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¿Cuáles han sido los grandes efectos supuestamente beneficiosos sobre aquellos muchachos que eran reclutados cada año?

Un Ejército, el español, de mercenarios y plurinacional

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En realidad las diferencias que afectan a la tropa del Ejército español desde que está compuesto de voluntarios no es nada que no se pudiera esperar cuando más de 50.000 militares, que firmaron un contrato de caducidad con las FF.AA, con pleno conocimiento de lo que hacían y que su periplo en la milicia terminaría cuando cumplieran los 45 años, edad en la que, en el caso de que no hubiesen ascendido, el contrato caducaría y su destino sería quedarse en la calle en una edad en la que difícilmente es posible encontrar un nuevo empleo que les permita poder sobrevivir durante todo el tiempo de vida laboral que les quedará.


No vamos a juzgar si la demanda que van a presentar unos 800 de ellos tiene visos de poder conseguir lo que se proponen acabar, nada m-as y nada menos con el Decreto 474/1987 que regula la situación laboral del personal de Tropa y Marinería. Estos militares en virtud de dicha disposición queda excluido del Estatuto de los Trabajadores y del Estatuto Básico del Empleado Público. Un vacío legal que convierte a toda esta tropa en “personal eventual” bajo la excusa de la necesidad de cubrir un supuesto “exceso de trabajo”. En teoría, de acuerdo con la mentada Ley de la Tropa y Marinería cabría la posibilidad de que dicho personal, personalizado en la Unión de Militares de Tropa (UMT), pudieran “homologar su trayectoria en el ejército” pero esta equiparación académica para la escala de tropa no se ha llegado a llevar a cabo con el Ministerio de Educación. Lo que suele suceder, se promulgan leyes pero en muchas ocasiones quedan mermadas por falta del desarrollo previsto; algo que también ha sucedido con la esperada Ley de Huelga prevista en la Constitución y que ningún gobierno se ha decidido a desarrollar.


En muchas ocasiones nos hemos preguntado si la anulación del Servicio Militar Obligatorio, que tuvo efectos desde el 1 de Enero del 2000, fue una buena idea o más bien se debió a la presión política que algunos partidos, especialmente de izquierdas, estuvieron haciendo en este sentido, alegando razones tales como que perjudicaban a los jóvenes en sus estudios, en su incorporación al trabajo o en las crecientes, en número, objeciones de conciencia de jóvenes que alegaban ser contrarios a las guerras o en virtud de sus particulares creencias religiosas como era el caso de los Testigos de Jehová. En realidad lo que ocurrió es que el nuevo Ejército español, salvando los mandos intermedios y oficialidad, la tropa se convirtió en un remedo de la Legión Extranjera, donde la tropa se presentaba voluntariamente para formar parte del Ejército español, independientemente de la nacionalidad, antecedentes, religión, ideario político, situación familiar etc. para someterse a un régimen intensivo de entrenamiento militar y bajo una severa disciplina, para convertirse en unidad de élite dispuesta para entrar en combate en cualquier momento en que fuesen requeridos para ello.


La realidad es que con la supresión del SMO el nuevo Ejército, por lo que hace referencia a la tropa, se profesionalizó, adquirió un aspecto menos patriótico y más mercantilista ya que, a diferencia de lo que sucedía con los militares que se incorporaban cada año obligatoriamente percibiendo un salario ridículo y meramente testimonial, los nuevos lo hacían por el simple ánimo de lucro. En el caso de la tropa actual perciben salarios más sustanciosos, van mejor pertrechados y, reciben en muchos casos formación en oficios que, en mera teoría, deberían serles reconocidos cuando, como va a suceder con estos 50.000 elementos a los que nos venimos refiriendo, dejaran de estar de alta en el Ejército para volver a la vida civil.


Mucho nos tememos que, aparte de que nuestro Ejército, en parte por la presión contraria de los partidos políticos que son refractarios a que, en España, haya un Ejército potente, suficientemente avituallado, desde todos los puntos de vista, para poder cumplir, con autosuficiencia y sin depender de ningún otro país o entidades como la OTAN, aquellas funciones, como la defensa de la patria contra cualquier intento de agresión externa y la defensa de la unidad de la misma en tiempos en los que desgraciadamente está amenazada por algunas regiones, empeñadas en conseguir la independencia utilizando todos los medios a su alcance, incluso la traición y los intentos secesionistas, están encomendadas a meros mercenarios. Es cierto que algunos grupos de soldados han sido enviados a misiones en el extranjero bajo el manto protector de la OTAN, cumpliendo con misiones peligrosas y con efectividad; pero en la mayoría de casos hoy, en España, se considera al Ejército como una especie de ONG encargada de apagar fuegos, asistir a la población que ha sufrido los efectos de fenómenos catastróficos naturales o, en el caso de unidades de la Armada, a recoger migrantes que se lanzan temerariamente al mar, en un intento suicida de llegar a nuestras frontera para ser acogidos por la Cruz Roja u otras entidades encargadas de hacerlo.


Pero, ¿cuáles han sido los grandes efectos supuestamente beneficiosos sobre aquellos muchachos que eran reclutados cada año para cumplir con un periodo de instrucción, después del cual eran destinados a las diversas unidades para acabar lo que les quedaba del periodo de “mili” obligatoria? Digamos que, seguramente, la duración del servicio militar cuando era obligatoria era excesivamente larga. Es cierto que no era preciso estar tanto tiempo y que, posiblemente, un servicio militar más intenso, más técnico y práctico hubiera sido suficiente para que la llamada a filas de los nuevos reclutas se hubiera podido hacer en dos o tres fases de modo que, el periodo de permanencia se redujera al tiempo preciso para que cada hombre fuera entrenado y adiestrado en el manejo de las armas y en las tácticas militares que, luego, en caso de una emergencia, pudieran ser llamados a filas para cumplir con su obligación de defender al país de cualquier contingencia adversa.


Es curioso que sistemas parecidos a los que hemos mencionado existan en Suiza o en Israel, donde tienen ejércitos perfectamente dotados de armamento moderno y oficiales y soldados altamente capacitados para que, cada vez que son necesarios se, los requiera para que acudan a sus respectivos puestos de combate a cumplir con su deber. La ventaja está en que cuando llega el momento de luchar los que mejor lo hacen son los que saben que están defendiendo a sus familias, sus amigos o sus conciudadanos algo que, en el caso de los mercenarios, no sucedo por muy expertos y aplicados que sean en su formación militar.


Pero veamos lo que sucede respeto a estos jóvenes que, aparentemente, estaban perjudicados por tener que asistir a cumplir con sus obligaciones con su país, asistiendo a un periodo de entrenamiento y servicio en el Ejército del país. Bien, no es que podamos decir que la juventud, en general y salvando honrosas excepciones, se haya caracterizado por sus esfuerzo en ilustrarse, su mayor asistencia a las aulas, por el menor abandono de sus estudios, por el mayor aprovechamiento del tiempo que decían que les robaba el SMO o por un patriotismo que haya suplico con creces aquel que se les imbuía durante el periodo que permanecían bajo la disciplina militar. Nunca se había visto en la juventud tantos drogadictos, pasotas, antisistema, revolucionarios y desencantados de la vida, muchos sin trabajo y otros dedicados al tráfico rentable de estupefacientes. Pocos son los que, en realidad saben sacar fruto del tiempo que antes se dedicaba al Servicio Militar. Otros, a los que sus familias son incapaces de dominar, que se atreven a enfrentarse a sus propios padres, que son capaces de agredir a sus compañeros de estudios o que se convierten en matones del barrio que nadie es capaz de frenar, campan por sus respetos hasta que acaban por cometer un delito y, si la Justicia actúa, ( algo que no sucede con tanta frecuencia como sería deseable) acaban encerrados en prisión, donde acaban de dar al traste con cualquier resto de decencia que les quedase.


Los que fuimos a servir a la Patria, algunos destinados a tierra africanas, supimos lo que era pasar por la férrea disciplina castrense. Una escuela de humildad, de paciencia, de convivencia y solidaridad con personas de todas las partes de España, unos con estudios, otros analfabetos y otros que nunca en la vida habían pasado por ningún control o sujeción durante los años en los que vivieron en sus respectivas familias. Les puedo asegurar a que, unos meses de instrucción, de un horario que había que respetar, de estar supeditados a las órdenes de cabos, sargentos y suboficiales de genio variable y con pocos escrúpulos a la hora de sancionar una falta, obraban milagros en aquellos que se creyeron que podrían seguir chuleando al resto o que serían capaces de imponer su voluntad a los oficiales que les mandaban. ¿Era bueno o no para la mayoría de los reclutas que acudían con la idea de que iban a seguir viviendo como lo hacían con sus respetivas familias? Incluso los que no creaban problemas, los que tenían estudios o los que ya tenían en la vida civil u oficio o una carrera universitaria salían beneficiados y reforzados cuando se veían en la necesidad de convivir con personas de otras capas sociales, se replanteaban su visión de las cosas y aprendían a valerse por sí mismos al no tener a nadie que les sacara de los apuros en los que se encontraban.


Sí señores, pienso que fue un error suprimir el Servicio Militar en lugar de plantearse la posibilidad de reducir el tiempo en que cada español tenía que permanecer en el Ejército. Una reducción del tiempo a seis meses o incluso a cuatro meses, con instrucción intensiva y prácticas para conocer de cerca los avatares de la guerra, hubiera sido una solución capaz de contestar a todos aquellos que argumentaban que el Servicio Militar sólo era una pérdida de tiempo. Es muy posible que una cura intensiva de disciplina y unas lecciones de patriotismo, hubieran sido de gran utilidad para evitar que, como ha sucedido, muchos jóvenes de la actualidad hayan echado a perder sus vidas entregados a vicios y a haraganería que nada más ha servido para convertirlos en seres irrecuperables, dominados por los vicios y las drogas.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, les podemos asegurar que los que tuvieron la oportunidad de ser llamados a filas e, incluso, de ser destinados a África, aunque el principio sentimos la natural congoja de tener que abandonar nuestra familia para viajar a un lugar desconocido, sin saber lo que nos espera en él; pasados los años y reflexionando sobre lo que fueron aquellos tiempos de la “mili” , estamos convencidos de que, en realidad, lo mejor que nos pudo suceder y que, el tiempo supuestamente “perdido” sirviendo a España, ha sido un verdadero regalo para nuestra formación y autoestima.

Un Ejército, el español, de mercenarios y plurinacional

¿Cuáles han sido los grandes efectos supuestamente beneficiosos sobre aquellos muchachos que eran reclutados cada año?
Miguel Massanet
jueves, 29 de noviembre de 2018, 00:06 h (CET)

En realidad las diferencias que afectan a la tropa del Ejército español desde que está compuesto de voluntarios no es nada que no se pudiera esperar cuando más de 50.000 militares, que firmaron un contrato de caducidad con las FF.AA, con pleno conocimiento de lo que hacían y que su periplo en la milicia terminaría cuando cumplieran los 45 años, edad en la que, en el caso de que no hubiesen ascendido, el contrato caducaría y su destino sería quedarse en la calle en una edad en la que difícilmente es posible encontrar un nuevo empleo que les permita poder sobrevivir durante todo el tiempo de vida laboral que les quedará.


No vamos a juzgar si la demanda que van a presentar unos 800 de ellos tiene visos de poder conseguir lo que se proponen acabar, nada m-as y nada menos con el Decreto 474/1987 que regula la situación laboral del personal de Tropa y Marinería. Estos militares en virtud de dicha disposición queda excluido del Estatuto de los Trabajadores y del Estatuto Básico del Empleado Público. Un vacío legal que convierte a toda esta tropa en “personal eventual” bajo la excusa de la necesidad de cubrir un supuesto “exceso de trabajo”. En teoría, de acuerdo con la mentada Ley de la Tropa y Marinería cabría la posibilidad de que dicho personal, personalizado en la Unión de Militares de Tropa (UMT), pudieran “homologar su trayectoria en el ejército” pero esta equiparación académica para la escala de tropa no se ha llegado a llevar a cabo con el Ministerio de Educación. Lo que suele suceder, se promulgan leyes pero en muchas ocasiones quedan mermadas por falta del desarrollo previsto; algo que también ha sucedido con la esperada Ley de Huelga prevista en la Constitución y que ningún gobierno se ha decidido a desarrollar.


En muchas ocasiones nos hemos preguntado si la anulación del Servicio Militar Obligatorio, que tuvo efectos desde el 1 de Enero del 2000, fue una buena idea o más bien se debió a la presión política que algunos partidos, especialmente de izquierdas, estuvieron haciendo en este sentido, alegando razones tales como que perjudicaban a los jóvenes en sus estudios, en su incorporación al trabajo o en las crecientes, en número, objeciones de conciencia de jóvenes que alegaban ser contrarios a las guerras o en virtud de sus particulares creencias religiosas como era el caso de los Testigos de Jehová. En realidad lo que ocurrió es que el nuevo Ejército español, salvando los mandos intermedios y oficialidad, la tropa se convirtió en un remedo de la Legión Extranjera, donde la tropa se presentaba voluntariamente para formar parte del Ejército español, independientemente de la nacionalidad, antecedentes, religión, ideario político, situación familiar etc. para someterse a un régimen intensivo de entrenamiento militar y bajo una severa disciplina, para convertirse en unidad de élite dispuesta para entrar en combate en cualquier momento en que fuesen requeridos para ello.


La realidad es que con la supresión del SMO el nuevo Ejército, por lo que hace referencia a la tropa, se profesionalizó, adquirió un aspecto menos patriótico y más mercantilista ya que, a diferencia de lo que sucedía con los militares que se incorporaban cada año obligatoriamente percibiendo un salario ridículo y meramente testimonial, los nuevos lo hacían por el simple ánimo de lucro. En el caso de la tropa actual perciben salarios más sustanciosos, van mejor pertrechados y, reciben en muchos casos formación en oficios que, en mera teoría, deberían serles reconocidos cuando, como va a suceder con estos 50.000 elementos a los que nos venimos refiriendo, dejaran de estar de alta en el Ejército para volver a la vida civil.


Mucho nos tememos que, aparte de que nuestro Ejército, en parte por la presión contraria de los partidos políticos que son refractarios a que, en España, haya un Ejército potente, suficientemente avituallado, desde todos los puntos de vista, para poder cumplir, con autosuficiencia y sin depender de ningún otro país o entidades como la OTAN, aquellas funciones, como la defensa de la patria contra cualquier intento de agresión externa y la defensa de la unidad de la misma en tiempos en los que desgraciadamente está amenazada por algunas regiones, empeñadas en conseguir la independencia utilizando todos los medios a su alcance, incluso la traición y los intentos secesionistas, están encomendadas a meros mercenarios. Es cierto que algunos grupos de soldados han sido enviados a misiones en el extranjero bajo el manto protector de la OTAN, cumpliendo con misiones peligrosas y con efectividad; pero en la mayoría de casos hoy, en España, se considera al Ejército como una especie de ONG encargada de apagar fuegos, asistir a la población que ha sufrido los efectos de fenómenos catastróficos naturales o, en el caso de unidades de la Armada, a recoger migrantes que se lanzan temerariamente al mar, en un intento suicida de llegar a nuestras frontera para ser acogidos por la Cruz Roja u otras entidades encargadas de hacerlo.


Pero, ¿cuáles han sido los grandes efectos supuestamente beneficiosos sobre aquellos muchachos que eran reclutados cada año para cumplir con un periodo de instrucción, después del cual eran destinados a las diversas unidades para acabar lo que les quedaba del periodo de “mili” obligatoria? Digamos que, seguramente, la duración del servicio militar cuando era obligatoria era excesivamente larga. Es cierto que no era preciso estar tanto tiempo y que, posiblemente, un servicio militar más intenso, más técnico y práctico hubiera sido suficiente para que la llamada a filas de los nuevos reclutas se hubiera podido hacer en dos o tres fases de modo que, el periodo de permanencia se redujera al tiempo preciso para que cada hombre fuera entrenado y adiestrado en el manejo de las armas y en las tácticas militares que, luego, en caso de una emergencia, pudieran ser llamados a filas para cumplir con su obligación de defender al país de cualquier contingencia adversa.


Es curioso que sistemas parecidos a los que hemos mencionado existan en Suiza o en Israel, donde tienen ejércitos perfectamente dotados de armamento moderno y oficiales y soldados altamente capacitados para que, cada vez que son necesarios se, los requiera para que acudan a sus respectivos puestos de combate a cumplir con su deber. La ventaja está en que cuando llega el momento de luchar los que mejor lo hacen son los que saben que están defendiendo a sus familias, sus amigos o sus conciudadanos algo que, en el caso de los mercenarios, no sucedo por muy expertos y aplicados que sean en su formación militar.


Pero veamos lo que sucede respeto a estos jóvenes que, aparentemente, estaban perjudicados por tener que asistir a cumplir con sus obligaciones con su país, asistiendo a un periodo de entrenamiento y servicio en el Ejército del país. Bien, no es que podamos decir que la juventud, en general y salvando honrosas excepciones, se haya caracterizado por sus esfuerzo en ilustrarse, su mayor asistencia a las aulas, por el menor abandono de sus estudios, por el mayor aprovechamiento del tiempo que decían que les robaba el SMO o por un patriotismo que haya suplico con creces aquel que se les imbuía durante el periodo que permanecían bajo la disciplina militar. Nunca se había visto en la juventud tantos drogadictos, pasotas, antisistema, revolucionarios y desencantados de la vida, muchos sin trabajo y otros dedicados al tráfico rentable de estupefacientes. Pocos son los que, en realidad saben sacar fruto del tiempo que antes se dedicaba al Servicio Militar. Otros, a los que sus familias son incapaces de dominar, que se atreven a enfrentarse a sus propios padres, que son capaces de agredir a sus compañeros de estudios o que se convierten en matones del barrio que nadie es capaz de frenar, campan por sus respetos hasta que acaban por cometer un delito y, si la Justicia actúa, ( algo que no sucede con tanta frecuencia como sería deseable) acaban encerrados en prisión, donde acaban de dar al traste con cualquier resto de decencia que les quedase.


Los que fuimos a servir a la Patria, algunos destinados a tierra africanas, supimos lo que era pasar por la férrea disciplina castrense. Una escuela de humildad, de paciencia, de convivencia y solidaridad con personas de todas las partes de España, unos con estudios, otros analfabetos y otros que nunca en la vida habían pasado por ningún control o sujeción durante los años en los que vivieron en sus respectivas familias. Les puedo asegurar a que, unos meses de instrucción, de un horario que había que respetar, de estar supeditados a las órdenes de cabos, sargentos y suboficiales de genio variable y con pocos escrúpulos a la hora de sancionar una falta, obraban milagros en aquellos que se creyeron que podrían seguir chuleando al resto o que serían capaces de imponer su voluntad a los oficiales que les mandaban. ¿Era bueno o no para la mayoría de los reclutas que acudían con la idea de que iban a seguir viviendo como lo hacían con sus respetivas familias? Incluso los que no creaban problemas, los que tenían estudios o los que ya tenían en la vida civil u oficio o una carrera universitaria salían beneficiados y reforzados cuando se veían en la necesidad de convivir con personas de otras capas sociales, se replanteaban su visión de las cosas y aprendían a valerse por sí mismos al no tener a nadie que les sacara de los apuros en los que se encontraban.


Sí señores, pienso que fue un error suprimir el Servicio Militar en lugar de plantearse la posibilidad de reducir el tiempo en que cada español tenía que permanecer en el Ejército. Una reducción del tiempo a seis meses o incluso a cuatro meses, con instrucción intensiva y prácticas para conocer de cerca los avatares de la guerra, hubiera sido una solución capaz de contestar a todos aquellos que argumentaban que el Servicio Militar sólo era una pérdida de tiempo. Es muy posible que una cura intensiva de disciplina y unas lecciones de patriotismo, hubieran sido de gran utilidad para evitar que, como ha sucedido, muchos jóvenes de la actualidad hayan echado a perder sus vidas entregados a vicios y a haraganería que nada más ha servido para convertirlos en seres irrecuperables, dominados por los vicios y las drogas.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, les podemos asegurar que los que tuvieron la oportunidad de ser llamados a filas e, incluso, de ser destinados a África, aunque el principio sentimos la natural congoja de tener que abandonar nuestra familia para viajar a un lugar desconocido, sin saber lo que nos espera en él; pasados los años y reflexionando sobre lo que fueron aquellos tiempos de la “mili” , estamos convencidos de que, en realidad, lo mejor que nos pudo suceder y que, el tiempo supuestamente “perdido” sirviendo a España, ha sido un verdadero regalo para nuestra formación y autoestima.

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