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“La educación es lo que sobrevive cuando lo aprendido ha sido olvidado” (B. F. Skinner)

​¿Engañando a la ciudadanía, señor Sánchez? ¿Aprobado general, señora Celaá?

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Es difícil que alguien, en su sano juicio, hubiera sido capaz de anticipar una catástrofe semejante a la que está azotando a España con el coronavirus. Es cierto que las grandes catástrofes, con las que nos castiga la naturaleza, casi siempre han venido de improviso, han cogido desprevenidos a sus víctimas y se han manifestado de repente, demostrando el poder inmenso que tienen los elementos cuando las fuerzas telúricas se desatan con todo el poder que llevan acumulados estos fenómenos, capaces de causar la muerte, el espanto, la ruina y la desolación de cientos de miles de personas, cada vez que el interior de nuestro planeta tiene necesidad de librarse de la inmensa presión que acumula su núcleo, que se calcula en 3,5 millones de veces superior a la presión superficial mientras que las temperaturas son unos 6000 grados más altas. Recordemos las explosiones del volcán Krakatoa o las erupciones que ya, en la antigüedad, fueron capaces de destruir ciudades romanas como fue el caso de la ciudad de Pompeya, que quedó arrasada como consecuencia de la erupción del Vesubio o las grandes pestes, como el cólera, azote de Europa en la edad media o, más recientemente, en el 1918 la gran gripe que se llevó a más de 40 millones de personas en todo el mundo o el tsunami que recientemente azotó al Japón, en el 2011, donde la Policía Nacional japonesa confirmó 15 893 muertes, 2556 personas desaparecidas y 6152 heridos, a lo largo de 18 prefecturas de Japón.

El Covid19, un virus raro, prácticamente desconocido en su mutación actual que es muy posible que pillara a China, el país de origen, de improviso, aunque es cierto que ya hubo algunos médicos que quisieron alertar a las autoridades sanitarias de los primeros casos que, como suele ocurrir cuando los políticos quieren evitar que el pueblo se asuste, fueron represaliados por las autoridades y obligados a firmar documentos renegando de lo dicho. La epidemia (entonces sólo se estimaba que esto es lo era) se fue extendiendo hasta tales proporciones que sobrepasó las previsiones gubernamentales dando lugar a que se tuvieran que tomar medidas extremas. Pero, contrariamente a lo que se esperaba, el virus saltó a Europa y a Irán, sorprendiendo a Italia que, inopinadamente, sufrió con toda su fuerza la invasión del coronavirus convirtiendo al pueblo italiano en la víctima imprevista del cruel ataque de la enfermedad que, en pocos días, se cobró a miles de muertos.

Es evidente que, en el caso de España, el actual gobierno hubiera tenido tiempo más que suficiente para tomar las medidas excepcionales que se recomendaron en toda Europa, ante el ejemplo italiano. No lo hizo. Pese a que, en lugar de entonar el mea culpa, el señor Sánchez y sus ministros siguen intentando esparcir la especie de que “actuaron debidamente” no han podido explicar el por qué consintieron que se celebrara la manifestación multitudinaria de exaltación a la mujer, el día 9 de marzo, cuando ya desde la OMS y de todas las naciones europeas, se había tomado conciencia del peligro de contagio de la pandemia. Y aquí unas cifras para recordarle a nuestro Ejecutivo la negligencia, que podríamos calificar de criminal, de autorizar la manifestación anteriormente reseñada. Según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea): si el Gobierno español hubiera aplicado el estado de alarma una semana antes, se habrían evitado un 62% de los contagios por coronavirus.

Por otra parte, las cifras que da el Ministerio de Sanidad no coinciden con las que proporciona el Instituto Carlos III (Momo). Resumiendo: España es la nación que tiene mayor número de fallecidos por cada millón de habitantes (398) por encima de los EE.UU e Italia (360´75). Si nos fijamos en la diferencia del Ministerio de Sanidad respecto a los facilitados por el Momo veremos que el 14/04/2020, señala que, para Sanidad, la suma de fallecidos en todas las comunidades ascendía a 18.056 mientras que, los datos del Momo respecto a los difuntos de aquel mismo día, ascendían a 20.822, lo que da una diferencia de 2.766 fallecidos más de los informados por Sanidad.

En otro comentario nos referíamos a la tomadura de pelo de las compras del Gobierno, de material de prevención contra el Covid19, a comerciantes chinos. Hoy podemos decir que el nuevo material que se viene recibiendo (todavía persiste la cerrazón gubernamental de no dar a conocer los proveedores de los que se ha valido) y que se va repartiendo a los sanitarios que trabajan en los hospitales, para evitar contagiarse del virus, según información de los médicos y enfermeras: no vale. Siguen, pues la desprotección que ya venían padeciendo debido a que los equipos de Protección Individual que se les han facilitado por el Gobierno y las autonomías “se rompen, son plásticos finos, no son impermeables por lo que el virus traspasa el material. Además el cuello está al descubierto, en las batas se traspasan las gotas que caen” según ha declarado, a Libertad Digital, el doctor Jesús García ramos, médico de atención primaria. Una de las enfermeras le ha comentado, al mismo medio informativo, que “El gobierno se está gastando dinero en un material que no nos protege del contagio. Esto es un chiste. Los están engañando y ni se enteran. Son unos incompetentes que a estas alturas nos envían al matadero”. ¿Qué dicen, a todo esto el señor Illa y el señor Ábalos, los encargados de la compra y distribución de este material que, evidentemente, no vale lo que han pagado y que, difícilmente, se van a librar de tener que dar cuentas ante la Justicia, de semejante despilfarro del dinero público?

Y en medio de este tinglado, de esta muestra de falta de previsión y de mala gestión de la pandemia, aparte de los intentos del señor vicepresidente segundo, el señor Iglesias, de dar un golpe de Estado por la puerta trasera, se nos presenta esta inefable señora Celaá, la ministra de Educación, para darnos una muestra más de cómo a estos que nos gobiernan, sin haberse tomado la molestia de intentar u aprobar una ley consensuada con la oposición capaz de sustituir, con ventaja, a la Lomce (2013, aprobada por el PP y que no fue puesta nunca en práctica debido a que los socialistas lo impidieron); se han sacado de la manga la “Ley Orgánica para la reforma de la Ley Orgánica de Educación (LOE)”, también conocida para la 'Ley Celaá' y que, como es habitual en este tipo de gobiernos de izquierdas, era la principal propuesta en educación del Gobierno de Pedro Sánchez. "Es un proyecto muy enriquecido por la comunidad educativa y muy respaldado", defendió en su día la ministra de Educación y Formación Profesional, portavoz del Gobierno, Isabel Celaá.

A cualquiera que se le preguntara ¿Cuál debería ser el objetivo de la enseñanza pública infantil, media y superior, en un Estado de derecho? No creo que se pudiera contestar algo distinto a lo siguiente: “El proporcionar a la juventud española, sin distinción de ricos ni podres, la posibilidad de adquirir una cultura, unos conocimientos, unas habilidades y unas herramientas mentales que le permitieran ganarse la vida, desenvolverse dentro de la sociedad, trabajar para ella, intentar mejorarla y devolverle, con su esfuerzo y trabajo, la carga que a la sociedad española le representa, en forma de impuestos, el coste de sus años de estudios”. Ahora se ha producido una situación en la que, desgraciadamente, el confinamiento motivado por el virus, ha impedido que los estudiantes de todas las edades hayan podido seguir acudiendo a las aulas. Como es natural estos días, meses o trimestres que se calcula que van a perder respecto a las enseñanzas que debían recibir en sus respectivos centros lectivos, presenta un grave problema.

No todos los estudiantes, ya fuere por sus circunstancias económicas, por tener una edad que todavía no les permite acceder a las nuevas tecnologías, por problemas organizativos de las escuelas, universidades y centros de formación profesional o por cualquier otra circunstancia física o intelectual, han estado en condiciones de seguir, de forma telemática, las enseñanzas de sus profesores desde sus propios domicilios de internamiento; un hándicap que pudiera dejarlos en situación de desventaja respecto a aquellos educandos que sí hayan podido mantenerse al día en cuanto a la adquisición de conocimientos. Y aquí nos encontramos ante una difícil alternativa. O se espera a que el coronavirus permita reanudar las clases en el punto en el que se interrumpieron, alargando el curso escolar o, como parece ser la intención del Gobierno, según ha anticipado la señora Celaá, dar por finalizado el curso con unos exámenes que se anuncian que serían, para la gran mayoría de alumnos, un mero trámite formal o bien dejar la escuelas de enseñanza media y la universidades abiertas durante el verano para que los que no han podido mantenerse al día en sus estudios tuvieran la ocasión de recuperar el tiempo que han dejado de recibir las preceptivas enseñanzas. Ya hemos escuchado, al respeto, excusas poco solventes como la de que, en verano, es más difícil el concentrarse, el estudiar o sacrificarse ante tentaciones, como son acudir a las playas o hacer deporte etc. Pero no debemos olvidar que cada año, a miles de estudiantes que, suspenden asignaturas en invierno, luego se les permite recuperarlas examinándose al finalizar sus vacaciones.

Si se busca salir del paso sin más, es posible que el anticipar la finalización del curso, aprobando a todo quisque y pelillos a la mar, puede que sea lo más sencillo; pero es difícil de entender que una señora que es catedrática universitaria, que sabe lo que es la excelencia, lo que representa sacar un título a base de esfuerzo, tesón y sacrificio para que, el diploma, represente algo más que un papel para poner en un marco, y ponga en evidencia que, el que lo obtuvo, reúne los conocimientos suficientes para poder ejercer aquella profesión o maestría en la que se ha licenciado, con las garantías de que el trabajo que haga esté respaldado por la ciencia que adquirió en sus estudios universitarios o de formación profesional.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tenemos que manifestarnos en contra de que nuestra nación, pionera en poner impuestos por cualquier motivo, ahora para salir del paso permita que nuestros estudiantes pasen curso sin esta completamente desasnados, como es evidente que lo correcto sería lo contrario. O aprender con esfuerzo o esperar, como decía Virgilio en la Eneida, aquello de: Deus ex machina.

​¿Engañando a la ciudadanía, señor Sánchez? ¿Aprobado general, señora Celaá?

“La educación es lo que sobrevive cuando lo aprendido ha sido olvidado” (B. F. Skinner)
Miguel Massanet
sábado, 18 de abril de 2020, 10:09 h (CET)

Es difícil que alguien, en su sano juicio, hubiera sido capaz de anticipar una catástrofe semejante a la que está azotando a España con el coronavirus. Es cierto que las grandes catástrofes, con las que nos castiga la naturaleza, casi siempre han venido de improviso, han cogido desprevenidos a sus víctimas y se han manifestado de repente, demostrando el poder inmenso que tienen los elementos cuando las fuerzas telúricas se desatan con todo el poder que llevan acumulados estos fenómenos, capaces de causar la muerte, el espanto, la ruina y la desolación de cientos de miles de personas, cada vez que el interior de nuestro planeta tiene necesidad de librarse de la inmensa presión que acumula su núcleo, que se calcula en 3,5 millones de veces superior a la presión superficial mientras que las temperaturas son unos 6000 grados más altas. Recordemos las explosiones del volcán Krakatoa o las erupciones que ya, en la antigüedad, fueron capaces de destruir ciudades romanas como fue el caso de la ciudad de Pompeya, que quedó arrasada como consecuencia de la erupción del Vesubio o las grandes pestes, como el cólera, azote de Europa en la edad media o, más recientemente, en el 1918 la gran gripe que se llevó a más de 40 millones de personas en todo el mundo o el tsunami que recientemente azotó al Japón, en el 2011, donde la Policía Nacional japonesa confirmó 15 893 muertes, 2556 personas desaparecidas y 6152 heridos, a lo largo de 18 prefecturas de Japón.

El Covid19, un virus raro, prácticamente desconocido en su mutación actual que es muy posible que pillara a China, el país de origen, de improviso, aunque es cierto que ya hubo algunos médicos que quisieron alertar a las autoridades sanitarias de los primeros casos que, como suele ocurrir cuando los políticos quieren evitar que el pueblo se asuste, fueron represaliados por las autoridades y obligados a firmar documentos renegando de lo dicho. La epidemia (entonces sólo se estimaba que esto es lo era) se fue extendiendo hasta tales proporciones que sobrepasó las previsiones gubernamentales dando lugar a que se tuvieran que tomar medidas extremas. Pero, contrariamente a lo que se esperaba, el virus saltó a Europa y a Irán, sorprendiendo a Italia que, inopinadamente, sufrió con toda su fuerza la invasión del coronavirus convirtiendo al pueblo italiano en la víctima imprevista del cruel ataque de la enfermedad que, en pocos días, se cobró a miles de muertos.

Es evidente que, en el caso de España, el actual gobierno hubiera tenido tiempo más que suficiente para tomar las medidas excepcionales que se recomendaron en toda Europa, ante el ejemplo italiano. No lo hizo. Pese a que, en lugar de entonar el mea culpa, el señor Sánchez y sus ministros siguen intentando esparcir la especie de que “actuaron debidamente” no han podido explicar el por qué consintieron que se celebrara la manifestación multitudinaria de exaltación a la mujer, el día 9 de marzo, cuando ya desde la OMS y de todas las naciones europeas, se había tomado conciencia del peligro de contagio de la pandemia. Y aquí unas cifras para recordarle a nuestro Ejecutivo la negligencia, que podríamos calificar de criminal, de autorizar la manifestación anteriormente reseñada. Según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea): si el Gobierno español hubiera aplicado el estado de alarma una semana antes, se habrían evitado un 62% de los contagios por coronavirus.

Por otra parte, las cifras que da el Ministerio de Sanidad no coinciden con las que proporciona el Instituto Carlos III (Momo). Resumiendo: España es la nación que tiene mayor número de fallecidos por cada millón de habitantes (398) por encima de los EE.UU e Italia (360´75). Si nos fijamos en la diferencia del Ministerio de Sanidad respecto a los facilitados por el Momo veremos que el 14/04/2020, señala que, para Sanidad, la suma de fallecidos en todas las comunidades ascendía a 18.056 mientras que, los datos del Momo respecto a los difuntos de aquel mismo día, ascendían a 20.822, lo que da una diferencia de 2.766 fallecidos más de los informados por Sanidad.

En otro comentario nos referíamos a la tomadura de pelo de las compras del Gobierno, de material de prevención contra el Covid19, a comerciantes chinos. Hoy podemos decir que el nuevo material que se viene recibiendo (todavía persiste la cerrazón gubernamental de no dar a conocer los proveedores de los que se ha valido) y que se va repartiendo a los sanitarios que trabajan en los hospitales, para evitar contagiarse del virus, según información de los médicos y enfermeras: no vale. Siguen, pues la desprotección que ya venían padeciendo debido a que los equipos de Protección Individual que se les han facilitado por el Gobierno y las autonomías “se rompen, son plásticos finos, no son impermeables por lo que el virus traspasa el material. Además el cuello está al descubierto, en las batas se traspasan las gotas que caen” según ha declarado, a Libertad Digital, el doctor Jesús García ramos, médico de atención primaria. Una de las enfermeras le ha comentado, al mismo medio informativo, que “El gobierno se está gastando dinero en un material que no nos protege del contagio. Esto es un chiste. Los están engañando y ni se enteran. Son unos incompetentes que a estas alturas nos envían al matadero”. ¿Qué dicen, a todo esto el señor Illa y el señor Ábalos, los encargados de la compra y distribución de este material que, evidentemente, no vale lo que han pagado y que, difícilmente, se van a librar de tener que dar cuentas ante la Justicia, de semejante despilfarro del dinero público?

Y en medio de este tinglado, de esta muestra de falta de previsión y de mala gestión de la pandemia, aparte de los intentos del señor vicepresidente segundo, el señor Iglesias, de dar un golpe de Estado por la puerta trasera, se nos presenta esta inefable señora Celaá, la ministra de Educación, para darnos una muestra más de cómo a estos que nos gobiernan, sin haberse tomado la molestia de intentar u aprobar una ley consensuada con la oposición capaz de sustituir, con ventaja, a la Lomce (2013, aprobada por el PP y que no fue puesta nunca en práctica debido a que los socialistas lo impidieron); se han sacado de la manga la “Ley Orgánica para la reforma de la Ley Orgánica de Educación (LOE)”, también conocida para la 'Ley Celaá' y que, como es habitual en este tipo de gobiernos de izquierdas, era la principal propuesta en educación del Gobierno de Pedro Sánchez. "Es un proyecto muy enriquecido por la comunidad educativa y muy respaldado", defendió en su día la ministra de Educación y Formación Profesional, portavoz del Gobierno, Isabel Celaá.

A cualquiera que se le preguntara ¿Cuál debería ser el objetivo de la enseñanza pública infantil, media y superior, en un Estado de derecho? No creo que se pudiera contestar algo distinto a lo siguiente: “El proporcionar a la juventud española, sin distinción de ricos ni podres, la posibilidad de adquirir una cultura, unos conocimientos, unas habilidades y unas herramientas mentales que le permitieran ganarse la vida, desenvolverse dentro de la sociedad, trabajar para ella, intentar mejorarla y devolverle, con su esfuerzo y trabajo, la carga que a la sociedad española le representa, en forma de impuestos, el coste de sus años de estudios”. Ahora se ha producido una situación en la que, desgraciadamente, el confinamiento motivado por el virus, ha impedido que los estudiantes de todas las edades hayan podido seguir acudiendo a las aulas. Como es natural estos días, meses o trimestres que se calcula que van a perder respecto a las enseñanzas que debían recibir en sus respectivos centros lectivos, presenta un grave problema.

No todos los estudiantes, ya fuere por sus circunstancias económicas, por tener una edad que todavía no les permite acceder a las nuevas tecnologías, por problemas organizativos de las escuelas, universidades y centros de formación profesional o por cualquier otra circunstancia física o intelectual, han estado en condiciones de seguir, de forma telemática, las enseñanzas de sus profesores desde sus propios domicilios de internamiento; un hándicap que pudiera dejarlos en situación de desventaja respecto a aquellos educandos que sí hayan podido mantenerse al día en cuanto a la adquisición de conocimientos. Y aquí nos encontramos ante una difícil alternativa. O se espera a que el coronavirus permita reanudar las clases en el punto en el que se interrumpieron, alargando el curso escolar o, como parece ser la intención del Gobierno, según ha anticipado la señora Celaá, dar por finalizado el curso con unos exámenes que se anuncian que serían, para la gran mayoría de alumnos, un mero trámite formal o bien dejar la escuelas de enseñanza media y la universidades abiertas durante el verano para que los que no han podido mantenerse al día en sus estudios tuvieran la ocasión de recuperar el tiempo que han dejado de recibir las preceptivas enseñanzas. Ya hemos escuchado, al respeto, excusas poco solventes como la de que, en verano, es más difícil el concentrarse, el estudiar o sacrificarse ante tentaciones, como son acudir a las playas o hacer deporte etc. Pero no debemos olvidar que cada año, a miles de estudiantes que, suspenden asignaturas en invierno, luego se les permite recuperarlas examinándose al finalizar sus vacaciones.

Si se busca salir del paso sin más, es posible que el anticipar la finalización del curso, aprobando a todo quisque y pelillos a la mar, puede que sea lo más sencillo; pero es difícil de entender que una señora que es catedrática universitaria, que sabe lo que es la excelencia, lo que representa sacar un título a base de esfuerzo, tesón y sacrificio para que, el diploma, represente algo más que un papel para poner en un marco, y ponga en evidencia que, el que lo obtuvo, reúne los conocimientos suficientes para poder ejercer aquella profesión o maestría en la que se ha licenciado, con las garantías de que el trabajo que haga esté respaldado por la ciencia que adquirió en sus estudios universitarios o de formación profesional.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tenemos que manifestarnos en contra de que nuestra nación, pionera en poner impuestos por cualquier motivo, ahora para salir del paso permita que nuestros estudiantes pasen curso sin esta completamente desasnados, como es evidente que lo correcto sería lo contrario. O aprender con esfuerzo o esperar, como decía Virgilio en la Eneida, aquello de: Deus ex machina.

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