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Lo invisible, por serlo y lo visible por no querer verlo; nos embrutecen

Ver o no ver

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La disyuntiva se las trae. Porque ojos que no ven, oídos ensordecidos, o lenguas incapaces de expresarse; se contraponen de forma dramática a quienes pretenden verlo todo, escuchan en exceso, o hablan sin freno. Las opciones se amplían entre incapacidades de varios matices y las intenciones repartidas en espectros extendidos al infinito. El fiel de esa balanza es un INDICADOR impulsado por potencias enigmáticas; apenas conocemos sus rasgos superficiales. Lo cual no impide la percepción momentánea de sus reflejos. La influencia de los deseos, la voluntad, necesidades o imposiciones; marcarán con su sello el resultado final de lo que vemos o no, y hasta que punto.


Es evidente, las disyuntivas radicales suelen ser inquietantes, sobre todo si el camino hacia las respuestas nunca alcanza su término. Somos portadores de una ambigüedad polifacética, apreciamos ideas contradictorias y no logramos desprendernos de sus oscilaciones convertidas en versiones simultáneas. Lo BUENO y lo MALO convergen con rasgos cercanos, contribuyen el uno a la definición del opuesto. Su utilización es también ambivalente, depende de las intenciones asociadas, en un juego vivo de presiones. Incluso lo bueno, tomado como versión absoluta, se convierte en sospechoso por su tendencia a los abusos. Por su parte, el mal intenso, refuerza la idea del bien y lo descubre.

En las apreciaciones individuales influyen de manera decisiva las orientaciones previas, el carácter o el talante del observador. El estado de nerviosismo aturrulla, con gran repercusión sobre las valoraciones. Hay una gran cantidad de factores influyentes capaces hasta de obstaculizarnos la visión, llegan a modificar el sentido de lo percibido. Superan aquello de las perspectivas, provocan auténticas DEFORMACIONES, convertidas después en puntos de partida para futuras elaboraciones; con la consiguiente distorsión de los razonamientos. Tampoco nos sacan de la ambigüedad, si acaso la acentúan. Tirando de su hilo, comprobamos realidades insólitas, que arrastran a grandes agrupaciones sociales.


Las precauciones, los miedos, las inseguridades, suelen hacernos adictos a los camuflajes más insospechados. Aplicamos el arte del engaño dirigido a múltiples objetivos, adoptamos MIMETISMOS expresivos. Bosquejamos formas evocativas, serviles de iniciativas ajenas; la moda, afiliaciones, masificaciones. Los hay ostentosos para el refuerzo de la versión propia. Aunque cobran especial relieve los dirigidos a la acción transitiva con notoria repercusión de cara a las relaciones sociales, para bien o para mal. Son frecuentes los de carácter ofensivo, para infiltrarse contra grupos o personas concretas, sin parar mientes en los disimulos necesarios. Los defensivos también abundan para pasar desapercibidos cuando interesa.


Con la abundante presencia de ambigüedades, ocultamientos y falsedades, la detección de los verdaderos acontecimientos y protagonismos se convierte en una labor intrincada, siempre incompleta e imprecisa. Destaca la grave AMPUTACIÓN social programada desde los puestos de gestión, la de esas personas que no se ven ni cuentan; su existencia no equivale a una presencia real. La visibilidad como gentío es engañosa a la hora de una valoración funcional de sus miembros; quedan reducidos a sus mínimos existenciales. La supuesta participación representativa por delegación queda desmentida por los desprecios recibidos desde las normativas establecidas. Las listas no remedian el desfase.


Tropezamos aquí con una sunto de gran calado para la buena marcha de la sociedad, en pequeñas comarcas como en su globalidad. Lo entrevemos cuanto atendemos a los CRITERIOS empleados en cada ocasión. Los criterios comunales son un peligroso monstruo cuando amputan por sistema las ideas particulares. Mientras los criterios sectoriales apenas existen si están desprovistos del sentido comunitario. Empeñados en las estrategias disgregadoras, en una apropiación indebida de los conocimientos y de la existencia; hacemos oidos sordos ante la realidad del conjunto entrelazado, cada vez más comprobado, integrado en los descubrimientos físicos, cósmicos, biológicos, cerebrales, psíquicos, y los enigmas.


Salvador Dalí refería como de niño, en una publicación observaba la página dedicada a la adivinanza de imágenes. En la confusión de la maleza debía descubrir un conejo. Sorprendía a sus familiares porque en contraba no sólo un canejo, sino varios. Más todavía, podía delimitar con trazos identificables otras figuras en el dibujo. Afirmaba su espíritu PARANOICO, como ilusión sistemática de interpretación. Es decir, todo un sistema básico para su universo artístico, genial para la imaginación y la creatividad en general. Entraba en ese mundo limítrofe entre la realidad y la ilusión, visible o no; que a la vez consigue efectos mágicos creativos, pero también ofensivos, defensivos o perversos. ¡Ay! ¡Lo que consigue ver cada uno!


Por eso, entre otras muchas cosas, al salir a la calle o asomarnos a los medios de comunicación, vemos el asombro plantado en cualquier esquina. En este fenómeno es crucial la figura del TITIRITERO manipulador de los hilos de esos asombros. Las perspectivas ya son de por sí diversificadoras hasta lo insospechado. Pronto se adhieren a los rasgos de los camuflajes dispuestos para la agresión o para pasar desapercibidas con sus correspondientes grados de responsabilidad. Engaños simples o estrategias pérfidas discurrirán por el amplio género de las intencionalidades. Si Dalí nos hablaba de la diversión creativa, las visiones alcanzan matices infinitos de una calibración imprecisa.

Si todo fuera cuestión de comentarios intrascendentes, la placentera exposición de los ejemplos ejercería como un entretenimiento genial. Sin embargo, pronto surgen las crispaciones, las distopías y los sufrimientos. Es abrumador el DRAMA de las SOMBRAS, esa incursión subrepticia de las maniobras promovidas con saña, desencadenantes de los peores perjuicios imaginables. El perfil de estos circuitos penosos consigue entontecer hasta el extremo a gran parte de la sociedad; empezando porque al decirlo así, en términos colectivos, comunitarios, sociales; las personas aparecen difuminadas, sin el perfil concreto de las víctimas ni tampoco el de los victimarios.


El aspecto sombrío de los comportamientos lo tenemos a disposición contemplativa, a la vista de todo quisque. Como en la adivinanza referida por Dalí, el monstruo de siete garras lo tenemos delante; si lo vemos sin ninguna reacción consecuente o nos pasa desapercibido, será un asunto crucial. Las alternativas capciosas proliferan con suplantaciones de lo más inverosímiles. Nos abocan a la imperiosa necesidad de la PERSPICACIA con la magia suficiente para no quedar descalabrados en el empeño. Aturdidos por los entusiasmos vacuos, redes sociales, experiencias retadoras, caraduras o por necedad manifiesta, hemos de superar el retintín del ser o no ser, ese que recuerdo hoy del ver o no ver con tantas circunstancias entrelazadas; ir más allá de su prestancia reflexiva.

Ver o no ver

Lo invisible, por serlo y lo visible por no querer verlo; nos embrutecen
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 25 de enero de 2019, 11:37 h (CET)

La disyuntiva se las trae. Porque ojos que no ven, oídos ensordecidos, o lenguas incapaces de expresarse; se contraponen de forma dramática a quienes pretenden verlo todo, escuchan en exceso, o hablan sin freno. Las opciones se amplían entre incapacidades de varios matices y las intenciones repartidas en espectros extendidos al infinito. El fiel de esa balanza es un INDICADOR impulsado por potencias enigmáticas; apenas conocemos sus rasgos superficiales. Lo cual no impide la percepción momentánea de sus reflejos. La influencia de los deseos, la voluntad, necesidades o imposiciones; marcarán con su sello el resultado final de lo que vemos o no, y hasta que punto.


Es evidente, las disyuntivas radicales suelen ser inquietantes, sobre todo si el camino hacia las respuestas nunca alcanza su término. Somos portadores de una ambigüedad polifacética, apreciamos ideas contradictorias y no logramos desprendernos de sus oscilaciones convertidas en versiones simultáneas. Lo BUENO y lo MALO convergen con rasgos cercanos, contribuyen el uno a la definición del opuesto. Su utilización es también ambivalente, depende de las intenciones asociadas, en un juego vivo de presiones. Incluso lo bueno, tomado como versión absoluta, se convierte en sospechoso por su tendencia a los abusos. Por su parte, el mal intenso, refuerza la idea del bien y lo descubre.

En las apreciaciones individuales influyen de manera decisiva las orientaciones previas, el carácter o el talante del observador. El estado de nerviosismo aturrulla, con gran repercusión sobre las valoraciones. Hay una gran cantidad de factores influyentes capaces hasta de obstaculizarnos la visión, llegan a modificar el sentido de lo percibido. Superan aquello de las perspectivas, provocan auténticas DEFORMACIONES, convertidas después en puntos de partida para futuras elaboraciones; con la consiguiente distorsión de los razonamientos. Tampoco nos sacan de la ambigüedad, si acaso la acentúan. Tirando de su hilo, comprobamos realidades insólitas, que arrastran a grandes agrupaciones sociales.


Las precauciones, los miedos, las inseguridades, suelen hacernos adictos a los camuflajes más insospechados. Aplicamos el arte del engaño dirigido a múltiples objetivos, adoptamos MIMETISMOS expresivos. Bosquejamos formas evocativas, serviles de iniciativas ajenas; la moda, afiliaciones, masificaciones. Los hay ostentosos para el refuerzo de la versión propia. Aunque cobran especial relieve los dirigidos a la acción transitiva con notoria repercusión de cara a las relaciones sociales, para bien o para mal. Son frecuentes los de carácter ofensivo, para infiltrarse contra grupos o personas concretas, sin parar mientes en los disimulos necesarios. Los defensivos también abundan para pasar desapercibidos cuando interesa.


Con la abundante presencia de ambigüedades, ocultamientos y falsedades, la detección de los verdaderos acontecimientos y protagonismos se convierte en una labor intrincada, siempre incompleta e imprecisa. Destaca la grave AMPUTACIÓN social programada desde los puestos de gestión, la de esas personas que no se ven ni cuentan; su existencia no equivale a una presencia real. La visibilidad como gentío es engañosa a la hora de una valoración funcional de sus miembros; quedan reducidos a sus mínimos existenciales. La supuesta participación representativa por delegación queda desmentida por los desprecios recibidos desde las normativas establecidas. Las listas no remedian el desfase.


Tropezamos aquí con una sunto de gran calado para la buena marcha de la sociedad, en pequeñas comarcas como en su globalidad. Lo entrevemos cuanto atendemos a los CRITERIOS empleados en cada ocasión. Los criterios comunales son un peligroso monstruo cuando amputan por sistema las ideas particulares. Mientras los criterios sectoriales apenas existen si están desprovistos del sentido comunitario. Empeñados en las estrategias disgregadoras, en una apropiación indebida de los conocimientos y de la existencia; hacemos oidos sordos ante la realidad del conjunto entrelazado, cada vez más comprobado, integrado en los descubrimientos físicos, cósmicos, biológicos, cerebrales, psíquicos, y los enigmas.


Salvador Dalí refería como de niño, en una publicación observaba la página dedicada a la adivinanza de imágenes. En la confusión de la maleza debía descubrir un conejo. Sorprendía a sus familiares porque en contraba no sólo un canejo, sino varios. Más todavía, podía delimitar con trazos identificables otras figuras en el dibujo. Afirmaba su espíritu PARANOICO, como ilusión sistemática de interpretación. Es decir, todo un sistema básico para su universo artístico, genial para la imaginación y la creatividad en general. Entraba en ese mundo limítrofe entre la realidad y la ilusión, visible o no; que a la vez consigue efectos mágicos creativos, pero también ofensivos, defensivos o perversos. ¡Ay! ¡Lo que consigue ver cada uno!


Por eso, entre otras muchas cosas, al salir a la calle o asomarnos a los medios de comunicación, vemos el asombro plantado en cualquier esquina. En este fenómeno es crucial la figura del TITIRITERO manipulador de los hilos de esos asombros. Las perspectivas ya son de por sí diversificadoras hasta lo insospechado. Pronto se adhieren a los rasgos de los camuflajes dispuestos para la agresión o para pasar desapercibidas con sus correspondientes grados de responsabilidad. Engaños simples o estrategias pérfidas discurrirán por el amplio género de las intencionalidades. Si Dalí nos hablaba de la diversión creativa, las visiones alcanzan matices infinitos de una calibración imprecisa.

Si todo fuera cuestión de comentarios intrascendentes, la placentera exposición de los ejemplos ejercería como un entretenimiento genial. Sin embargo, pronto surgen las crispaciones, las distopías y los sufrimientos. Es abrumador el DRAMA de las SOMBRAS, esa incursión subrepticia de las maniobras promovidas con saña, desencadenantes de los peores perjuicios imaginables. El perfil de estos circuitos penosos consigue entontecer hasta el extremo a gran parte de la sociedad; empezando porque al decirlo así, en términos colectivos, comunitarios, sociales; las personas aparecen difuminadas, sin el perfil concreto de las víctimas ni tampoco el de los victimarios.


El aspecto sombrío de los comportamientos lo tenemos a disposición contemplativa, a la vista de todo quisque. Como en la adivinanza referida por Dalí, el monstruo de siete garras lo tenemos delante; si lo vemos sin ninguna reacción consecuente o nos pasa desapercibido, será un asunto crucial. Las alternativas capciosas proliferan con suplantaciones de lo más inverosímiles. Nos abocan a la imperiosa necesidad de la PERSPICACIA con la magia suficiente para no quedar descalabrados en el empeño. Aturdidos por los entusiasmos vacuos, redes sociales, experiencias retadoras, caraduras o por necedad manifiesta, hemos de superar el retintín del ser o no ser, ese que recuerdo hoy del ver o no ver con tantas circunstancias entrelazadas; ir más allá de su prestancia reflexiva.

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