Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Tribuna de opinión
“Las revoluciones se producen en callejones sin salida”, Bertolt Brecht

El toro castrado

|

Un caso curioso el de este dramaturgo alemán, especialmente visionario por la imposición de la trágica época que le correspondió vivir. Sufrió el inconmensurable horror de la Alemania Nazi, aunque, a diferencia de otros, reflexionó largamente sobre la naturaleza del Mal y alcanzó a comprenderlo acaso mejor que nadie, llegando a pronunciar para la posteridad una de las advertencias más estremecedoras, ya en el último tramo de su vida: “Pero no os regocijéis en su derrota, porque por más que el mundo se mantuviera en pie y detuviera a la Bestia, la perra que la engendró vuelve a estar en celo.” Hoy, algo más de medio siglo después de aquella preclara advertencia no solamente podemos asegurar que hace mucho tiempo que parió la perra una nueva Bestia, sino que esa misma Bestia es la que nos gobierna.

La guerra es el sistema de más perverso de antiselección natural. En ella suelen dejar su vida los mejores hombres, los más preclaros y los más valientes, frecuentemente sacrificándose los héroes para que los débiles, lo peor de la especie, sobreviva. En esta civilización en permanente guerra, a lo largo de la Historia han ido siendo exterminados los mejores de nosotros en esos conflictos, y la especie ha ido degradándose hasta convertirse en este absurdo que somos, hombres castrados sin capacidad ninguna de rebeldía ante la Bestia que nos domina, y mucho menos capaces de indignarse lo bastante como empuñar la imprescindible revolución que precisamos ineludiblemente, aunque estemos encerrados, humillados y oprimidos en un callejón sin salida.

En españa, la Guerra Civil, primero, y la posguerra y la dictadura franquista, después, capó a los españoles, convirtiéndonos en criaturas estúpidas y obedientes que solamente sabemos callar con irritante mansedumbre ante las manifiestas injusticias de los poderosos y las bandas políticas, nos dejamos robar y mangonear sin rebeldía, y consentimos toda clase de atropellos en nuestro propio país y contra nuestras propias familias, condenándonos a un infierno de humillación permanente, perdida de derechos, abusos e incluso hambre. No quedan hombres, no queda cpacidad de rebeldía, no resta ya capacidad de lucha y sacrificio: el toro aquella España que supo levantarse mil veces contra la injusticia e inmolarse con heroica bravura por las futuras generaciones, fue castrado, y hoy berrea y ramonea como un cordero, sometiéndose a la Bestia.

¡Quien nos ha visto y quién nos ve! Cuando ojea las páginas de nuestra propia Historia, no puede sino creer que está leyendo un libro de ciencia-ficción o un epítome sobre el devenir de hombres que ya no se dan en esta tierra, y hasta quién sabe si en ninguna, cual si se tratara de una especie extinta. La naturaleza y el género humana se han degradado al mismo tiempo, siendo sustituidas las especies: los toros bravos de ayer, apenas si hoy son vacas lecheras, bueyes o borregos.

La galopante corrupción de la totalidad de las bandas políticas es tan colosal que la sociedad hiede como una sentina; pero no hay condenados, y, ni mucho menos, encarcelados. De que devuelvan el fruto de sus hurtos, ya ni hablamos. Cada día nos asaltan mil escándalos multimillonarios, los pútridos hijos de la Bestia campean felices e impunes por doquier, yéndose a esquiar, frecuentando toda clase de restaurantes y tiendas de lujo, gimnasios de mucho ringorrango, gozándose con placeres animalescos en las carnes humildes, disfrutando mansiones y paraísos terrenales, y llevándose a otros paraísos fiscales el fruto de su latrocinio con absoluta impunidad, mientras los ciudadanos somos saqueados por los bancos, hurtados por los gobiernos y forzados por leyes injustas a pagar los dolos producidos por esa especie infame de ladrones y criminales, llegándose incluso al hambre y la miseria de millones de nosotros; pero nadie protesta, nadie se rebela, nadie se organiza. Salen algunos mansamente a la calle, con mucha cortesía y buenos modales, a pedir por favor y sin contrapartidas, que no los roben, como si esta gentuza entiera el lenguaje de las buenas maneras o pudiera ser movida por una conciencia que los sicópatas y los sociópatas de su ralea no tienen.

El pueblo, manso como un buey manso, baja la cabeza y se acepta las humillaciones y los golpes sin lucha, sin rebeldía, sin aspirar siquiera a la necesaria revolución que ponga las cosas en su sitio o a la insurrección imprescindible que ponga justicia donde los jueces se han manifestado incapaces de ponerla. Al fin, corremos la suerte que nos merecemos: la libertad y la dignidad exigen un precio de renuncia y de sacrificio que los hombres castrados de hoy no parece que estemos dispuestos a pagar. Preferimos ser humillados, derrotados, vencidos, conducidos al matadero a través de la desesperación, el desempleo o el suicidio, a mantenernos en pie y detener la Bestia, gritando “¡Basta!”, “¡Hasta aquí!” o “Ya que la justicia no la aplican los jueces, la revolución implantará la Justicia”, aunque cueste dolor y sangre la osadía. Quien no tiene redaños para luchar por su dignidad, merece que el látigo lo marque.

Víctor Hugo afirmaba ya en los albores del s. XX que “a veces insurrección es resurrección”, y que “la revolución es el acceso que tienen los hombres, a través de la ira, a la Justicia.” Pocos caminos más quedan ya para alcanzar la Justicia social que la revolución. Una revolución que exige una organización distinta de la que existe, toda ella sometida a la Bestia, sean bandas políticas o sindicatos. Ya le hemos condedido demasiado tiempo a la justicia oficial para que actuara y no lo ha hecho, estando cada día peor la situación que el día precedente, y siempre mucho mejor para la carroña corrupta de los potentados. Nada ha remediado la paciencia, la cortesía y los buenos modales, ni siquiera la justicia oficial ha hecho nada por impedir esta deriva hacia el abismo, concentrándose fiscales y jueces en mostrarse especialmente seviciosos y crueles con los pequeños delincuentes y los inocentes, y consintiendo toda clase de atracos y barbaries con los pudientes y los políticos.

No sirven, no solucionan, no remedian nada: tienen que irse y ser depurados. Todo en nuestra realidad de hoy es mentira, maniobra e impunidad. Es mentira lo del 23F, lo del 11M, lo de Alcáser, lo de la crisis, lo de la deuda de los bancos. Vivimos una infecta mentira global, nacional y local, que solamente puede clarificar la rebeldía, la insurrección, la revolución. Nunca fue tan necesaria. Pero sin equivocaciones: ninguna revolución se hace con buenos modos ni se suplica por favor. La libertad y la dignidad no se ruega, se exige, se conquista… o se muere por ella. Deberían comprender los pacifistas, que pacifistas son los hervívoros que nos comemos y que su pacifismo no les libra de convertirse en filetes. Es triste constatar que a lo largo de la Historia solamente han sido escuchados los fuertes y los decididos a todo, y mucho más a los que han mostrado métodos muy expeditos, porque solamente a la fuerza se la respeta: así es el mundo.

Desde el poder, han robado y están robando todo lo que es nuestro, privatizan lo nuestro espuriamente a favor de terceros, nos obligan a pagar sus robos, nos empujan al hambre y la miseria del Tercer Mundo —antesala de la esclavitud a la que nos dirigen, a su matadero—, nos hurtan nuestra Sanidad, nos manipulan con un adoctrinamiento que nombran como Cultura, cierran las puertas de las universidades a nuestros hijos reservándolas para sus bichos, atracan a nuestros ancianos y a los más humildes con las preferentes, nos desposeen de nuestros empleos y nuestras casas, rebajan nuestros salarios, aumentan nuestros impuestos mientras ellos se eximen de pagarlos, expulsan del país a nuestros chicos titulados, se traen a los más infectos mafiosos de todo el mundo trucando las leyes, nos recortan nuestros derechos inalienables, nos convierten en nada más que carne de disfrute, nos mienten, nos engañan, nos someten a la Bestia que adoran…, y el toro español -aquel toro otrora bravo y furioso- mansamente muge y ramonea indolente, creyendo que no le llegará la hora del cuchillo. Pero esa hora llegará ineludiblemente, y lo hará para todos, incluso para los que hoy se creen a salvo.

El toro de España, hoy, solamente sirve para flamear en ceremoniosas banderas pintadas que son agitadas por entusiastas patrioteros en los campos de fútbol, porque en ellos hay verde pasto en el que bien puede ramonear y mugir con la complacencia de un manso borrego. El toro de España se ha travestido de vaca lechera, sus cuernos son un adorno y no una defensa, sus testículos un ornamento que quizás estén esperando tuno de quirófano para un cambio de sexo. Y debe comprenderse que los hombres que no tienen capacidad de rebeldía y que ni siquiera cuando están oprimidos y atrapados en callejones sin salida son capaces de mostrar rebeldía y levantarse orgullosos contra los opresores, son toros que no merecen más honor que el de un cencerro al cuello y un lugar en un matadero que los convierta en filetes.

El toro castrado

“Las revoluciones se producen en callejones sin salida”, Bertolt Brecht
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 24 de mayo de 2013, 09:31 h (CET)
Un caso curioso el de este dramaturgo alemán, especialmente visionario por la imposición de la trágica época que le correspondió vivir. Sufrió el inconmensurable horror de la Alemania Nazi, aunque, a diferencia de otros, reflexionó largamente sobre la naturaleza del Mal y alcanzó a comprenderlo acaso mejor que nadie, llegando a pronunciar para la posteridad una de las advertencias más estremecedoras, ya en el último tramo de su vida: “Pero no os regocijéis en su derrota, porque por más que el mundo se mantuviera en pie y detuviera a la Bestia, la perra que la engendró vuelve a estar en celo.” Hoy, algo más de medio siglo después de aquella preclara advertencia no solamente podemos asegurar que hace mucho tiempo que parió la perra una nueva Bestia, sino que esa misma Bestia es la que nos gobierna.

La guerra es el sistema de más perverso de antiselección natural. En ella suelen dejar su vida los mejores hombres, los más preclaros y los más valientes, frecuentemente sacrificándose los héroes para que los débiles, lo peor de la especie, sobreviva. En esta civilización en permanente guerra, a lo largo de la Historia han ido siendo exterminados los mejores de nosotros en esos conflictos, y la especie ha ido degradándose hasta convertirse en este absurdo que somos, hombres castrados sin capacidad ninguna de rebeldía ante la Bestia que nos domina, y mucho menos capaces de indignarse lo bastante como empuñar la imprescindible revolución que precisamos ineludiblemente, aunque estemos encerrados, humillados y oprimidos en un callejón sin salida.

En españa, la Guerra Civil, primero, y la posguerra y la dictadura franquista, después, capó a los españoles, convirtiéndonos en criaturas estúpidas y obedientes que solamente sabemos callar con irritante mansedumbre ante las manifiestas injusticias de los poderosos y las bandas políticas, nos dejamos robar y mangonear sin rebeldía, y consentimos toda clase de atropellos en nuestro propio país y contra nuestras propias familias, condenándonos a un infierno de humillación permanente, perdida de derechos, abusos e incluso hambre. No quedan hombres, no queda cpacidad de rebeldía, no resta ya capacidad de lucha y sacrificio: el toro aquella España que supo levantarse mil veces contra la injusticia e inmolarse con heroica bravura por las futuras generaciones, fue castrado, y hoy berrea y ramonea como un cordero, sometiéndose a la Bestia.

¡Quien nos ha visto y quién nos ve! Cuando ojea las páginas de nuestra propia Historia, no puede sino creer que está leyendo un libro de ciencia-ficción o un epítome sobre el devenir de hombres que ya no se dan en esta tierra, y hasta quién sabe si en ninguna, cual si se tratara de una especie extinta. La naturaleza y el género humana se han degradado al mismo tiempo, siendo sustituidas las especies: los toros bravos de ayer, apenas si hoy son vacas lecheras, bueyes o borregos.

La galopante corrupción de la totalidad de las bandas políticas es tan colosal que la sociedad hiede como una sentina; pero no hay condenados, y, ni mucho menos, encarcelados. De que devuelvan el fruto de sus hurtos, ya ni hablamos. Cada día nos asaltan mil escándalos multimillonarios, los pútridos hijos de la Bestia campean felices e impunes por doquier, yéndose a esquiar, frecuentando toda clase de restaurantes y tiendas de lujo, gimnasios de mucho ringorrango, gozándose con placeres animalescos en las carnes humildes, disfrutando mansiones y paraísos terrenales, y llevándose a otros paraísos fiscales el fruto de su latrocinio con absoluta impunidad, mientras los ciudadanos somos saqueados por los bancos, hurtados por los gobiernos y forzados por leyes injustas a pagar los dolos producidos por esa especie infame de ladrones y criminales, llegándose incluso al hambre y la miseria de millones de nosotros; pero nadie protesta, nadie se rebela, nadie se organiza. Salen algunos mansamente a la calle, con mucha cortesía y buenos modales, a pedir por favor y sin contrapartidas, que no los roben, como si esta gentuza entiera el lenguaje de las buenas maneras o pudiera ser movida por una conciencia que los sicópatas y los sociópatas de su ralea no tienen.

El pueblo, manso como un buey manso, baja la cabeza y se acepta las humillaciones y los golpes sin lucha, sin rebeldía, sin aspirar siquiera a la necesaria revolución que ponga las cosas en su sitio o a la insurrección imprescindible que ponga justicia donde los jueces se han manifestado incapaces de ponerla. Al fin, corremos la suerte que nos merecemos: la libertad y la dignidad exigen un precio de renuncia y de sacrificio que los hombres castrados de hoy no parece que estemos dispuestos a pagar. Preferimos ser humillados, derrotados, vencidos, conducidos al matadero a través de la desesperación, el desempleo o el suicidio, a mantenernos en pie y detener la Bestia, gritando “¡Basta!”, “¡Hasta aquí!” o “Ya que la justicia no la aplican los jueces, la revolución implantará la Justicia”, aunque cueste dolor y sangre la osadía. Quien no tiene redaños para luchar por su dignidad, merece que el látigo lo marque.

Víctor Hugo afirmaba ya en los albores del s. XX que “a veces insurrección es resurrección”, y que “la revolución es el acceso que tienen los hombres, a través de la ira, a la Justicia.” Pocos caminos más quedan ya para alcanzar la Justicia social que la revolución. Una revolución que exige una organización distinta de la que existe, toda ella sometida a la Bestia, sean bandas políticas o sindicatos. Ya le hemos condedido demasiado tiempo a la justicia oficial para que actuara y no lo ha hecho, estando cada día peor la situación que el día precedente, y siempre mucho mejor para la carroña corrupta de los potentados. Nada ha remediado la paciencia, la cortesía y los buenos modales, ni siquiera la justicia oficial ha hecho nada por impedir esta deriva hacia el abismo, concentrándose fiscales y jueces en mostrarse especialmente seviciosos y crueles con los pequeños delincuentes y los inocentes, y consintiendo toda clase de atracos y barbaries con los pudientes y los políticos.

No sirven, no solucionan, no remedian nada: tienen que irse y ser depurados. Todo en nuestra realidad de hoy es mentira, maniobra e impunidad. Es mentira lo del 23F, lo del 11M, lo de Alcáser, lo de la crisis, lo de la deuda de los bancos. Vivimos una infecta mentira global, nacional y local, que solamente puede clarificar la rebeldía, la insurrección, la revolución. Nunca fue tan necesaria. Pero sin equivocaciones: ninguna revolución se hace con buenos modos ni se suplica por favor. La libertad y la dignidad no se ruega, se exige, se conquista… o se muere por ella. Deberían comprender los pacifistas, que pacifistas son los hervívoros que nos comemos y que su pacifismo no les libra de convertirse en filetes. Es triste constatar que a lo largo de la Historia solamente han sido escuchados los fuertes y los decididos a todo, y mucho más a los que han mostrado métodos muy expeditos, porque solamente a la fuerza se la respeta: así es el mundo.

Desde el poder, han robado y están robando todo lo que es nuestro, privatizan lo nuestro espuriamente a favor de terceros, nos obligan a pagar sus robos, nos empujan al hambre y la miseria del Tercer Mundo —antesala de la esclavitud a la que nos dirigen, a su matadero—, nos hurtan nuestra Sanidad, nos manipulan con un adoctrinamiento que nombran como Cultura, cierran las puertas de las universidades a nuestros hijos reservándolas para sus bichos, atracan a nuestros ancianos y a los más humildes con las preferentes, nos desposeen de nuestros empleos y nuestras casas, rebajan nuestros salarios, aumentan nuestros impuestos mientras ellos se eximen de pagarlos, expulsan del país a nuestros chicos titulados, se traen a los más infectos mafiosos de todo el mundo trucando las leyes, nos recortan nuestros derechos inalienables, nos convierten en nada más que carne de disfrute, nos mienten, nos engañan, nos someten a la Bestia que adoran…, y el toro español -aquel toro otrora bravo y furioso- mansamente muge y ramonea indolente, creyendo que no le llegará la hora del cuchillo. Pero esa hora llegará ineludiblemente, y lo hará para todos, incluso para los que hoy se creen a salvo.

El toro de España, hoy, solamente sirve para flamear en ceremoniosas banderas pintadas que son agitadas por entusiastas patrioteros en los campos de fútbol, porque en ellos hay verde pasto en el que bien puede ramonear y mugir con la complacencia de un manso borrego. El toro de España se ha travestido de vaca lechera, sus cuernos son un adorno y no una defensa, sus testículos un ornamento que quizás estén esperando tuno de quirófano para un cambio de sexo. Y debe comprenderse que los hombres que no tienen capacidad de rebeldía y que ni siquiera cuando están oprimidos y atrapados en callejones sin salida son capaces de mostrar rebeldía y levantarse orgullosos contra los opresores, son toros que no merecen más honor que el de un cencerro al cuello y un lugar en un matadero que los convierta en filetes.

Noticias relacionadas

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto