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La pandemia actual ha mostrado las luces y sombras de la naturaleza humana

De la crisis moral en pandemia

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Escribió Augusto Roa Bastos que el poder de infección de la corrupción puede ser más letal que el de cualquier peste, y el aprovechamiento de la lucha contra la actual pandemia le dio la razón en varias latitudes.

También sabía el autor de “Hijo de Hombre” que metáfora y aforismo, entrelazados en metaforismo, tejen la condensación de un pensamiento breve, conciso, lacónico, catártico, de ojos afacetados, que permite registrar la realidad del mundo y del ser humano simultáneamente desde todos los ángulos y para todos los tiempos.

Sin duda le hubiera causado sufrimiento ver que aquel país que describió amarrado a la enorme cola dentada, donde un Tiranosaurio daba sus últimas boqueadas, lo siguen habitando saurios más pequeños como si fuera necesaria una metáfora que mude la realidad para volverla irreal.

Un enfoque reduccionista como el pitagórico, traducir la realidad a números, favorecería al país de Roa Bastos si la codicia de algunos inescrupulosos no hubiera también superado a los más encumbrados irresponsables de otras latitudes. Así vimos a un director de tránsito aéreo dedicándose a sobrefacturar mascarillas, mientras quedaban aeropuertos sin clausurar, o a un gobernador organizando una fiesta para los suyos reunidos como flagelantes en plena peste bubónica.

La corrupción del alma, es bien sabido, puede ser peor que la del cuerpo y además pueden coincidir en el mismo día una a consecuencia de la otra. La crisis sanitaria no desanimó a quienes desde sus egregios pedestales en el gobierno, buscaron de una u otra manera acabar con sus propios problemas financieras comprometiendo el bienestar de todos.

Desde mundos paralelos, hay quien se beneficia corrompiendo gustos y hasta sueños, pero distorsionar un combate a una crisis sanitaria comprometiendo a la salud pública sin penas, remordimientos ni excusa se merece integrar un cuadro de honor en la historia universal de la infamia.

Hace unos días me alcanzaron un diálogo grabado entre Augusto Roa Bastos y Epifanio Méndez Fleitas, donde se puede percibir lo mucho que el abuso de poder constituía para el primero mucho más que una obsesión que impregnaba sus ficciones.

En medio del combate a un ser antediluviano que anulaba las coordenadas del tiempo y el espacio, sabía que debía desaparecer el último exponente del jurásico y solo así el reloj de los ciclos biológicos le alcanzaría para regresar.

En su obra maestra “Yo el Supremo” reflexiona sobre algún mecanismo que pueda convertir a las palabras en parte de la realidad. Allí expresa un deseo: De que tendría que haber en nuestro lenguaje palabras que tengan voz. Espacio libre.

Su propia memoria. Palabras que subsistan solas, que lleven su lugar consigo. Un espacio donde esa palabra suceda igual que un hecho.

Escribir no significa convertir lo real en palabras, sino hacer que la palabra sea real afirma como una expresión de deseos.

Y conozco pocos casos en la historia de la literatura, que cual Emile Zolá, lograron influir de tal manera con sus escritos en una realidad y vivieron para ver el último acto de su propio libreto.

Reflexionando sobre todo lo expuesto, valga este deber de memoria a propósito de crisis morales en medio de una pandemia, recordando a Roa Bastos, alguien que supo dejar a sus compatriotas el más rico de sus legados que fue su honestidad. LAW

De la crisis moral en pandemia

La pandemia actual ha mostrado las luces y sombras de la naturaleza humana
Luis Agüero Wagner
viernes, 15 de mayo de 2020, 08:56 h (CET)

Escribió Augusto Roa Bastos que el poder de infección de la corrupción puede ser más letal que el de cualquier peste, y el aprovechamiento de la lucha contra la actual pandemia le dio la razón en varias latitudes.

También sabía el autor de “Hijo de Hombre” que metáfora y aforismo, entrelazados en metaforismo, tejen la condensación de un pensamiento breve, conciso, lacónico, catártico, de ojos afacetados, que permite registrar la realidad del mundo y del ser humano simultáneamente desde todos los ángulos y para todos los tiempos.

Sin duda le hubiera causado sufrimiento ver que aquel país que describió amarrado a la enorme cola dentada, donde un Tiranosaurio daba sus últimas boqueadas, lo siguen habitando saurios más pequeños como si fuera necesaria una metáfora que mude la realidad para volverla irreal.

Un enfoque reduccionista como el pitagórico, traducir la realidad a números, favorecería al país de Roa Bastos si la codicia de algunos inescrupulosos no hubiera también superado a los más encumbrados irresponsables de otras latitudes. Así vimos a un director de tránsito aéreo dedicándose a sobrefacturar mascarillas, mientras quedaban aeropuertos sin clausurar, o a un gobernador organizando una fiesta para los suyos reunidos como flagelantes en plena peste bubónica.

La corrupción del alma, es bien sabido, puede ser peor que la del cuerpo y además pueden coincidir en el mismo día una a consecuencia de la otra. La crisis sanitaria no desanimó a quienes desde sus egregios pedestales en el gobierno, buscaron de una u otra manera acabar con sus propios problemas financieras comprometiendo el bienestar de todos.

Desde mundos paralelos, hay quien se beneficia corrompiendo gustos y hasta sueños, pero distorsionar un combate a una crisis sanitaria comprometiendo a la salud pública sin penas, remordimientos ni excusa se merece integrar un cuadro de honor en la historia universal de la infamia.

Hace unos días me alcanzaron un diálogo grabado entre Augusto Roa Bastos y Epifanio Méndez Fleitas, donde se puede percibir lo mucho que el abuso de poder constituía para el primero mucho más que una obsesión que impregnaba sus ficciones.

En medio del combate a un ser antediluviano que anulaba las coordenadas del tiempo y el espacio, sabía que debía desaparecer el último exponente del jurásico y solo así el reloj de los ciclos biológicos le alcanzaría para regresar.

En su obra maestra “Yo el Supremo” reflexiona sobre algún mecanismo que pueda convertir a las palabras en parte de la realidad. Allí expresa un deseo: De que tendría que haber en nuestro lenguaje palabras que tengan voz. Espacio libre.

Su propia memoria. Palabras que subsistan solas, que lleven su lugar consigo. Un espacio donde esa palabra suceda igual que un hecho.

Escribir no significa convertir lo real en palabras, sino hacer que la palabra sea real afirma como una expresión de deseos.

Y conozco pocos casos en la historia de la literatura, que cual Emile Zolá, lograron influir de tal manera con sus escritos en una realidad y vivieron para ver el último acto de su propio libreto.

Reflexionando sobre todo lo expuesto, valga este deber de memoria a propósito de crisis morales en medio de una pandemia, recordando a Roa Bastos, alguien que supo dejar a sus compatriotas el más rico de sus legados que fue su honestidad. LAW

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