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Antonio Montesinos entrevista a Wifredo Espina

“El periodista debe ser independiente, incluso de sí mismo”

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                                                                    Wawancara- noviembre, 2013
 
Wifredo nació en 1930, vivió la Guerra Civil —de la que conserva claros recuerdos—, estudió Derecho y se hizo periodista en la Barcelona de la dictadura. Fue una de las voces críticas con el régimen dentro de lo que cabía. Conoció la pluma y el tintero, la máquina de escribir y el ordenador. Con 84 años todavía escribe periódicamente en una docena de publicaciones y es un activo usuario de Twitter. Siempre me han resultado interesantes las palabras de los mayores. Y no porque obligatoriamente tengan que venir cargadas de sabiduría —en todas las épocas existieron los ignorantes—, sino por la capacidad que tienen de sacarnos de nuestro ángulo de visión habitual. En este caso, la lucidez venía de serie.

                                                                       Por Antonio Montesinos


¿Cómo te marcó trabajar en la dictadura?

He ejercido el periodismo durante el franquismo, la transición y la democracia. La dictadura fue como una vacuna para mí. Siempre me rebelé ante ella. Soy rebelde por naturaleza, incluso mi familia me lo reprocha en muchas ocasiones. La dictadura no hizo sino agrandar mi rebeldía y sentido crítico, lógicamente con los condicionantes de la época. El principal escollo a sortear era la censura. Aquella censura de lápiz rojo, ridícula en muchas ocasiones. Recuerdo que una vez me devolvieron un artículo donde se podía leer: no publicable por falta de entusiasmo (risas).

Tu familia era religiosa. No es de extrañar en una época donde la Iglesia era omnipresente. ¿Te influyó de alguna manera? ¿Eres creyente?

Soy practicante a medias. Digamos que quiero creer. Mi sentido crítico ha influido mucho en esta decisión. Me crié en un ambiente religioso. No diría que fuera un ambiente laxo, pero sí donde gozábamos de bastante libertad. Mi familia nunca me condicionó, nunca me apretó en ningún sentido. Se trató de un proceso de ósmosis, no de imposición.

¿Para qué te sirvió estudiar derecho?

Para mucho. Sobre todo para adquirir precisión a la hora de escribir. También influyó en mi impulso a la ley de prensa, la conocida ley Fraga. Mi formación en derecho me ayudó cuando me pidieron asesoramiento para esta ley. Al mismo tiempo me sirvió para dejar clara la diferencia entre legalidad y legitimidad, algo que está muy de moda últimamente.

¿Te ha llegado a quedar clara esa diferencia?

Creo que sí. La legalidad válida es la democrática, no la que teníamos en la dictadura. Aquello era pseudolegalidad. La legitimidad no puede ir contra la legalidad democrática. La democracia habla de juego limpio, de la voz de la mayoría y su respeto a las minorías.

Te alejaste de la justicia porque no te gustó lo que viste allí…

Siempre me he preguntado si soy más hombre de derecho que periodista. Empecé como abogado y durante ese periodo llegué a la conclusión de que ese camino no llevaba a la búsqueda de la justicia. Aquello me decepcionó. Viví aquel tiempo con demasiado idealismo y muchas de las cosas que encontré me llevaron a comprender que una cosa era aplicar la ley y otra impartir justicia. Comprendí que había que cambiar las cosas desde otro frente y ese frente era el periodismo. Cuando Eugenio Gay, vicepresidente del Tribunal Constitucional, me impuso una medalla en el Colegio de Abogados me dijo que se trataba de un reconocimiento como abogado de la sociedad precisamente por mi trabajo de periodista. Esto lo resume todo un poco.

¿Con el paso a la democracia las leyes han dejado de ser injustas?

No. Pero tienen legitimidad de origen. El contenido no tiene por qué ser justo y entonces hay que cambiarlo, pero siempre dentro de un marco democrático.

Siempre te has caracterizado por un profundo sentido crítico. Mucha gente te ha definido así…

Sí. Esto es muy importante. El periodista tiene que ser i
ndependiente. Tanto que incluso debe ser independiente de sí mismo. De sus propios intereses, de sus prejuicios, de su entorno, de su familia, de su empresa… Si es necesario, el periodista debe perjudicarse. Esto sólo se puede romper por una causa mayor, de supervivencia.

¿Ese sentido crítico te ha traído problemas?

Recibí muchos palos. Sortear la censura no era fácil. Se trataba de buscar las rendijas y contradicciones del sistema para colarte por ellas. Tengo la satisfacción de haber sido nombrado periodista español del año por el Diario Pueblo en 1968. Mi columna en El Correo era replicada por muchos periódicos españoles de la época precisamente porque les servía para quitarse de encima esa labor incómoda de criticar al régimen.

¿Qué te pasó con Fraga?

Me llamó una tarde para que compareciera el día siguiente a las diez de la mañana en su despacho. Le respondimos que no era momento para encontrar billete de avión y a la hora y media teníamos el billete sobre la mesa del director. Fraga me recibió de pie, sin darme la mano y sin mirarme. Lo primero que me dijo fue: Wifredo, yo lle puedo silenciar. Yo le respondí: Usted es el ministro. Este fue mi primer choque con el poder.
 
¿Por qué fue aquello?

Por una tontería. Las cosas del régimen. Salomé tenía una canción preciosa que se llamaba Se’n va anar —Se fué— que después tradujo y cantó en castellano. A mí no me gustó la versión en castellano y a raíz de aquello publiqué un artículo llamado así, Se’n va anar, con doble intención. Fraga me confesó que el asunto había aparecido en el consejo de ministros del día anterior. Posteriormente a eso, Fraga le dijo al director de El Correo en una comida que había que desespinizar el periódico (risas). De todas formas mi relación con Fraga pasó por distintas fases a lo largo del tiempo.

¿Qué escuela tuviste a la hora de aprender ese discurso entre líneas propio de la dictadura?

La práctica. Era una forma de sacar toda mi rebeldía interior. Comenzaba los artículos con la tesis literal de la consigna a narrar. A lo largo del artículo iba desgranando los peros y matizaciones a esa consigna hasta que al final casi insinuaba lo contrario. Esa fue mi escuela. Tuve la suerte de tener un director como Andreu Roselló que me permitió hacer de todo. Nunca me cambió nada. Cuando algo no le gustaba nos sentábamos a discutirlo, pero nunca tocó una palabra. También hay que decir que aquel estilo crítico servía para que el diario se vendiera bastante bien, por lo que los dueños del periódico eran bastante condescendientes conmigo. Evidentemente porque les interesaba. Todo esto me fue envalentonando un poco y por eso seguí con esta línea. Recuerdo que algunas veces tenía que volver a casa escoltado porque incluso tuve amenazas de la gente de Fuerza Nueva. De todas formas nunca llegó la sangre al río.

Sueles decir que tienes un gran sentido de la catalanidad sin ser nacionalista. Explícamelo…

Siempre he defendido que todo ismo que se añada a la catalanidad es reducir el campo de entendimiento con los demás. Irse encerrando. Yo entiendo por catalanidad un conjunto de señas de identidad —lengua, costumbres, mentalidad— que son distintas al resto. Sobre todo distintas a las castellanas. Todo esto configura una nacionalidad cultural catalana. En esto coincido con el padre Baitllori, historiador jesuita. Pasar del nacionalismo cultural al nacionalismo político es otra cosa. Todo nacionalismo tiende a crear una estructura política para defenderse. La cuestión es dónde están los límites de esta estructura. Si podemos respetar estas características culturales no es necesaria la independencia política. Llegar a un acuerdo de independencia lo veo difícil. Defender la nacionalidad cultural catalana es posible sin la independencia.

Has dicho que cualquier militancia está reñida con el periodismo. ¿Se incluye también la militancia en ese nacionalismo cultural?


Una cosa es la militancia y otra el sentimiento de pertenencia. Cuando hablo de militancia me refiero al sentido proselitista del término. No hay necesidad de dejar a un lado el nacionalismo cultural para hacer buen periodismo. El periodista debe ser libre, debe intentar la honestidad y buscar la interpretación más lógica de los hechos. El militante busca la imposición. Hay que dejar a un lado esas militancias, incluso las religiosas. Ahora, el sentimiento de nacionalismo cultural forma parte del ser de una persona. Otra cosa es militar en el sentido de querer imponer a los demás. Por ahí no.

¿Qué piensas del periodismo actual?

Me parece excesivamente frívolo en gran parte. Demasiado de trinchera, demasiado militante. Poco distante. Actualmente escribo artículos en una docena de periódicos y de ninguno cobro nada. Puede que alguno no me publique el artículo, algo que no suele pasar, pero esto me hace procurar mi independencia de lo que digo. Si escribiera sólo para un medio no podría decir las cosas que digo. Tampoco si escribiera a diario. Esto da una libertad de espíritu tremenda.

¿No es un poco decepcionante que después de tantos años de dictadura muchos medios sigan siendo tan sectarios a pesar de las libertades conseguidas?

Sí. La pluralidad actual es un hecho. Aquello del famoso oásis catalán no es más que un espejismo. Se trata de un foco de amiguismo. Se necesitan mecanismos de control porque ni los medios públicos cumplen realmente con su cometido ni los privados tampoco. Lo que ocurre es que los mecanismos de control están diseñados por los propios políticos. Tal como están estos sistemas no funcionan.

Si decepcionante es encontrarse con medios demasiado sesgados también lo es comprobar que la democracia, aquello que nos vendían como remedio a los desmanes de la dictadura, también hace aguas por muchos sitios…

Siempre nos han dicho que es el sistema menos malo. Yo creo que el sistema es mejorable, pero lo que hay que cambiar es la plasmación de la democracia. La democracia es un espíritu, una forma de entender la vida y hay que hacer las leyes conforme a ese espíritu. A este respecto tengo un libro titulado La democracia inacabada.

¿Qué le falta a la democracia?

Primero que sea vivida por demócratas. Y que la ley se adecúe al espíritu democrático.

Creo que vivimos una época bisagra, Wifredo. Mi generación va a ser testigo del cambio entre una forma de hacer las cosas, la que tú conociste, que no tiene absolutamente nada que ver con la forma en la que ya empiezan a hacerse las cosas hoy. Las historias que me contaba mi padre a mis hijos les parecerán ciencia ficción.

Es verdad. No es lo mismo que te lo cuenten a vivirlo, pero es cierto ese cambio. Lo que te dan los años es cierta tolerancia y comprensión de las personas y las situaciones. Los fallos de ambas épocas descansan en la condición humana, lo que ocurre es que esos fallos no deben prevalecer. Esto depende de la educación en un sentido amplio: familiar, ambiental, social, etc.

Pues se me han acabado las preguntas, Wifredo. No sé si hay por ahí algo que te dejas sin contar…

Sí. Hay una cosa que se dice cuando muere alguien conocido… y es aquello de: era alguien comprometido. A mí esta frase me da escalofríos (risas).

¿Por qué?


Porque el hombre comprometido siempre sirve a su compromiso. Lo importante no es servir a lo que te has comprometido, sino a la sociedad. Además, el compromiso es algo que puede variar. Yo he conocido a falangistas que daban clase en la universidad con la pistola encima de la mesa y que depués fueron respetables demócratas. La libertad de variar, honestamente, con argumentos suficientes, no se le puede negar a nadie. Eso que se llama compromiso no puede nunca interferir con la honestidad, la objetividad ni el respeto a la esencia del periodismo. Cuidado con esto.

Gracias por tu tiempo, Wifredo.

Gracias a ti. Lo que más me ha llamado la atención de tu página han sido las entrevistas. Ten en cuenta que las entrevistas son diálogo y el diálogo es enriquecedor siempre que sea sincero, honesto y radical. Siempre que surga de la raíz de la propia personalidad. El resto es pantomima

“El periodista debe ser independiente, incluso de sí mismo”

Antonio Montesinos entrevista a Wifredo Espina
Wifredo Espina
sábado, 9 de noviembre de 2013, 09:18 h (CET)
 

                                                                    Wawancara- noviembre, 2013
 
Wifredo nació en 1930, vivió la Guerra Civil —de la que conserva claros recuerdos—, estudió Derecho y se hizo periodista en la Barcelona de la dictadura. Fue una de las voces críticas con el régimen dentro de lo que cabía. Conoció la pluma y el tintero, la máquina de escribir y el ordenador. Con 84 años todavía escribe periódicamente en una docena de publicaciones y es un activo usuario de Twitter. Siempre me han resultado interesantes las palabras de los mayores. Y no porque obligatoriamente tengan que venir cargadas de sabiduría —en todas las épocas existieron los ignorantes—, sino por la capacidad que tienen de sacarnos de nuestro ángulo de visión habitual. En este caso, la lucidez venía de serie.

                                                                       Por Antonio Montesinos


¿Cómo te marcó trabajar en la dictadura?

He ejercido el periodismo durante el franquismo, la transición y la democracia. La dictadura fue como una vacuna para mí. Siempre me rebelé ante ella. Soy rebelde por naturaleza, incluso mi familia me lo reprocha en muchas ocasiones. La dictadura no hizo sino agrandar mi rebeldía y sentido crítico, lógicamente con los condicionantes de la época. El principal escollo a sortear era la censura. Aquella censura de lápiz rojo, ridícula en muchas ocasiones. Recuerdo que una vez me devolvieron un artículo donde se podía leer: no publicable por falta de entusiasmo (risas).

Tu familia era religiosa. No es de extrañar en una época donde la Iglesia era omnipresente. ¿Te influyó de alguna manera? ¿Eres creyente?

Soy practicante a medias. Digamos que quiero creer. Mi sentido crítico ha influido mucho en esta decisión. Me crié en un ambiente religioso. No diría que fuera un ambiente laxo, pero sí donde gozábamos de bastante libertad. Mi familia nunca me condicionó, nunca me apretó en ningún sentido. Se trató de un proceso de ósmosis, no de imposición.

¿Para qué te sirvió estudiar derecho?

Para mucho. Sobre todo para adquirir precisión a la hora de escribir. También influyó en mi impulso a la ley de prensa, la conocida ley Fraga. Mi formación en derecho me ayudó cuando me pidieron asesoramiento para esta ley. Al mismo tiempo me sirvió para dejar clara la diferencia entre legalidad y legitimidad, algo que está muy de moda últimamente.

¿Te ha llegado a quedar clara esa diferencia?

Creo que sí. La legalidad válida es la democrática, no la que teníamos en la dictadura. Aquello era pseudolegalidad. La legitimidad no puede ir contra la legalidad democrática. La democracia habla de juego limpio, de la voz de la mayoría y su respeto a las minorías.

Te alejaste de la justicia porque no te gustó lo que viste allí…

Siempre me he preguntado si soy más hombre de derecho que periodista. Empecé como abogado y durante ese periodo llegué a la conclusión de que ese camino no llevaba a la búsqueda de la justicia. Aquello me decepcionó. Viví aquel tiempo con demasiado idealismo y muchas de las cosas que encontré me llevaron a comprender que una cosa era aplicar la ley y otra impartir justicia. Comprendí que había que cambiar las cosas desde otro frente y ese frente era el periodismo. Cuando Eugenio Gay, vicepresidente del Tribunal Constitucional, me impuso una medalla en el Colegio de Abogados me dijo que se trataba de un reconocimiento como abogado de la sociedad precisamente por mi trabajo de periodista. Esto lo resume todo un poco.

¿Con el paso a la democracia las leyes han dejado de ser injustas?

No. Pero tienen legitimidad de origen. El contenido no tiene por qué ser justo y entonces hay que cambiarlo, pero siempre dentro de un marco democrático.

Siempre te has caracterizado por un profundo sentido crítico. Mucha gente te ha definido así…

Sí. Esto es muy importante. El periodista tiene que ser i
ndependiente. Tanto que incluso debe ser independiente de sí mismo. De sus propios intereses, de sus prejuicios, de su entorno, de su familia, de su empresa… Si es necesario, el periodista debe perjudicarse. Esto sólo se puede romper por una causa mayor, de supervivencia.

¿Ese sentido crítico te ha traído problemas?

Recibí muchos palos. Sortear la censura no era fácil. Se trataba de buscar las rendijas y contradicciones del sistema para colarte por ellas. Tengo la satisfacción de haber sido nombrado periodista español del año por el Diario Pueblo en 1968. Mi columna en El Correo era replicada por muchos periódicos españoles de la época precisamente porque les servía para quitarse de encima esa labor incómoda de criticar al régimen.

¿Qué te pasó con Fraga?

Me llamó una tarde para que compareciera el día siguiente a las diez de la mañana en su despacho. Le respondimos que no era momento para encontrar billete de avión y a la hora y media teníamos el billete sobre la mesa del director. Fraga me recibió de pie, sin darme la mano y sin mirarme. Lo primero que me dijo fue: Wifredo, yo lle puedo silenciar. Yo le respondí: Usted es el ministro. Este fue mi primer choque con el poder.
 
¿Por qué fue aquello?

Por una tontería. Las cosas del régimen. Salomé tenía una canción preciosa que se llamaba Se’n va anar —Se fué— que después tradujo y cantó en castellano. A mí no me gustó la versión en castellano y a raíz de aquello publiqué un artículo llamado así, Se’n va anar, con doble intención. Fraga me confesó que el asunto había aparecido en el consejo de ministros del día anterior. Posteriormente a eso, Fraga le dijo al director de El Correo en una comida que había que desespinizar el periódico (risas). De todas formas mi relación con Fraga pasó por distintas fases a lo largo del tiempo.

¿Qué escuela tuviste a la hora de aprender ese discurso entre líneas propio de la dictadura?

La práctica. Era una forma de sacar toda mi rebeldía interior. Comenzaba los artículos con la tesis literal de la consigna a narrar. A lo largo del artículo iba desgranando los peros y matizaciones a esa consigna hasta que al final casi insinuaba lo contrario. Esa fue mi escuela. Tuve la suerte de tener un director como Andreu Roselló que me permitió hacer de todo. Nunca me cambió nada. Cuando algo no le gustaba nos sentábamos a discutirlo, pero nunca tocó una palabra. También hay que decir que aquel estilo crítico servía para que el diario se vendiera bastante bien, por lo que los dueños del periódico eran bastante condescendientes conmigo. Evidentemente porque les interesaba. Todo esto me fue envalentonando un poco y por eso seguí con esta línea. Recuerdo que algunas veces tenía que volver a casa escoltado porque incluso tuve amenazas de la gente de Fuerza Nueva. De todas formas nunca llegó la sangre al río.

Sueles decir que tienes un gran sentido de la catalanidad sin ser nacionalista. Explícamelo…

Siempre he defendido que todo ismo que se añada a la catalanidad es reducir el campo de entendimiento con los demás. Irse encerrando. Yo entiendo por catalanidad un conjunto de señas de identidad —lengua, costumbres, mentalidad— que son distintas al resto. Sobre todo distintas a las castellanas. Todo esto configura una nacionalidad cultural catalana. En esto coincido con el padre Baitllori, historiador jesuita. Pasar del nacionalismo cultural al nacionalismo político es otra cosa. Todo nacionalismo tiende a crear una estructura política para defenderse. La cuestión es dónde están los límites de esta estructura. Si podemos respetar estas características culturales no es necesaria la independencia política. Llegar a un acuerdo de independencia lo veo difícil. Defender la nacionalidad cultural catalana es posible sin la independencia.

Has dicho que cualquier militancia está reñida con el periodismo. ¿Se incluye también la militancia en ese nacionalismo cultural?


Una cosa es la militancia y otra el sentimiento de pertenencia. Cuando hablo de militancia me refiero al sentido proselitista del término. No hay necesidad de dejar a un lado el nacionalismo cultural para hacer buen periodismo. El periodista debe ser libre, debe intentar la honestidad y buscar la interpretación más lógica de los hechos. El militante busca la imposición. Hay que dejar a un lado esas militancias, incluso las religiosas. Ahora, el sentimiento de nacionalismo cultural forma parte del ser de una persona. Otra cosa es militar en el sentido de querer imponer a los demás. Por ahí no.

¿Qué piensas del periodismo actual?

Me parece excesivamente frívolo en gran parte. Demasiado de trinchera, demasiado militante. Poco distante. Actualmente escribo artículos en una docena de periódicos y de ninguno cobro nada. Puede que alguno no me publique el artículo, algo que no suele pasar, pero esto me hace procurar mi independencia de lo que digo. Si escribiera sólo para un medio no podría decir las cosas que digo. Tampoco si escribiera a diario. Esto da una libertad de espíritu tremenda.

¿No es un poco decepcionante que después de tantos años de dictadura muchos medios sigan siendo tan sectarios a pesar de las libertades conseguidas?

Sí. La pluralidad actual es un hecho. Aquello del famoso oásis catalán no es más que un espejismo. Se trata de un foco de amiguismo. Se necesitan mecanismos de control porque ni los medios públicos cumplen realmente con su cometido ni los privados tampoco. Lo que ocurre es que los mecanismos de control están diseñados por los propios políticos. Tal como están estos sistemas no funcionan.

Si decepcionante es encontrarse con medios demasiado sesgados también lo es comprobar que la democracia, aquello que nos vendían como remedio a los desmanes de la dictadura, también hace aguas por muchos sitios…

Siempre nos han dicho que es el sistema menos malo. Yo creo que el sistema es mejorable, pero lo que hay que cambiar es la plasmación de la democracia. La democracia es un espíritu, una forma de entender la vida y hay que hacer las leyes conforme a ese espíritu. A este respecto tengo un libro titulado La democracia inacabada.

¿Qué le falta a la democracia?

Primero que sea vivida por demócratas. Y que la ley se adecúe al espíritu democrático.

Creo que vivimos una época bisagra, Wifredo. Mi generación va a ser testigo del cambio entre una forma de hacer las cosas, la que tú conociste, que no tiene absolutamente nada que ver con la forma en la que ya empiezan a hacerse las cosas hoy. Las historias que me contaba mi padre a mis hijos les parecerán ciencia ficción.

Es verdad. No es lo mismo que te lo cuenten a vivirlo, pero es cierto ese cambio. Lo que te dan los años es cierta tolerancia y comprensión de las personas y las situaciones. Los fallos de ambas épocas descansan en la condición humana, lo que ocurre es que esos fallos no deben prevalecer. Esto depende de la educación en un sentido amplio: familiar, ambiental, social, etc.

Pues se me han acabado las preguntas, Wifredo. No sé si hay por ahí algo que te dejas sin contar…

Sí. Hay una cosa que se dice cuando muere alguien conocido… y es aquello de: era alguien comprometido. A mí esta frase me da escalofríos (risas).

¿Por qué?


Porque el hombre comprometido siempre sirve a su compromiso. Lo importante no es servir a lo que te has comprometido, sino a la sociedad. Además, el compromiso es algo que puede variar. Yo he conocido a falangistas que daban clase en la universidad con la pistola encima de la mesa y que depués fueron respetables demócratas. La libertad de variar, honestamente, con argumentos suficientes, no se le puede negar a nadie. Eso que se llama compromiso no puede nunca interferir con la honestidad, la objetividad ni el respeto a la esencia del periodismo. Cuidado con esto.

Gracias por tu tiempo, Wifredo.

Gracias a ti. Lo que más me ha llamado la atención de tu página han sido las entrevistas. Ten en cuenta que las entrevistas son diálogo y el diálogo es enriquecedor siempre que sea sincero, honesto y radical. Siempre que surga de la raíz de la propia personalidad. El resto es pantomima

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Elsy es abogada, doctora en jurisprudencia, narradora, dramaturga y poeta ecuatoriana. Comienza su carrera literaria con la publicación del libro de cuentos De mariposas, espejos y sueños. La mayor parte de su obra cuentística está reunida en el libro Los miedos juntos (El Ángel Editor, 2009).

 
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