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Vian supo captar como pocos la deformidad de la sociedad occidental del momento y de la venidera

Boris Vian y las truculentas fantasías

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La vida de Boris Vian fue plena en su cortedad. La certeza de una lábil naturaleza lo catapultó hacia una plenitud sobrecogedora. Sobredotado para surfear lo inusitado, se manejó primorosamente en múltiples facetas creativas. Fue un virtuoso disfrutón. Se podría decir que Vian fue un “pre-” muchas cosas, y ante todo un humanista que cultivó ciencias y letras. Con todo ese mejunje su impetuoso temperamento posibilitaría alquimias del todo regocijantes. Ingeniero, poeta, músico, showman, novelista, inventor, patafísico… fue asimismo un gran iconoclasta conectado con el existencialismo sartriano y no sartriano; bajo la aparente hilaridad de sus producciones se fermentaría un trasfondo profundo, alegórico y paradójico.


Irónico, cáustico, mordaz… esperpentizaría, y de qué manera, la vida burguesa, esa de aquellos cuyos parámetros cegaban cualquier afinada interpretación de tamaño aluvión de magnificencias con diseminado mensaje alojado por entre sus atmósferas imaginativas más allá del molde genérico en que se sustentasen estas.


Otras veces he destacado las cualidades imaginativas que impregnan sus creaciones así como lo chocarrero de sus ardides estilísticos, no en vano juega a esconder lo existencial (ojo, no lo existencialista) tras el expresionismo más desapacible y maravillador. Es idiosincrásica su manera de asir los bajos instintos latentes mostrándolos a la intemperie bajo la luminosidad de su animista fervor, de su filtro animalizador o vegetalizador, de su facilidad para el novelístico guiñol. Vian da un paso más en su dominio del absurdo, anegando este en las arenas movedizas de lo surreal, generando embriagadoras corrientes de desconcertante poesía; soplos de plástico embeleso y de estupefaciente turbación.


Y siguiendo con lo literario, no podemos dejar de aludir a esas arquitecturas mínimas pero suficientes para sostener la sobredosificación de dones que en ellas se alojan. Aquí emerge el ingeniero-literato, el obrador de truculentas fantasías e inverosímiles planteamientos que, a la sazón, no son sino reflejos de la inmundicia de una vida siempre envilecida por la sinrazón y la humana propensión a lo cerril.


Vian supo captar como pocos la deformidad que venía presentando la sociedad occidental del momento, e intuyó la de la venidera, y lo dejó registrado a través de la artística plasmación de muchos de sus flancos.

Boris Vian y las truculentas fantasías

Vian supo captar como pocos la deformidad de la sociedad occidental del momento y de la venidera
Diego Vadillo López
miércoles, 30 de enero de 2019, 09:38 h (CET)

La vida de Boris Vian fue plena en su cortedad. La certeza de una lábil naturaleza lo catapultó hacia una plenitud sobrecogedora. Sobredotado para surfear lo inusitado, se manejó primorosamente en múltiples facetas creativas. Fue un virtuoso disfrutón. Se podría decir que Vian fue un “pre-” muchas cosas, y ante todo un humanista que cultivó ciencias y letras. Con todo ese mejunje su impetuoso temperamento posibilitaría alquimias del todo regocijantes. Ingeniero, poeta, músico, showman, novelista, inventor, patafísico… fue asimismo un gran iconoclasta conectado con el existencialismo sartriano y no sartriano; bajo la aparente hilaridad de sus producciones se fermentaría un trasfondo profundo, alegórico y paradójico.


Irónico, cáustico, mordaz… esperpentizaría, y de qué manera, la vida burguesa, esa de aquellos cuyos parámetros cegaban cualquier afinada interpretación de tamaño aluvión de magnificencias con diseminado mensaje alojado por entre sus atmósferas imaginativas más allá del molde genérico en que se sustentasen estas.


Otras veces he destacado las cualidades imaginativas que impregnan sus creaciones así como lo chocarrero de sus ardides estilísticos, no en vano juega a esconder lo existencial (ojo, no lo existencialista) tras el expresionismo más desapacible y maravillador. Es idiosincrásica su manera de asir los bajos instintos latentes mostrándolos a la intemperie bajo la luminosidad de su animista fervor, de su filtro animalizador o vegetalizador, de su facilidad para el novelístico guiñol. Vian da un paso más en su dominio del absurdo, anegando este en las arenas movedizas de lo surreal, generando embriagadoras corrientes de desconcertante poesía; soplos de plástico embeleso y de estupefaciente turbación.


Y siguiendo con lo literario, no podemos dejar de aludir a esas arquitecturas mínimas pero suficientes para sostener la sobredosificación de dones que en ellas se alojan. Aquí emerge el ingeniero-literato, el obrador de truculentas fantasías e inverosímiles planteamientos que, a la sazón, no son sino reflejos de la inmundicia de una vida siempre envilecida por la sinrazón y la humana propensión a lo cerril.


Vian supo captar como pocos la deformidad que venía presentando la sociedad occidental del momento, e intuyó la de la venidera, y lo dejó registrado a través de la artística plasmación de muchos de sus flancos.

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