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La buena dialéctica sólo se entiende con la franca participación de todos

Quiebra especulativa

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Es estupendo, podemos hablar, decidir actuaciones, pensar; aunque muchas veces nadie lo diría e incluso debatiríamos sobre el orden en que lo hacemos y su hilación. Lo interesante será ubicar estas propiedades valorando el servicio esperado de su funcionamiento. Porque, sea desde los términos evolucionistas, creacionistas, o todos juntos, nos encontramos arrojados en estos andurriales con una desorientación notoria. Los fines, los medios y la percepción de los conocimientos, están teñidos del matiz personal, pero sin constancia del enfoque adecuado para cada elemento.

No estamos fijados en un solar, somos navegantes en busca de navío y buenos puertos, en continua mirada al vacío.

Si tratamos de mirar con atención una cosa, un concepto, un hecho, una persona, cualquier entidad; podemos contentarnos con una simple ojeada sin mayores pretensiones. La pretensión exhaustiva de examinarlas, conocerlas y comprenderlas con fundamente, eso ya adquiere otras dimensiones. Como ocurre con los pronunciamientos científicos, estas comprobaciones ya exigen requisitos ineludibles. La definición clara del objetivo buscado. La descripción del método adecuado utilizado para su pesquisa. La veracidad empleada para la difusión de los resultados, sin ocultamientos. En el caso de que los requisitos nos resulten excesivos, no iremos presumiendo de saberes contundentes.

Incluso en las expresiones presuntamente efectuadas en la esfera científica, no digamos entre las contundencias de las afirmaciones menos encumbradas, en los intercambios coloquiales, profesionales, de la cultura, políticas o de otros sectores; es frecuente la expresión de sus miserias, cuando alardean de grandes conocimientos insuficientemente contrastados. Como escribía Berthold Brecht en Galileo Galilei, quizá nos iría mucho mejor tratando de revelar y ponerles barreras a los errores. Y es que presumir de lo mucho desconocido, ignorando las enormes carencias conocidas, disimulando los errores, deformará la consistencias de cuantas empresas proyectemos.

Les puede parecer fácil saber con quien debatimos, los participantes en un amplio coloquio, quienes intervienen realmente en el diálogo o el momento elegido por cada cual para emitir su voz; aunque esa apariencia queda descalabrada en cuanto detectamos los artefactos colocados entre los intervinientes, dificultan con saña la simple identificación de los interlocutores. En las redes surgen mensajes apabullantes por su número, pero sin clarificar su origen. Se crean sociedades bien remuneradas al servicio del mandamás de turno. Se publican informes oficiales dedicados a la desinformación, y un largo etcétera. Una compleja realidad contraria al ciudadano medio.

Probablemente, antes de los artefactos, ejercen su papel las intenciones de los empoderados, porque las maniobras tendenciosas también se practican en los medios menos encubiertos. Es decir, por encima de las técnicas o de los medios disponibles, aún sin ellos, quedan desenmascarados los comportamientos de cuantos participan en los supuestas dialécticas constructivas. Como el componente subjetivo es tan potente, incluso con trazos subconscientes, según la personalidad del interlocutor, deduciremos la dificultad para desentrañar esa madeja liada por la suma de modalidades, de intenciones e insidias. La turbidez deviene de diferentes maniobras que nos alejan de la franqueza dialogante.

Al fin, ¿De qué hablamos cuando hablamos? ¿Qué decimos cuando decimos? Porque nos entra el cosquilleo de la duda, ¿Será posible entender algo de cuando nos rodea? ¿Cómo establecer contactos fiables? Los datos son interminables, las personas diferentes, sin llegar a disponer nunca de todos los resortes para tratar de alcanzar alguna conclusión. Nos circunda una amalgama controvertida. Más inaccesible todavía si somos unos inútiles a la hora de establecer pequeños núcleos de entendimiento; suele ser al revés, como si disfrutáramos enredando la madeja hasta lo incocebible. Cada día añadimos nuevas estructuras falseadas en el fragor de una necedad salida de órbita.

De donde, como el más lógico de los resultados, paso a pasito entramos en el aposento de la desconfianza radical.

Escuchamos el relato de alguien, sea una autoridad en la pandemia, un representante institucional, un experto o algún otro entusiasta; cayendo enseguida en la necesidad de husmear en los orígenes de dichos discursos, procedencia, servidumbre, conocimiento real o vergüenza del orador. La escueta narración descriptiva enumera cifras, eventos, dimes y diretes, desprovista de cualquier aproximación analítica y sin ánimo de una cierta comunicación franca de cara a sus escuchantes. Como colofón, oír, sólo oír; porque escuchar deprime.

Si uno no quiere verlo, el conjunto ambiental le favorece, porque le mantendrá ocupada por múltiples y sorprendentes métodos de entretenimiento. Al desgaire de esa pasividad inquisitiva del ciudadano, cuajan determinados hábitos, condiciones de funcionamiento, montajes particulares intempestivos y en definitiva costumbres. De por sí, van fijando los posicionamientos, sin entrar en mayores ajustes o comprobantes. Pero desde esas fijaciones van derivando coacciones estructurales molestas para el ciudadano, magníficamente aprovechadas por los detentadores de intereses económicos, cantonalismos políticos o focos culturales degenerativos, con pretensiones injustificadas.

La posibilidad de aferrarse una persona a sus opiniones no plantea discusión. Si su obsesión le arrastra a no admitir otras razones, le conducirá a un fanatismo tirando a lo estrambótico. Al añadirle la intención absolutista de hacer entrar a los demás en su horma estricta, sobrepasará el esperpento para aproximarse a lo delictivo. Con asombro detectamos el carácter contagioso de estas posturas, creando agrupaciones en sus lugares de asiento. Constituyen la que denomino topología alucinada creando formaciones manipuladas, en sus grupos alienta la insensatez de sus elaboraciones mentales, aprovechando la amalgama indiscriminada, a la cual agigantan con su presencia.

Dada la complejidad de los materiales e intervenciones humanas confluyentes; al final, apenas se debaten con fundamento las disyuntivas de cada situación. Pavorosamente, enormes mayorías tienen vedado el acceso al auténtico meollo de los funcionamientos, ni se enteran, ni participan, ni debaten. Comienza a predominar sin justificación la figura del portavoz promocionado, verdadera voz de sus amos; por lo general, poco preparado en cuanto al dominio de los argumentos, pero envanecido en su pedestal; sin relación, o muy escasa, con el presumible intercambio a efectuar con aquellas mayorías desdeñadas. El diálogo no forma parte de su bagaje principal. Quizá porque ese no es su objetivo, centrado sobretodo en mantener la separación estructural entre dominados y dominadores.

Quiebra especulativa

La buena dialéctica sólo se entiende con la franca participación de todos
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 14 de agosto de 2020, 09:18 h (CET)

Es estupendo, podemos hablar, decidir actuaciones, pensar; aunque muchas veces nadie lo diría e incluso debatiríamos sobre el orden en que lo hacemos y su hilación. Lo interesante será ubicar estas propiedades valorando el servicio esperado de su funcionamiento. Porque, sea desde los términos evolucionistas, creacionistas, o todos juntos, nos encontramos arrojados en estos andurriales con una desorientación notoria. Los fines, los medios y la percepción de los conocimientos, están teñidos del matiz personal, pero sin constancia del enfoque adecuado para cada elemento.

No estamos fijados en un solar, somos navegantes en busca de navío y buenos puertos, en continua mirada al vacío.

Si tratamos de mirar con atención una cosa, un concepto, un hecho, una persona, cualquier entidad; podemos contentarnos con una simple ojeada sin mayores pretensiones. La pretensión exhaustiva de examinarlas, conocerlas y comprenderlas con fundamente, eso ya adquiere otras dimensiones. Como ocurre con los pronunciamientos científicos, estas comprobaciones ya exigen requisitos ineludibles. La definición clara del objetivo buscado. La descripción del método adecuado utilizado para su pesquisa. La veracidad empleada para la difusión de los resultados, sin ocultamientos. En el caso de que los requisitos nos resulten excesivos, no iremos presumiendo de saberes contundentes.

Incluso en las expresiones presuntamente efectuadas en la esfera científica, no digamos entre las contundencias de las afirmaciones menos encumbradas, en los intercambios coloquiales, profesionales, de la cultura, políticas o de otros sectores; es frecuente la expresión de sus miserias, cuando alardean de grandes conocimientos insuficientemente contrastados. Como escribía Berthold Brecht en Galileo Galilei, quizá nos iría mucho mejor tratando de revelar y ponerles barreras a los errores. Y es que presumir de lo mucho desconocido, ignorando las enormes carencias conocidas, disimulando los errores, deformará la consistencias de cuantas empresas proyectemos.

Les puede parecer fácil saber con quien debatimos, los participantes en un amplio coloquio, quienes intervienen realmente en el diálogo o el momento elegido por cada cual para emitir su voz; aunque esa apariencia queda descalabrada en cuanto detectamos los artefactos colocados entre los intervinientes, dificultan con saña la simple identificación de los interlocutores. En las redes surgen mensajes apabullantes por su número, pero sin clarificar su origen. Se crean sociedades bien remuneradas al servicio del mandamás de turno. Se publican informes oficiales dedicados a la desinformación, y un largo etcétera. Una compleja realidad contraria al ciudadano medio.

Probablemente, antes de los artefactos, ejercen su papel las intenciones de los empoderados, porque las maniobras tendenciosas también se practican en los medios menos encubiertos. Es decir, por encima de las técnicas o de los medios disponibles, aún sin ellos, quedan desenmascarados los comportamientos de cuantos participan en los supuestas dialécticas constructivas. Como el componente subjetivo es tan potente, incluso con trazos subconscientes, según la personalidad del interlocutor, deduciremos la dificultad para desentrañar esa madeja liada por la suma de modalidades, de intenciones e insidias. La turbidez deviene de diferentes maniobras que nos alejan de la franqueza dialogante.

Al fin, ¿De qué hablamos cuando hablamos? ¿Qué decimos cuando decimos? Porque nos entra el cosquilleo de la duda, ¿Será posible entender algo de cuando nos rodea? ¿Cómo establecer contactos fiables? Los datos son interminables, las personas diferentes, sin llegar a disponer nunca de todos los resortes para tratar de alcanzar alguna conclusión. Nos circunda una amalgama controvertida. Más inaccesible todavía si somos unos inútiles a la hora de establecer pequeños núcleos de entendimiento; suele ser al revés, como si disfrutáramos enredando la madeja hasta lo incocebible. Cada día añadimos nuevas estructuras falseadas en el fragor de una necedad salida de órbita.

De donde, como el más lógico de los resultados, paso a pasito entramos en el aposento de la desconfianza radical.

Escuchamos el relato de alguien, sea una autoridad en la pandemia, un representante institucional, un experto o algún otro entusiasta; cayendo enseguida en la necesidad de husmear en los orígenes de dichos discursos, procedencia, servidumbre, conocimiento real o vergüenza del orador. La escueta narración descriptiva enumera cifras, eventos, dimes y diretes, desprovista de cualquier aproximación analítica y sin ánimo de una cierta comunicación franca de cara a sus escuchantes. Como colofón, oír, sólo oír; porque escuchar deprime.

Si uno no quiere verlo, el conjunto ambiental le favorece, porque le mantendrá ocupada por múltiples y sorprendentes métodos de entretenimiento. Al desgaire de esa pasividad inquisitiva del ciudadano, cuajan determinados hábitos, condiciones de funcionamiento, montajes particulares intempestivos y en definitiva costumbres. De por sí, van fijando los posicionamientos, sin entrar en mayores ajustes o comprobantes. Pero desde esas fijaciones van derivando coacciones estructurales molestas para el ciudadano, magníficamente aprovechadas por los detentadores de intereses económicos, cantonalismos políticos o focos culturales degenerativos, con pretensiones injustificadas.

La posibilidad de aferrarse una persona a sus opiniones no plantea discusión. Si su obsesión le arrastra a no admitir otras razones, le conducirá a un fanatismo tirando a lo estrambótico. Al añadirle la intención absolutista de hacer entrar a los demás en su horma estricta, sobrepasará el esperpento para aproximarse a lo delictivo. Con asombro detectamos el carácter contagioso de estas posturas, creando agrupaciones en sus lugares de asiento. Constituyen la que denomino topología alucinada creando formaciones manipuladas, en sus grupos alienta la insensatez de sus elaboraciones mentales, aprovechando la amalgama indiscriminada, a la cual agigantan con su presencia.

Dada la complejidad de los materiales e intervenciones humanas confluyentes; al final, apenas se debaten con fundamento las disyuntivas de cada situación. Pavorosamente, enormes mayorías tienen vedado el acceso al auténtico meollo de los funcionamientos, ni se enteran, ni participan, ni debaten. Comienza a predominar sin justificación la figura del portavoz promocionado, verdadera voz de sus amos; por lo general, poco preparado en cuanto al dominio de los argumentos, pero envanecido en su pedestal; sin relación, o muy escasa, con el presumible intercambio a efectuar con aquellas mayorías desdeñadas. El diálogo no forma parte de su bagaje principal. Quizá porque ese no es su objetivo, centrado sobretodo en mantener la separación estructural entre dominados y dominadores.

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