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“Si la soledad manchara, no habría suficiente agua en el mundo para lavar a un niño”, Antonio Gala, escritor español

Ser adulto, sin haber sido niño

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"Hay millones de menores, en su mayoría niñas pequeñas, que son víctimas de esta forma oculta de explotación que con frecuencia incluye abusos sexuales, malos tratos y discriminaciones", denunció el Sumo Pontífice, durante la audiencia general de los miércoles en plaza San Pedro, ante más de 70 mil personas, coincidiendo que se conmemoraba en todo el mundo, el Día Mundial contra el Trabajo Infantil.

Según fuentes de Unicef, 150 millones de niños de entre 5 y 14 años, son explotados laboralmente, poniendo en peligro su salud, su educación, su bienestar y desarrollo de cara al futuro, la mayor parte de las veces en condiciones auténticamente infrahumanas, con jornadas extenuantes y por salarios de auténtica miseria.

Los casos más escandalosos se concentran en los 7,5 millones y medio que se dedican al trabajo doméstico, en su mayoría niñas, por ser los de mayor abuso y maltrato a causa de la discriminación que supone la falta de conocimiento de sus derechos; la separación de su familia; la dependencia de su empleador que le impone un aislamiento casi comparable al de la reclusión; jornadas de trabajo casi permanentes; la exclusión de las leyes laborales, y lo que es peor: su naturaleza oculta, lo que no pocas veces facilita abusos sexuales. El trabajo doméstico infantil, es una de las formas más extendidas y, potencialmente más explotadora que se practica en el mundo de hoy.

Si en las etiquetas observamos la procedencia de los artículos que consumimos, comprobaremos que la gran mayoría se produce en países en los que se practica este tipo de explotación laboral es habitual. Gracias a esos pequeños esclavos, una parte del mundo occidental puede mantener su denominado estado de bienestar y entregarse a la práctica de un consumismo, en no pocas ocasiones innecesario, despilfarrador y absolutamente injustificado.

Y lo más obsceno es que algún foro donde se debatía este tema, leí la respuesta de varios individuos e individuas, argumentando, que como estamos en crisis y esos artículos suelen ser más baratos, pues que esa circunstancia no les importaba, porque aunque ellos no los compraran, habría otros que lo harían.

Quedé profundamente entristecido. Aquellas respuestas —porque no fue una sola— eran propias de seres hedonistas que solo piensan en sí mismos. Acomodadas a sujetos insolidarios que no se dan cuenta de que dependemos unos de otros. Características de personas egoístas que cierran los ojos ante un hecho tan lacerante, para poder satisfacer así una existencia exenta de valores humanos, pero plena de superficialidades. En definitiva, indicativas de una sociedad materialista, verdaderamente enferma.

Resulta increíble que a cambio de unos pocos euros, seamos capaces de secuestrar de por vida la sonrisa de un niño. Sí, porque ese niño que en vez de ir a la escuela a aprender y jugar con sus compañeros, está haciendo ladrillos que son más grandes que él, habrá perdido lo más hermoso de su vida y jamás sabrá sonreír, porque no aprendió en su momento. Esa niña que a los seis o siete años, en vez de jugar con muñecas con sus amigas, vive poco menos que secuestrada haciendo las labores del hogar en jornadas que pueden ir desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche, llevará durante toda su vida la tristeza reflejada en el rostro.

¿Qué sabemos nosotros, los que hemos tenido la suerte de nacer en este mundo avanzado, del desaliento; de la infinita tristeza; de la profunda soledad que anida en el alma de una criatura a la que hemos secuestrado su niñez?.

¡Qué sabemos nosotros, los que hemos tenido la suerte de nacer en este mundo ¿Civilizado? de la amargura que arraigará en el pequeño corazón de esa persona que será adulta, antes de ser niño! Sí, porque esa monstruosidad será obra de todos nosotros, que les habremos robado su infancia y con ella su inocencia.

Me pregunto si la vida nos ha transformado de tal modo que nos ha hecho olvidar aquel niño que fuimos. Me pregunto si nos hemos dado cuenta, que cuando una nueva vida alumbra, el mundo nace de nuevo.

Ser adulto, sin haber sido niño

“Si la soledad manchara, no habría suficiente agua en el mundo para lavar a un niño”, Antonio Gala, escritor español
César Valdeolmillos
jueves, 13 de junio de 2013, 08:27 h (CET)
"Hay millones de menores, en su mayoría niñas pequeñas, que son víctimas de esta forma oculta de explotación que con frecuencia incluye abusos sexuales, malos tratos y discriminaciones", denunció el Sumo Pontífice, durante la audiencia general de los miércoles en plaza San Pedro, ante más de 70 mil personas, coincidiendo que se conmemoraba en todo el mundo, el Día Mundial contra el Trabajo Infantil.

Según fuentes de Unicef, 150 millones de niños de entre 5 y 14 años, son explotados laboralmente, poniendo en peligro su salud, su educación, su bienestar y desarrollo de cara al futuro, la mayor parte de las veces en condiciones auténticamente infrahumanas, con jornadas extenuantes y por salarios de auténtica miseria.

Los casos más escandalosos se concentran en los 7,5 millones y medio que se dedican al trabajo doméstico, en su mayoría niñas, por ser los de mayor abuso y maltrato a causa de la discriminación que supone la falta de conocimiento de sus derechos; la separación de su familia; la dependencia de su empleador que le impone un aislamiento casi comparable al de la reclusión; jornadas de trabajo casi permanentes; la exclusión de las leyes laborales, y lo que es peor: su naturaleza oculta, lo que no pocas veces facilita abusos sexuales. El trabajo doméstico infantil, es una de las formas más extendidas y, potencialmente más explotadora que se practica en el mundo de hoy.

Si en las etiquetas observamos la procedencia de los artículos que consumimos, comprobaremos que la gran mayoría se produce en países en los que se practica este tipo de explotación laboral es habitual. Gracias a esos pequeños esclavos, una parte del mundo occidental puede mantener su denominado estado de bienestar y entregarse a la práctica de un consumismo, en no pocas ocasiones innecesario, despilfarrador y absolutamente injustificado.

Y lo más obsceno es que algún foro donde se debatía este tema, leí la respuesta de varios individuos e individuas, argumentando, que como estamos en crisis y esos artículos suelen ser más baratos, pues que esa circunstancia no les importaba, porque aunque ellos no los compraran, habría otros que lo harían.

Quedé profundamente entristecido. Aquellas respuestas —porque no fue una sola— eran propias de seres hedonistas que solo piensan en sí mismos. Acomodadas a sujetos insolidarios que no se dan cuenta de que dependemos unos de otros. Características de personas egoístas que cierran los ojos ante un hecho tan lacerante, para poder satisfacer así una existencia exenta de valores humanos, pero plena de superficialidades. En definitiva, indicativas de una sociedad materialista, verdaderamente enferma.

Resulta increíble que a cambio de unos pocos euros, seamos capaces de secuestrar de por vida la sonrisa de un niño. Sí, porque ese niño que en vez de ir a la escuela a aprender y jugar con sus compañeros, está haciendo ladrillos que son más grandes que él, habrá perdido lo más hermoso de su vida y jamás sabrá sonreír, porque no aprendió en su momento. Esa niña que a los seis o siete años, en vez de jugar con muñecas con sus amigas, vive poco menos que secuestrada haciendo las labores del hogar en jornadas que pueden ir desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche, llevará durante toda su vida la tristeza reflejada en el rostro.

¿Qué sabemos nosotros, los que hemos tenido la suerte de nacer en este mundo avanzado, del desaliento; de la infinita tristeza; de la profunda soledad que anida en el alma de una criatura a la que hemos secuestrado su niñez?.

¡Qué sabemos nosotros, los que hemos tenido la suerte de nacer en este mundo ¿Civilizado? de la amargura que arraigará en el pequeño corazón de esa persona que será adulta, antes de ser niño! Sí, porque esa monstruosidad será obra de todos nosotros, que les habremos robado su infancia y con ella su inocencia.

Me pregunto si la vida nos ha transformado de tal modo que nos ha hecho olvidar aquel niño que fuimos. Me pregunto si nos hemos dado cuenta, que cuando una nueva vida alumbra, el mundo nace de nuevo.

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