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Corinto es una pequeña ciudad griega famosa por sus pasas

Corinto

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Por sus pasas, por su canal y por sus habitantes de la Edad Antigua, aquellos famosos Corintios a los que San Pablo escribió una de las más bellas páginas del Nuevo Testamento: el capítulo XIII de su primera carta.


El famoso “Himno a la caridad” que recoge este texto ha servido como soporte fundamental de muchas de las bodas que se celebran en nuestros templos. Es más, incluso lo he escuchado en alguna boda civil. Es tan hermoso y actual que alguna significada “entendida” ha preguntado que de que poeta se trataba, sin vincularlo con San Pablo.


Cada vez que lo escucho me hace pensar en lo fácil -y lo difícil a la vez- que es ser una persona buena, -distinto por completo de una “buena persona”- sin perjuicio de lo que hagan los demás. Sin ir más lejos, el pasado domingo, que se proclamó en la Eucaristía semanal, el celebrante terminó su homilía reflejando una prueba que indica tu capacidad de amar a los demás. Después de recalcar que las virtudes del cristiano son la fe, la esperanza y la caridad y, como dice el texto, de las tres la más importante es esta última: la caridad -el amor a cambio de nada-, terminó diciendo. “Sí a vosotros os piden favores, sí recurren a vosotros en las dificultades y os agobian con sus problemas, es que sois buenos receptores, que intentáis ayudar y que os preocupáis de los demás. Si no os piden ayuda, es porque saben que no gozáis de la suficiente capacidad de amar para compartir con los demás”.


Esta semana me he sentido un miembro más de esa comunidad de habitantes de Corinto, una pequeña ciudad del Peloponeso famosa por sus pasas, su canal y por su himno al Amor. Este bello fragmento interpela siempre. 

Corinto

Corinto es una pequeña ciudad griega famosa por sus pasas
Manuel Montes Cleries
viernes, 8 de febrero de 2019, 08:53 h (CET)

Por sus pasas, por su canal y por sus habitantes de la Edad Antigua, aquellos famosos Corintios a los que San Pablo escribió una de las más bellas páginas del Nuevo Testamento: el capítulo XIII de su primera carta.


El famoso “Himno a la caridad” que recoge este texto ha servido como soporte fundamental de muchas de las bodas que se celebran en nuestros templos. Es más, incluso lo he escuchado en alguna boda civil. Es tan hermoso y actual que alguna significada “entendida” ha preguntado que de que poeta se trataba, sin vincularlo con San Pablo.


Cada vez que lo escucho me hace pensar en lo fácil -y lo difícil a la vez- que es ser una persona buena, -distinto por completo de una “buena persona”- sin perjuicio de lo que hagan los demás. Sin ir más lejos, el pasado domingo, que se proclamó en la Eucaristía semanal, el celebrante terminó su homilía reflejando una prueba que indica tu capacidad de amar a los demás. Después de recalcar que las virtudes del cristiano son la fe, la esperanza y la caridad y, como dice el texto, de las tres la más importante es esta última: la caridad -el amor a cambio de nada-, terminó diciendo. “Sí a vosotros os piden favores, sí recurren a vosotros en las dificultades y os agobian con sus problemas, es que sois buenos receptores, que intentáis ayudar y que os preocupáis de los demás. Si no os piden ayuda, es porque saben que no gozáis de la suficiente capacidad de amar para compartir con los demás”.


Esta semana me he sentido un miembro más de esa comunidad de habitantes de Corinto, una pequeña ciudad del Peloponeso famosa por sus pasas, su canal y por su himno al Amor. Este bello fragmento interpela siempre. 

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