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Hoy parece que no estás en el mundo si no has visto 'Ocho apellidos vascos'

Maratones y museos

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Me irritan las modas. No soporto los comportamientos gregarios. Me exaspera el borreguismo. Hoy parece que no estás en el mundo si no has visto 'Ocho apellidos vascos', si no te haces unos cuantos tatuajes o si no te marcas una maratón por semana. Me centraré en esto último.

El pasado domingo asistí por accidente a un espectáculo dantesco. Fue en pleno centro de Madrid. Había amanecido un día espléndido y no dudé en salir a dar una vuelta. Llegué a Colón y me di de bruces con la moda, con la masa, con la realidad. Miles de tíos y tías, de todo pelaje, de cualquier edad y condición, corrían como posesos. Sus rostros desencajados causaban pavor. Muchos apenas lograban mantener la verticalidad. Parecía que algunos iban a echar de un momento a otro los higadillos sobre el asfalto. Verdaderamente repugnante. La multitud se agolpaba a lo largo del recorrido para vitorearles. Inexplicable. Espantado, esperé a que se abriese un hueco entre el reguero de sufridores para alcanzar la acera de la Biblioteca Nacional. Una vez a salvo, entré en aquel templo. Allí me tropecé con la heterodoxia, con la particularidad, con la fantasía. Una exposición sobre los intelectuales españoles de principios de siglo me esperaba con los brazos abiertos. Obras de Picasso, Gargallo, Sorolla o Zuloaga, entre otros muchos artistas, envolvían una magnífica muestra de documentos y objetos relacionados con la ciencia y la cultura. Eso sí, se podían contar con los dedos de una mano los allí presentes. Más tranquilidad, sin duda, pero descorazonador. Pensé que cuando saliese de ese oasis, de esa paradisíaca isla de higiene neuronal, aquella huida hacia ninguna parte emprendida por los del calzón corto y el dorsal en el pecho habría concluido. Me equivoqué. ¿Por qué diablos las peores realidades resultan tan largas y los mejores sueños tan breves?.

No tengo nada en contra del ejercicio físico ni de las maratones. Lo que no entiendo es ese repentina necesidad de hacerse corredor en competiciones de este tipo. Quien me diga que no lo hace por moda miente como un bellaco, a no ser que ya practicase ese deporte hace varios años, es decir, antes de que se convirtiese en el "hobby" estrella de todo hijo de vecino. Yo nunca le he visto mucho sentido a eso de correr sin una causa justificada -se te escapa el autobús, te han robado la cartera, acabas de tropezarte con un turista inglés...-, pero respeto a quienes siempre han visto en ello una manera de estar en forma, una mera diversión o un modo de realización personal. Lo que ni comparto ni aguanto es esa conversión de última hora, ese ADN de corredor forjado anteayer. Y lo peor es que resulta un caso raro y excepcional el de aquel que hoy corre una maratón y mañana se lee un buen libro o visita un museo. No hay ejemplo más gráfico que el de mi mañana dominical en Madrid: un mundo poblado por seres que veneran el deporte e ignoran la cultura es un mundo que sólo tiene futuro en los bíceps y en los gemelos, pero que jamás lo tendrá ni el cerebro ni en el alma.

Maratones y museos

Hoy parece que no estás en el mundo si no has visto 'Ocho apellidos vascos'
Carlos Salas González
miércoles, 30 de abril de 2014, 06:59 h (CET)
Me irritan las modas. No soporto los comportamientos gregarios. Me exaspera el borreguismo. Hoy parece que no estás en el mundo si no has visto 'Ocho apellidos vascos', si no te haces unos cuantos tatuajes o si no te marcas una maratón por semana. Me centraré en esto último.

El pasado domingo asistí por accidente a un espectáculo dantesco. Fue en pleno centro de Madrid. Había amanecido un día espléndido y no dudé en salir a dar una vuelta. Llegué a Colón y me di de bruces con la moda, con la masa, con la realidad. Miles de tíos y tías, de todo pelaje, de cualquier edad y condición, corrían como posesos. Sus rostros desencajados causaban pavor. Muchos apenas lograban mantener la verticalidad. Parecía que algunos iban a echar de un momento a otro los higadillos sobre el asfalto. Verdaderamente repugnante. La multitud se agolpaba a lo largo del recorrido para vitorearles. Inexplicable. Espantado, esperé a que se abriese un hueco entre el reguero de sufridores para alcanzar la acera de la Biblioteca Nacional. Una vez a salvo, entré en aquel templo. Allí me tropecé con la heterodoxia, con la particularidad, con la fantasía. Una exposición sobre los intelectuales españoles de principios de siglo me esperaba con los brazos abiertos. Obras de Picasso, Gargallo, Sorolla o Zuloaga, entre otros muchos artistas, envolvían una magnífica muestra de documentos y objetos relacionados con la ciencia y la cultura. Eso sí, se podían contar con los dedos de una mano los allí presentes. Más tranquilidad, sin duda, pero descorazonador. Pensé que cuando saliese de ese oasis, de esa paradisíaca isla de higiene neuronal, aquella huida hacia ninguna parte emprendida por los del calzón corto y el dorsal en el pecho habría concluido. Me equivoqué. ¿Por qué diablos las peores realidades resultan tan largas y los mejores sueños tan breves?.

No tengo nada en contra del ejercicio físico ni de las maratones. Lo que no entiendo es ese repentina necesidad de hacerse corredor en competiciones de este tipo. Quien me diga que no lo hace por moda miente como un bellaco, a no ser que ya practicase ese deporte hace varios años, es decir, antes de que se convirtiese en el "hobby" estrella de todo hijo de vecino. Yo nunca le he visto mucho sentido a eso de correr sin una causa justificada -se te escapa el autobús, te han robado la cartera, acabas de tropezarte con un turista inglés...-, pero respeto a quienes siempre han visto en ello una manera de estar en forma, una mera diversión o un modo de realización personal. Lo que ni comparto ni aguanto es esa conversión de última hora, ese ADN de corredor forjado anteayer. Y lo peor es que resulta un caso raro y excepcional el de aquel que hoy corre una maratón y mañana se lee un buen libro o visita un museo. No hay ejemplo más gráfico que el de mi mañana dominical en Madrid: un mundo poblado por seres que veneran el deporte e ignoran la cultura es un mundo que sólo tiene futuro en los bíceps y en los gemelos, pero que jamás lo tendrá ni el cerebro ni en el alma.

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