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Si está seguro de que no hay otra vida después de la muerte no lo lea, si tiene dudas lea, por favor

Oficio de difuntos

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El salmo 90 dice que “aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, todo es fatiga inútil porque pasan aprisa y vuelan.” Puedo personalmente certificarlo porque ya pasé de los ochenta y se me han pasado casi darme cuenta, han volado, y ya son mis hijos los que se van haciendo viejos, aunque aún no se den cuenta.

Mientras que uno se siente joven camina a la búsqueda de una plenitud que nunca llega a alcanzar. Solo quedan los recuerdos de los momentos felices y los desgraciados, aunque ya no sea uno capaz de enlazarlos. En mi duermevela de cada madrugada recuerdo con nitidez juegos y canciones de mi infancia, familiares que murieron hace mucho, lugares que ignoro si se conservan como yo los contemplo y por el contrario olvido lo que hice hace un rato o lo que tengo que hacer cuando me levante.

Esa hambre de plenitud creo firmemente que solo la podré colmar cuando descanse en Dios, pero si Dios me excluye de su compañía mi vida habrá sido un fracaso, por muchos años que haya vivido. Ochenta o noventa años no son nada frente a la eternidad.

Mucha gente con la que hablo no me toma en serio si me refiero a la vida futura, a la vida tras la muerte y me pregunto para qué visitan en estas fechas los cementerios. Si los cadáveres de los que se fueron ya no son nada, puedes recordarlos mirando algún álbum de fotos. También yo necesito revisarlos para evocar los momentos felices y comprobar los cambios que he experimentado desde que me casé, desde que me jubilé, desde que visitamos aquellos lugares a los que no vamos a volver, o los nacimientos de mis hijos o de mis nietos.

La Biblia entera es la gran respuesta al significado de nuestras vidas. Cristo es la garantía de que Dios nos ama y quiere que vivamos con El por toda la eternidad. Nuestra libertad para elegir entre el bien y el mal, la gloria o el infierno, no son cuestiones baladíes.

Pero si queremos seguir distrayéndonos con las repetitivas historias que nos traen las cadenas de televisión o reenviando cada día por el móvil tonterías y cuchufletas, allá cada cual.

Calderón de la Barca nos dejó en su obra titulada “La vida es sueño” el monólogo de Segismundo que dice: “sueña el rico en su riqueza que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.

Ahí está el problema: no entender nuestra propia vida, vivirla como un sueño, que puede tener un final dichoso si pasamos por ella amando a Dios y al prójimo o un final desdichado si vivimos haciendo el mal.

No, nuestra vida no se acaba con la muerte sino que en ella empieza la eternidad. Ahora que tanto se habla de muertos pensemos más allá de la vacuna o de la Unidad de cuidados intensivos, pensar en aquello que aprendí de niño: mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo.

Oficio de difuntos

Si está seguro de que no hay otra vida después de la muerte no lo lea, si tiene dudas lea, por favor
Francisco Rodríguez
martes, 3 de noviembre de 2020, 11:56 h (CET)

El salmo 90 dice que “aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, todo es fatiga inútil porque pasan aprisa y vuelan.” Puedo personalmente certificarlo porque ya pasé de los ochenta y se me han pasado casi darme cuenta, han volado, y ya son mis hijos los que se van haciendo viejos, aunque aún no se den cuenta.

Mientras que uno se siente joven camina a la búsqueda de una plenitud que nunca llega a alcanzar. Solo quedan los recuerdos de los momentos felices y los desgraciados, aunque ya no sea uno capaz de enlazarlos. En mi duermevela de cada madrugada recuerdo con nitidez juegos y canciones de mi infancia, familiares que murieron hace mucho, lugares que ignoro si se conservan como yo los contemplo y por el contrario olvido lo que hice hace un rato o lo que tengo que hacer cuando me levante.

Esa hambre de plenitud creo firmemente que solo la podré colmar cuando descanse en Dios, pero si Dios me excluye de su compañía mi vida habrá sido un fracaso, por muchos años que haya vivido. Ochenta o noventa años no son nada frente a la eternidad.

Mucha gente con la que hablo no me toma en serio si me refiero a la vida futura, a la vida tras la muerte y me pregunto para qué visitan en estas fechas los cementerios. Si los cadáveres de los que se fueron ya no son nada, puedes recordarlos mirando algún álbum de fotos. También yo necesito revisarlos para evocar los momentos felices y comprobar los cambios que he experimentado desde que me casé, desde que me jubilé, desde que visitamos aquellos lugares a los que no vamos a volver, o los nacimientos de mis hijos o de mis nietos.

La Biblia entera es la gran respuesta al significado de nuestras vidas. Cristo es la garantía de que Dios nos ama y quiere que vivamos con El por toda la eternidad. Nuestra libertad para elegir entre el bien y el mal, la gloria o el infierno, no son cuestiones baladíes.

Pero si queremos seguir distrayéndonos con las repetitivas historias que nos traen las cadenas de televisión o reenviando cada día por el móvil tonterías y cuchufletas, allá cada cual.

Calderón de la Barca nos dejó en su obra titulada “La vida es sueño” el monólogo de Segismundo que dice: “sueña el rico en su riqueza que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.

Ahí está el problema: no entender nuestra propia vida, vivirla como un sueño, que puede tener un final dichoso si pasamos por ella amando a Dios y al prójimo o un final desdichado si vivimos haciendo el mal.

No, nuestra vida no se acaba con la muerte sino que en ella empieza la eternidad. Ahora que tanto se habla de muertos pensemos más allá de la vacuna o de la Unidad de cuidados intensivos, pensar en aquello que aprendí de niño: mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo.

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