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​Se antojan estos días propicios para leer la poesía de Ángel Antonio Herrera

Verdad hondamente engalanada

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Ángel Antonio Herrera es un poeta introspectivo y discursivamente intrincado, para lo que se vale de una sintaxis dispuesta a la manera de los nudos marineros: hermosamente embrollada, lo que da lugar, al fin, a poemas que vienen a ser un bello y complejo epítome versal.

Con la poesía de Herrera se puede entablar diálogo, pues resulta seductora (atrae) merced a su distinción; ahora bien, requiere de un no exiguo esfuerzo dialéctico de desentrañamiento, motivo por el que en días de confinamiento supone un interesante ejercicio el acercarse a ella con fin indagatorio y recreativo.

Los poemas de Herrera acostumbran a ser monoestróficos por lo general y de en torno a decena y pico de versos, con la salvedad de su poesía más última, en la que pareció decantarse por el poema en prosa, cuyos versículos atenúan la precedente mayor constricción. En los poemarios más jóvenes, acostumbra a hacer recurrente uso del encabalgamiento suave; en los más últimos (“El piano del pirómano”, 2014, verbigracia), estos acaecen de forma más abrupta, pareciendo haber querido abrir Herrera las puertas al delirio, dejándolo hablar directamente, a diferencia de cómo refiere líricamente sus cuitas y arcanos pareceres en poemarios como “Te debo el olvido”, más modelados/moldeados (a la barroca usanza).

He de reconocer que me gusta sobre todo su poesía primera, la de los tres primeros poemarios, en los que con prurito de orfebre hace macramé con el impulso primario de la inspiración, con la alucinación. Somete en estos poemas el discurso a un sugerente formalismo en lo que se me antojaría algo así como un desahogo contenido, refrenado por el velo que suponen las hondas y plásticas imágenes, que van administradas a través de la fórmula heterométrica, tan romántica, que pareciera atender a los impulsos de su alma, hábilmente domados.

Veamos un poema del mentado libro “Te debo el olvido”:


Yo soy el que con la noche se encierra

y en el sitiado corazón se busca noticias

de las incontables vidas que lo envejecen

desde siempre, sin saberlo.

Tengo la edad del mar y, como éste,

mi memoria cumple juventud de siglos.

Estoy, incluso, donde nada amé,

y puedo olvidar aquello que no me conoce.

A solas padezco muchedumbres

y lo que por ellas derrocho lo perdí algún día

que aún aguarda, quizá en vano, mi llegada.


(“Te debo el olvido”, 1997)

Esta pieza no es de las más enmarañadas sintácticamente que podemos hallar, eso sí, como en muchos de los otros poemas, las oracionales estructuras se deslizan con meándrica suavidad por entre los versos a través de los que son administradas, resultando musicales pese a lo irregulares (la fonología, que se recrea en sibilantes fórmulas, contribuye).

Otros rasgos característicos en la poesía de Herrera que aquí se ven son, ya entrando en lo morfológico, la escasez en la adjetivación, que tiende a ser sustituida por adverbios o estructuras con valor adverbial (“desde siempre”, “A solas”, “en vano”) o de genitivo (“del mar”, “de siglos”), la calificación acostumbra a venir por tales vías más que por la adjetival. En cambio, suelen caber muchos los sustantivos, repartidos entre lo abstracto y lo concreto, ya que los que remiten a lo tangible sirven de sustento a las evocadas abstracciones: “Tengo la edad del mar…”, sustentándose, al cabo, mutuamente lo sensible y lo suprasensible.

También se produce en el poema que nos ocupa algo muy frecuente en la poesía de Herrera: el nutrido uso del presente de indicativo con valor intemporal, lo que junto con el elevado uso del sustantivo parece ralentizar/detener el tiempo, lo suspende y supedita a las intrínsecas cavilaciones que en el poema son plasmadas.

Desde un punto de vista semántico la impronta la marcan en esta pieza palabras del campo asociativo de lo cronológico y vital: “vidas”, “envejecen”, “siempre”, “edad”, “memoria”, “juventud”, “siglos”. Y es que el poema objeto, aquí, de nuestra atención, a fuer de introspectivo, se antoja retrospectivo, toda vez que mediante fórmulas hiperbólicas se nos traslada el balance de un tiempo pretérito, el que nos refiere la voz poética. Atrae remembranzas el poema enmarcadas en cierta experiencia, que es una y, por lo que se ve, diversa: “y en el sitiado corazón se busca noticias/ de las incontables vidas que lo envejecen…”.

Estilísticamente hallamos, como decimos, fascinantes hipérboles: “tengo la edad del mar”, “mi memoria cumple juventud de siglos”. Comparece asimismo lo paradójico: “A solas padezco muchedumbres”. También son reseñables las prosopopeyas: “con la noche se encierra”, “sitiado corazón” (esta también porta metonímico componente).

Tras este sucinto recorrido por ciertas claves herrerianas a través del poema glosado, simplemente nos queda añadir que quien acceda a la poesía de Ángel Antonio Herrera descubrirá a un excelso poeta que le hará entrar en ciertos salones de lo inusitado, contribuyendo, además, a amabilizar estos tiempos extraños. El propio Herrera dejó dicho en algún momento que la poesía es verdad, a lo que añadiremos que la suya es “verdad hondamente engalanada”. 

Verdad hondamente engalanada

​Se antojan estos días propicios para leer la poesía de Ángel Antonio Herrera
Diego Vadillo López
lunes, 20 de abril de 2020, 08:48 h (CET)

Ángel Antonio Herrera es un poeta introspectivo y discursivamente intrincado, para lo que se vale de una sintaxis dispuesta a la manera de los nudos marineros: hermosamente embrollada, lo que da lugar, al fin, a poemas que vienen a ser un bello y complejo epítome versal.

Con la poesía de Herrera se puede entablar diálogo, pues resulta seductora (atrae) merced a su distinción; ahora bien, requiere de un no exiguo esfuerzo dialéctico de desentrañamiento, motivo por el que en días de confinamiento supone un interesante ejercicio el acercarse a ella con fin indagatorio y recreativo.

Los poemas de Herrera acostumbran a ser monoestróficos por lo general y de en torno a decena y pico de versos, con la salvedad de su poesía más última, en la que pareció decantarse por el poema en prosa, cuyos versículos atenúan la precedente mayor constricción. En los poemarios más jóvenes, acostumbra a hacer recurrente uso del encabalgamiento suave; en los más últimos (“El piano del pirómano”, 2014, verbigracia), estos acaecen de forma más abrupta, pareciendo haber querido abrir Herrera las puertas al delirio, dejándolo hablar directamente, a diferencia de cómo refiere líricamente sus cuitas y arcanos pareceres en poemarios como “Te debo el olvido”, más modelados/moldeados (a la barroca usanza).

He de reconocer que me gusta sobre todo su poesía primera, la de los tres primeros poemarios, en los que con prurito de orfebre hace macramé con el impulso primario de la inspiración, con la alucinación. Somete en estos poemas el discurso a un sugerente formalismo en lo que se me antojaría algo así como un desahogo contenido, refrenado por el velo que suponen las hondas y plásticas imágenes, que van administradas a través de la fórmula heterométrica, tan romántica, que pareciera atender a los impulsos de su alma, hábilmente domados.

Veamos un poema del mentado libro “Te debo el olvido”:


Yo soy el que con la noche se encierra

y en el sitiado corazón se busca noticias

de las incontables vidas que lo envejecen

desde siempre, sin saberlo.

Tengo la edad del mar y, como éste,

mi memoria cumple juventud de siglos.

Estoy, incluso, donde nada amé,

y puedo olvidar aquello que no me conoce.

A solas padezco muchedumbres

y lo que por ellas derrocho lo perdí algún día

que aún aguarda, quizá en vano, mi llegada.


(“Te debo el olvido”, 1997)

Esta pieza no es de las más enmarañadas sintácticamente que podemos hallar, eso sí, como en muchos de los otros poemas, las oracionales estructuras se deslizan con meándrica suavidad por entre los versos a través de los que son administradas, resultando musicales pese a lo irregulares (la fonología, que se recrea en sibilantes fórmulas, contribuye).

Otros rasgos característicos en la poesía de Herrera que aquí se ven son, ya entrando en lo morfológico, la escasez en la adjetivación, que tiende a ser sustituida por adverbios o estructuras con valor adverbial (“desde siempre”, “A solas”, “en vano”) o de genitivo (“del mar”, “de siglos”), la calificación acostumbra a venir por tales vías más que por la adjetival. En cambio, suelen caber muchos los sustantivos, repartidos entre lo abstracto y lo concreto, ya que los que remiten a lo tangible sirven de sustento a las evocadas abstracciones: “Tengo la edad del mar…”, sustentándose, al cabo, mutuamente lo sensible y lo suprasensible.

También se produce en el poema que nos ocupa algo muy frecuente en la poesía de Herrera: el nutrido uso del presente de indicativo con valor intemporal, lo que junto con el elevado uso del sustantivo parece ralentizar/detener el tiempo, lo suspende y supedita a las intrínsecas cavilaciones que en el poema son plasmadas.

Desde un punto de vista semántico la impronta la marcan en esta pieza palabras del campo asociativo de lo cronológico y vital: “vidas”, “envejecen”, “siempre”, “edad”, “memoria”, “juventud”, “siglos”. Y es que el poema objeto, aquí, de nuestra atención, a fuer de introspectivo, se antoja retrospectivo, toda vez que mediante fórmulas hiperbólicas se nos traslada el balance de un tiempo pretérito, el que nos refiere la voz poética. Atrae remembranzas el poema enmarcadas en cierta experiencia, que es una y, por lo que se ve, diversa: “y en el sitiado corazón se busca noticias/ de las incontables vidas que lo envejecen…”.

Estilísticamente hallamos, como decimos, fascinantes hipérboles: “tengo la edad del mar”, “mi memoria cumple juventud de siglos”. Comparece asimismo lo paradójico: “A solas padezco muchedumbres”. También son reseñables las prosopopeyas: “con la noche se encierra”, “sitiado corazón” (esta también porta metonímico componente).

Tras este sucinto recorrido por ciertas claves herrerianas a través del poema glosado, simplemente nos queda añadir que quien acceda a la poesía de Ángel Antonio Herrera descubrirá a un excelso poeta que le hará entrar en ciertos salones de lo inusitado, contribuyendo, además, a amabilizar estos tiempos extraños. El propio Herrera dejó dicho en algún momento que la poesía es verdad, a lo que añadiremos que la suya es “verdad hondamente engalanada”. 

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