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​Hace unos días pude leer un artículo delicioso del maestro Pérez-Reverte sobre una “trinchera”

El jersey rojo

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En el mismo comentaba su “adoración” por una gabardina tipo trinchera que le había regalado un viejo admirador. Inmediatamente miré hacia mi gastado cuerpo que mientras escribo, está enfundado en un maravilloso jersey rojo.

Este viejo jersey tiene historia. No solo por los treinta y cinco años que obra en mi poder, sino por la génesis del mismo. Una vecina de casa lo confeccionó amorosamente para su marido. Como compró una cantidad excesiva de lana y no tomó bien las medidas, el jersey le resultó un par de tallas más grandes que la del destinatario de la “obra de arte”. La tejedora amateur miró a su alrededor y topó con mi anatomía. Dicho y hecho. El jersey para mi humilde persona.

Inmediatamente lo adopté como componente de mi atuendo mientras me encuentro en casa. Con él he estudiado, escrito, descansado, visto la tele y dormido a un nieto que otro. Se trata de esa prenda que te quieren tirar a la basura todos los inviernos, que tiene los codos gastados y un aspecto impresentable. Me niego en redondo. La considero parte de mi anatomía y la quiero con sus defectos y sus virtudes.

Cuando se llega al “segmento de plata”, se atesoran muchos “jerseys rojos”. Salvando las distancias, nos encontramos en primer lugar con la esposa (perdonen por denominarla así; hoy se la denomina como “mi pareja”, “mi contraria”, “mi novia”, etc., parece que molesta la denominación que recoge el auténtico significado del matrimonio católico. Tu esposa va envejeciendo contigo y el amor entre ambos se va transformando en entrega y necesidad mutua).

En segundo lugar tenemos a la familia, con sus defectos y sus virtudes, pero con su presencia necesaria e imprescindible, pero sobre todo, tenemos el Evangelio, el texto escrito que tienes siempre cerca y que nunca te decepciona, lo abras por donde lo abras, y, finalmente, el Evangelio vivo que reside en el otro, especialmente el que menos tiene y más te necesita.

Estos “jerseys rojos” que llenan y dan sentido a nuestra vida son tan imprescindibles como necesarios. Que no nos los quiten nunca.

El jersey rojo

​Hace unos días pude leer un artículo delicioso del maestro Pérez-Reverte sobre una “trinchera”
Manuel Montes Cleries
miércoles, 15 de enero de 2020, 15:05 h (CET)

En el mismo comentaba su “adoración” por una gabardina tipo trinchera que le había regalado un viejo admirador. Inmediatamente miré hacia mi gastado cuerpo que mientras escribo, está enfundado en un maravilloso jersey rojo.

Este viejo jersey tiene historia. No solo por los treinta y cinco años que obra en mi poder, sino por la génesis del mismo. Una vecina de casa lo confeccionó amorosamente para su marido. Como compró una cantidad excesiva de lana y no tomó bien las medidas, el jersey le resultó un par de tallas más grandes que la del destinatario de la “obra de arte”. La tejedora amateur miró a su alrededor y topó con mi anatomía. Dicho y hecho. El jersey para mi humilde persona.

Inmediatamente lo adopté como componente de mi atuendo mientras me encuentro en casa. Con él he estudiado, escrito, descansado, visto la tele y dormido a un nieto que otro. Se trata de esa prenda que te quieren tirar a la basura todos los inviernos, que tiene los codos gastados y un aspecto impresentable. Me niego en redondo. La considero parte de mi anatomía y la quiero con sus defectos y sus virtudes.

Cuando se llega al “segmento de plata”, se atesoran muchos “jerseys rojos”. Salvando las distancias, nos encontramos en primer lugar con la esposa (perdonen por denominarla así; hoy se la denomina como “mi pareja”, “mi contraria”, “mi novia”, etc., parece que molesta la denominación que recoge el auténtico significado del matrimonio católico. Tu esposa va envejeciendo contigo y el amor entre ambos se va transformando en entrega y necesidad mutua).

En segundo lugar tenemos a la familia, con sus defectos y sus virtudes, pero con su presencia necesaria e imprescindible, pero sobre todo, tenemos el Evangelio, el texto escrito que tienes siempre cerca y que nunca te decepciona, lo abras por donde lo abras, y, finalmente, el Evangelio vivo que reside en el otro, especialmente el que menos tiene y más te necesita.

Estos “jerseys rojos” que llenan y dan sentido a nuestra vida son tan imprescindibles como necesarios. Que no nos los quiten nunca.

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