Quizá algunos han olvidado el Padrenuestro que rezaban de niños, entendiendo entonces mucho más que cuando se han hecho adultos al perder la limpieza de alma, pues se creen superhombres: solo ven el trabajo de tejas abajo, el poder y el honor de una casta superior, alcanzando unos escaños con apaños urdidos en la sombra.
Conozco a muchas personas que han vuelto a rezar el Padrenuestro y las oraciones de siempre, no tanto por miedo cuanto por el sosiego que permite reflexionar sobre el sentido de la propia vida, el valor de la familia y de la amistad, y la importancia de contar con Dios. Como nunca hasta ahora son innumerables las familias que participan cada día en la Misa retransmitida por cadenas de televisión, que practican la comunión espiritual con una profundidad que nunca habían advertido, que rezan el Rosario ante la imagen de la Virgen de su hogar contemplada con renovado amor.
Termina la Caballé las peticiones del Padrenuestro cantando con emoción “no nos dejes caer en la tentación. Y líbranos del mal. Amén”. Y muchos pedimos lo mismo tantas veces para que, cuando salgamos de esta reclusión forzosa y recuperemos las libertades abolidas por decreto, no volvamos a olvidarnos de Dios.