Es una crisis aguda. Como inmigrantes, la vivimos en primera línea. Los más afectados se han visto abocados a la calle, con una situación de infra-vivienda y de extrema precariedad. A diferencia del español, que suele tener un lazo familiar, nosotros, africanos, no tenemos ningún apoyo, por eso, cuando todo se viene abajo, lo que queda es la calle o el retorno.
Y si habéis visto la actualidad, el retorno es una propuesta formal del Estado para ayudar algunas personas a seguir con su vida. Pero como inmigrantes, hemos participado a la construcción de este país y yo considero que el retorno sólo debe ser un recurso de última instancia. Los momentos de crisis también han de vivirse dentro del conjunto, porque hay gente que ha dado todo por este país y esto debe tomarse en cuenta a nivel social. Hay que tener una visión global de sociedad.
Hace poco se anunciaba que el fenómeno de los cayucos había disminuido, e incluso que el problema de la inmigración ilegal ya no era tan importante, y sin embargo, los acontecimientos resurgen con una gran fuerza. ¿Qué significa este súbito cambio?
En principio, frente a la gran oleada de inmigración que llegaba en cayuco, el Estado y la Unión Europea han hecho todo para reducir este fenómeno, con acuerdos bilaterales. Hemos llegado a una situación de relativo control y, como consecuencia, la gente ha buscado otras rutas para llegar a Europa.
Hay que saber que la gente que llega aquí está desesperada. Son personas que no tienen futuro en su tierra, entonces, recurren a todas las vías para conseguir su fin de emigrar.
Desde su perspectiva, ¿Cómo considera que ha respondido el Estado español ante esa oleada de inmigrantes en Melilla?
Primero hablaré de África, de lo que hacen los líderes africanos, porque tienen algo que decir en todo esto. ¿Qué aportan los países que se están desangrando como si no hubiese solución a esto? ¿Qué hacemos nosotros, los africanos, para parar esta huida deliberada?
También hay que hablar de Europa, que tiene una historia con estos países. Desde que muchos se independizaron en África, lo que hemos visto son regímenes autoritarios, la mayoría corruptos, que en vez de ocuparse del bienestar de la sociedad se han apropiado de toda la riqueza de esos países. Europa –que está aportando ayudas– tiene que regular ese apoyo y hacer que llegue a los más desfavorecidos. Debe replantearse la manera de cooperar con los países africanos.
En el caso específico de España, los gobiernos responden en función de la situación económica y social. Como es tan notable la situación de crisis, hay una ambigüedad de cómo se debe actuar, porque hay que compensar ante el electorado. No se pueden tirar bolas de goma a personas que están nadando en el mar. Creo que hay un consenso sobre este tema. Si fuera un solo muerto, lo lamentaría, pero quince muertos son demasiados. Hay que aclarar esto… No puede quedar así.
¿La CEPAIM ha emprendido acciones para exigir explicaciones?
No hay ninguna duda sobre la posición de CEPAIM. Se ha condenado abiertamente y se ha hecho pública una carta donde se habla de la forma cómo se gestionó esta tragedia de Melilla.
¿Qué se puede hacer para evitar estas situaciones en Melilla?
Entre reprimir o tener cuchillas para que la gente no salte… Creo que habrá que hacer algo diferente. Ese algo son las políticas de cooperación que lleguen a los que lo necesitan.
Europa está pasando por un mal momento, pero si uno se olvida del otro la consecuencia puede ser mucho más grave. Todo el mundo, sea de donde sea, pide un mínimo de dignidad para vivir y la gente querrá siempre huir de las dictaduras y del hambre. Es una lástima ver que todos los países que cuentan con muchos recursos en África, están en conflicto.
¿Cómo ha vivido este empeoramiento de la situación de los inmigrantes en España?
Un inmigrante viene en gran parte en busca de trabajo y, cuando ya no hay trabajo, el aspecto humano de esa persona ya no importa. El inmigrante se convierte en una carga más y es esto lo que yo lamento mucho. Nos damos cuenta que lo único que importa es lo que aportamos a la economía de estos países.
Lo que está pasando aquí es algo muy difícil, y más desde mi perspectiva, como trabajador social. Vivo tragedias, personas que conozco desde muchos años que han caído en las drogas, en el alcoholismo o en la indigencia más extrema. Es un drama social.