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El ser humano es una especie de solar en el que podemos construir lo que queremos

El solar

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Antiguamente las edificaciones, con las reparaciones mínimas e imprescindibles, duraban siglos. En las ciudades y los pueblos que se han preocupado de ello, se siguen manteniendo en los centros históricos aquellas casas edificadas siglos atrás y adaptadas a las necesidades actuales. En nuestra época, cualquier casa que tengo más de treinta años se considera obsoleta y pocas de ellas se mantienen a lo largo de dos o tres generaciones.

Esta percepción ha llegado a mi mente al compararla con el solar humano que nos entregaron al nacer. A lo largo de la vida se crean pequeñas viviendas en las que se va refugiando nuestro espíritu. Las circunstancias de la vida van agrietando y derruyendo tus incipientes o solidificados edificios vitales.

La última demolición llega cuando pasas a formar parte del “segmento de plata”. Todo lo que has hecho laboralmente, e incluso espiritualmente, desaparece en virtud de la nueva situación. Una especie de “nueva normalidad” del ser humano.

En esos momentos se le ve mucho más sentido a aquella “parábola” que un hombre de Galilea, Jesús de Nazaret transmitió a sus seguidores bajo el título de la “parábola del sembrador”. La leíamos el domingo pasado en las misas y volvimos a descubrir que es intemporal. Tiene mucho que recomendar al hombre de hoy. Especialmente a aquellas personas que hacemos tabla rasa en nuestras vidas y comenzamos a sembrar la cosecha que, posiblemente, sea la última de nuestras vidas. Nos queda, de media, una quinta parte de la misma, lo que puede dar mucho de sí.

La parábola hablaba de un campo (un solar) en el que se siembra la buena leche (semilla) en forma de recomendaciones para obtener una buena cosecha. Además de la semilla, es necesario el cuidado del espacio donde se siembra. Jesús hablaba de cuatro posibilidades.

Primero; que edifiquemos fuera del solar. Se trata de aquellos que entendemos el mensaje, pero que creemos que es para los demás. Nosotros no lo necesitamos. Esa semilla se la comen los demás.

Segundo; que no hayamos limpiado bien el solar. No hay limpieza en el terreno y no conseguimos que se solidifiquen los cimientos. No hemos conseguido buena tierra. “Yo soy así”, es nuestra excusa.

Tercero; que sigamos viviendo nuestra nueva situación sin abandonar los defectos de la anterior. Entre pedruscos y jaramagos que impiden la llegada del aire fresco. Al final volvemos a edificar una casa adulterada por los vicios ocultos.

Cuarto; creamos nuevos cimientos, resistentes y bien asentados. Edificamos nuestra nueva situación con buenos materiales en forma de esfuerzo, dedicación y la ayuda de Dios. Entonces damos fruto, mucho o poco, no importa, el que corresponde a nuestras posibilidades.

Cuando miramos nuestra vida hasta ahora, descubrimos que no hemos aprovechado suficientemente nuestras opciones para dar fruto. No importa. Lo que de verdad es básico para nuestro futuro es que nos planteemos seriamente como podemos aprovechar nuestros “talentos” (otra parábola de Jesús totalmente actual).

Supongo que les sucederá lo que me pasa a mí. Nos podemos encontrar en las cuatro actitudes. Si nos paramos a pensar, podemos descubrir la posibilidad de llegar un buen solar con buenos cimientos y una bella casa. Pongámonos a ello.

El solar

El ser humano es una especie de solar en el que podemos construir lo que queremos
Manuel Montes Cleries
jueves, 16 de julio de 2020, 08:05 h (CET)

Antiguamente las edificaciones, con las reparaciones mínimas e imprescindibles, duraban siglos. En las ciudades y los pueblos que se han preocupado de ello, se siguen manteniendo en los centros históricos aquellas casas edificadas siglos atrás y adaptadas a las necesidades actuales. En nuestra época, cualquier casa que tengo más de treinta años se considera obsoleta y pocas de ellas se mantienen a lo largo de dos o tres generaciones.

Esta percepción ha llegado a mi mente al compararla con el solar humano que nos entregaron al nacer. A lo largo de la vida se crean pequeñas viviendas en las que se va refugiando nuestro espíritu. Las circunstancias de la vida van agrietando y derruyendo tus incipientes o solidificados edificios vitales.

La última demolición llega cuando pasas a formar parte del “segmento de plata”. Todo lo que has hecho laboralmente, e incluso espiritualmente, desaparece en virtud de la nueva situación. Una especie de “nueva normalidad” del ser humano.

En esos momentos se le ve mucho más sentido a aquella “parábola” que un hombre de Galilea, Jesús de Nazaret transmitió a sus seguidores bajo el título de la “parábola del sembrador”. La leíamos el domingo pasado en las misas y volvimos a descubrir que es intemporal. Tiene mucho que recomendar al hombre de hoy. Especialmente a aquellas personas que hacemos tabla rasa en nuestras vidas y comenzamos a sembrar la cosecha que, posiblemente, sea la última de nuestras vidas. Nos queda, de media, una quinta parte de la misma, lo que puede dar mucho de sí.

La parábola hablaba de un campo (un solar) en el que se siembra la buena leche (semilla) en forma de recomendaciones para obtener una buena cosecha. Además de la semilla, es necesario el cuidado del espacio donde se siembra. Jesús hablaba de cuatro posibilidades.

Primero; que edifiquemos fuera del solar. Se trata de aquellos que entendemos el mensaje, pero que creemos que es para los demás. Nosotros no lo necesitamos. Esa semilla se la comen los demás.

Segundo; que no hayamos limpiado bien el solar. No hay limpieza en el terreno y no conseguimos que se solidifiquen los cimientos. No hemos conseguido buena tierra. “Yo soy así”, es nuestra excusa.

Tercero; que sigamos viviendo nuestra nueva situación sin abandonar los defectos de la anterior. Entre pedruscos y jaramagos que impiden la llegada del aire fresco. Al final volvemos a edificar una casa adulterada por los vicios ocultos.

Cuarto; creamos nuevos cimientos, resistentes y bien asentados. Edificamos nuestra nueva situación con buenos materiales en forma de esfuerzo, dedicación y la ayuda de Dios. Entonces damos fruto, mucho o poco, no importa, el que corresponde a nuestras posibilidades.

Cuando miramos nuestra vida hasta ahora, descubrimos que no hemos aprovechado suficientemente nuestras opciones para dar fruto. No importa. Lo que de verdad es básico para nuestro futuro es que nos planteemos seriamente como podemos aprovechar nuestros “talentos” (otra parábola de Jesús totalmente actual).

Supongo que les sucederá lo que me pasa a mí. Nos podemos encontrar en las cuatro actitudes. Si nos paramos a pensar, podemos descubrir la posibilidad de llegar un buen solar con buenos cimientos y una bella casa. Pongámonos a ello.

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