocupación por la responsabilidad en su formación y en su salud que conlleva su venida al mundo.

En el caso presente, lo que hemos parido entre todos ha sido una situación de incertidumbre y de temor hacia el futuro. Los “facultativos” que nos atienden no nos ofrecen ninguna confianza. Un resquemor cimentado en su demostrada ineficacia. Las estadísticas sobre la pandemia de hoy nos muestran una situación idéntica o peor que hace nueve meses. De la economía o del paro mejor no hablar

La “buena noticia” de hoy se basa en que la mayoría de los españoles nos hemos adaptados a la “nueva anormalidad”. Somos unos súbditos ejemplares. Nos hemos resignado a una especie de confinamiento físico y mental que nos impide abrazarnos, comer juntos o hacer lo que nos de la gana sin molestar a los demás. Temo que en un corto plazo vamos a volver a repetir canciones machaconas y a aplaudir desde los balcones. Cada noche llamaré a mi hijo médico o a mi hija matrona y les preguntaré como han superado el día. De vez en cuando me tomaré la temperatura e invocaré a todos los Santos para que por lo menos “nos dejen como estamos”. Agua y ajo.

Los que no hemos vivido de cerca una guerra nos encontramos con una situación parecida a la que sufrieron nuestros antepasados que vivían en la retaguardia. Esperanzados, pero ignorantes de lo que nos deparará el porvenir. Soñando con volver a la situación de hace menos de un año, que añoramos y que vemos muy lejana en el tiempo.


Durante el verano pudimos vivir una especie de espejismo. Caminamos por la playa, disfrutamos del sol y del mar. Llegamos a pensar que esta pesadilla se estaba acabando. La cruda realidad nos ha vuelto a llevar a una situación en la que tenemos que ¿confiar? en unas ¿sesudas declaraciones? de los ¿expertos? en las que se nos afirma cada día una cosa distinta. La última es que tendremos vacuna dentro de seis meses. Ni un día más ni un día menos. Y yo me pregunto: ¿por la mañana o por la tarde? Para estar preparados.

Me temo que el “parto de la burra” se va a quedar en agua de borrajas en comparación con el “parto de la vieja y añorada normalidad”.

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