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“Una enorme porción de la ciudadanía, ya casi sin distinguir entre franjas etáreas, ocupa un rol de lector pero también de formador de opinión, y este es para muchos, un poder desconocido”

El discurso político violento: El rol ciudadano con la tecnología ¿Hay paradojas?

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Uno de los grandes cambios del último cuarto de siglo, se dio en nuestra relación con el manejo de las redes sociales, y en cómo o qué comunicamos a través de ellas, y esto afectó a la sociedad en su conjunto, con balances positivos y negativos; con el florecimiento, por un lado de una democratización de la información, pero también. Por el otro, de la difusión de violencia en relación a varios temas.

Entre los que me interesa nombrar, no por ser el único, es el de la violencia política desde la práctica discursiva en el resorte tecnológico, sobre todo de las redes sociales, porque éste tiene muchas caras: discurso político violento a favor del machismo, a favor de la homofobia, a favor, incluso, de prácticas fascistas, cada vez más naturalizadas, solo por dar algunos ejemplos, pero que constituyen violencia política al fin. Cualquier comentario cargado de odio, en una red social, constituye en el fondo una práctica discursiva política violenta. Los casos abundan. Antes de proseguir, no se trata de desconocer que hay violencia en la sociedad y que es un signo de su estado, o de desligar responsabilidad.

Internet ha sido y sigue siéndolo, el centro de una revolución, y entre las novedades que trajo, una ineludible es la capacidad de multiplicar espacios y formas de expresión. Hasta aquí, nadie se atrevería a cuestionar éste valor positivo.

Una enorme porción de la ciudadanía, ya casi sin distinguir entre franjas etáreas, ocupa un rol de lector pero también de formador de opinióny este es para muchos, un poder desconocido. Aunque parezca una verdad de perogrullo, digamos naturalizada, constituye el punto de partida de nuestro rol tambien como emisores. Cada vez que escribimos una opinión en las redes sociales, estamos materializando la potencia de llegar a varias latitudes y realidades en la realidad misma a través de nuestras opiniones. Ésta revolución es una gran promesa a favor de la diversidad, pero es tan grande su impacto que, en ocasiones, produce un vacío que llena la violencia discursiva.

Entonces, a aquel optimismo, le viene cargada una paradoja: en vez de generar información cada vez generamos más violencia, porque la generamos y también la reproducimos. Desde luego, no se trata de soslayar, en cuanto a responsabilidad y compromiso refieren, el rol que juegan los medios de comunicación homogéneos o los grandes lobbies de la comunicación, monopolios con amplias bases comerciales, pero también de manipulación, donde se ven servidos de ésta paradoja a diestra y siniestra, porque les es funcional.

Pero también cabe una gran responsabilidad personal, cada vez que reproducimos la violencia, cada vez que somos emisores de ella, porque tenemos la amplia ventaja de crearla y difundirla, y los casos son muchos: desde comentarios ofensivos, hasta el ejercicio de una opinocracia sin límites, donde generamos solo divisiones más que concordia, instaladas a propósito muchas veces por perfiles falsos, los denominados trolls, o incluso el simple hecho de compartir un chiste sexista, homofóbico, una cargada machista, etc.

Ésta paradoja se construye, pero sobre todo se trabaja a la par que vivimos un mundo que no solo lo hablamos y describimos, sino que también lo intervenimos desde muchos roles. La práctica discursiva violenta, que repetimos es política, se ejerce de modo vertical, se sirve de la cara democrática de la revolución de la comunicación e internet, porque en realidad materializa una agenda homogénea de intereses, porque la cuestión es qué se hace socialmente con ella. Si el tema social lo constituye la erradicación de las prácticas machistas, no faltan los avivados que simplifican nobles intenciones a favor de descontextualizaciones para generar una masividad de opiniones en un mismo tema, por lo general contrarias.

La naturalización de conductas y lenguajes machistas y homofóbicos (sean incluso chistes) en las redes genera un estancamiento cultural que hay que advertir, y que los poderosos ya advirtieron a favor de su práctica discursiva.

Hay un tipo de violencia que se engendra desde la cotidianeidad, y que naturaliza otras prácticas que es la que se ejerce a través de los lenguajes y a través de lo que se indica como información. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad de mediación entre los sucesos y la ciudadanía, y al parecer este vínculo filtra ciertos aspectos de la realidad, al menos los que les conviene, y los que les conviene a cada uno.

Si las prácticas a través de las cuales la población se informa cambian, también lo hace la manera de establecer la agenda y aquella en que conocemos lo que excede a nuestro círculo social cercano. Por lo tanto, también cambian las maneras en que pensamos al mundo, y las maneras en que quieren que lo pensemos, desde por ejemplo, el ejercicio de la violencia.

La información es un bien público, garantizada por mecanismos institucionales. Achicar la brecha dela violencia a favor de la mercancía también depende de nuestra responsabilidad, porque no nos podremos deshacer de internet, y esa es otra paradoja también: pues, paradójicamente, las redes sociales e internet, y en ellos los medios de comunicación con la multiplicación de emisores, ha hecho poco; desde allí que los sitios de noticias, por ejemplo, creen seguir los dictados de los consumidores, pero en realidad es al revés, porque ellos imponen agenda. La maraña y la ola de violencia se han vuelto omnipresentes a través de muchos dispositivos, que en realidad, quieren decir lo mismo y hacer lo mismo: reproducir un discurso político violento. 

El discurso político violento: El rol ciudadano con la tecnología ¿Hay paradojas?

“Una enorme porción de la ciudadanía, ya casi sin distinguir entre franjas etáreas, ocupa un rol de lector pero también de formador de opinión, y este es para muchos, un poder desconocido”
Cristian Iván Da Silva
miércoles, 26 de febrero de 2020, 09:34 h (CET)

Uno de los grandes cambios del último cuarto de siglo, se dio en nuestra relación con el manejo de las redes sociales, y en cómo o qué comunicamos a través de ellas, y esto afectó a la sociedad en su conjunto, con balances positivos y negativos; con el florecimiento, por un lado de una democratización de la información, pero también. Por el otro, de la difusión de violencia en relación a varios temas.

Entre los que me interesa nombrar, no por ser el único, es el de la violencia política desde la práctica discursiva en el resorte tecnológico, sobre todo de las redes sociales, porque éste tiene muchas caras: discurso político violento a favor del machismo, a favor de la homofobia, a favor, incluso, de prácticas fascistas, cada vez más naturalizadas, solo por dar algunos ejemplos, pero que constituyen violencia política al fin. Cualquier comentario cargado de odio, en una red social, constituye en el fondo una práctica discursiva política violenta. Los casos abundan. Antes de proseguir, no se trata de desconocer que hay violencia en la sociedad y que es un signo de su estado, o de desligar responsabilidad.

Internet ha sido y sigue siéndolo, el centro de una revolución, y entre las novedades que trajo, una ineludible es la capacidad de multiplicar espacios y formas de expresión. Hasta aquí, nadie se atrevería a cuestionar éste valor positivo.

Una enorme porción de la ciudadanía, ya casi sin distinguir entre franjas etáreas, ocupa un rol de lector pero también de formador de opinióny este es para muchos, un poder desconocido. Aunque parezca una verdad de perogrullo, digamos naturalizada, constituye el punto de partida de nuestro rol tambien como emisores. Cada vez que escribimos una opinión en las redes sociales, estamos materializando la potencia de llegar a varias latitudes y realidades en la realidad misma a través de nuestras opiniones. Ésta revolución es una gran promesa a favor de la diversidad, pero es tan grande su impacto que, en ocasiones, produce un vacío que llena la violencia discursiva.

Entonces, a aquel optimismo, le viene cargada una paradoja: en vez de generar información cada vez generamos más violencia, porque la generamos y también la reproducimos. Desde luego, no se trata de soslayar, en cuanto a responsabilidad y compromiso refieren, el rol que juegan los medios de comunicación homogéneos o los grandes lobbies de la comunicación, monopolios con amplias bases comerciales, pero también de manipulación, donde se ven servidos de ésta paradoja a diestra y siniestra, porque les es funcional.

Pero también cabe una gran responsabilidad personal, cada vez que reproducimos la violencia, cada vez que somos emisores de ella, porque tenemos la amplia ventaja de crearla y difundirla, y los casos son muchos: desde comentarios ofensivos, hasta el ejercicio de una opinocracia sin límites, donde generamos solo divisiones más que concordia, instaladas a propósito muchas veces por perfiles falsos, los denominados trolls, o incluso el simple hecho de compartir un chiste sexista, homofóbico, una cargada machista, etc.

Ésta paradoja se construye, pero sobre todo se trabaja a la par que vivimos un mundo que no solo lo hablamos y describimos, sino que también lo intervenimos desde muchos roles. La práctica discursiva violenta, que repetimos es política, se ejerce de modo vertical, se sirve de la cara democrática de la revolución de la comunicación e internet, porque en realidad materializa una agenda homogénea de intereses, porque la cuestión es qué se hace socialmente con ella. Si el tema social lo constituye la erradicación de las prácticas machistas, no faltan los avivados que simplifican nobles intenciones a favor de descontextualizaciones para generar una masividad de opiniones en un mismo tema, por lo general contrarias.

La naturalización de conductas y lenguajes machistas y homofóbicos (sean incluso chistes) en las redes genera un estancamiento cultural que hay que advertir, y que los poderosos ya advirtieron a favor de su práctica discursiva.

Hay un tipo de violencia que se engendra desde la cotidianeidad, y que naturaliza otras prácticas que es la que se ejerce a través de los lenguajes y a través de lo que se indica como información. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad de mediación entre los sucesos y la ciudadanía, y al parecer este vínculo filtra ciertos aspectos de la realidad, al menos los que les conviene, y los que les conviene a cada uno.

Si las prácticas a través de las cuales la población se informa cambian, también lo hace la manera de establecer la agenda y aquella en que conocemos lo que excede a nuestro círculo social cercano. Por lo tanto, también cambian las maneras en que pensamos al mundo, y las maneras en que quieren que lo pensemos, desde por ejemplo, el ejercicio de la violencia.

La información es un bien público, garantizada por mecanismos institucionales. Achicar la brecha dela violencia a favor de la mercancía también depende de nuestra responsabilidad, porque no nos podremos deshacer de internet, y esa es otra paradoja también: pues, paradójicamente, las redes sociales e internet, y en ellos los medios de comunicación con la multiplicación de emisores, ha hecho poco; desde allí que los sitios de noticias, por ejemplo, creen seguir los dictados de los consumidores, pero en realidad es al revés, porque ellos imponen agenda. La maraña y la ola de violencia se han vuelto omnipresentes a través de muchos dispositivos, que en realidad, quieren decir lo mismo y hacer lo mismo: reproducir un discurso político violento. 

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