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Frente a la estridencia de la política, nos queda el filtro de la eufonía

Catacrético fervor

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Ante tanto desatino, gran parte del cual procede de las altas instancias políticas, a uno le quedan pocos reductos adonde replegarse.


“Por la eufonía me he salvado”, escribía Francisco Umbral cuando hacía balance de la década de gobierno socialista en la que entrevería numerosas sombras, como queda de manifiesto en el que se convirtió en su libro de la discordia cuando, a su entender, Mercedes Milá hurtó grande tiempo del programa que en aquel tiempo presentaba al glosado de este, lo que suscitó ese tan célebre acceso de ira que ya siempre lo precedería.


Las sombras siguen planeando sobre la apodada como “nueva política”, que en puridad solo es nueva en accesorios y cosméticos detalles, porque la casta lo sigue siendo, por más que, de boquilla, teatralicen más o menos empatía con el doliente pueblo llano. Los partidos siguen siendo artefactos para la acaparación y reparto del poder, embebidos en pugnas, purgas y conchabeos con sus adversarios y correligionarios; continúan siendo embudos insorteables para el acceso a las oligarquías que imponen su “ley de hierro” (Michels dixit). Siguen dedicándose a la política tipos que no han tenido otra profesión y que se llenan la boca de vacua teoría, la cual recitan sin haber tocado ni por asomo esa otra realidad que asumen como objeto de su paternal atención teórico-retórica.


Y tenemos que soportar comparecencias de expresidentes de murcielagal aspecto diciendo sandeces en comisiones que no llevan a ninguna parte y por las que sus señorías cobran opíparas dietas, mientras los fondos buitre campan a sus anchas ante la indolencia de los poderes públicos y de los partidos, que están “a otra cosa”. La abogada Alejandra Jacinto, muy implicada en esta lucha, explicaba claramente el objetivo de tales prácticas rapiñeras: “El único objetivo es expulsar a los vecinos de toda la vida, que pagan rentas ajustadas a sus ingresos, y vaciar los edificios para sacarlos al mercado inmobiliario, primero en alquiler, porque hay una burbuja, y más adelante venderlos. Están haciendo un verdadero ‘mobbing’ inmobiliario contra todos los vecinos para expulsarlos” (1). Tesitura ante la que la abogada sugería la importancia de la “organización popular” en aras de: “señalar a los responsables que están permitiendo que esto suceda, las Administraciones públicas, las empresas que entienden la vivienda como un bien especulativo, y plantarles cara. Y luego está la vía judicial” (2). Si en última instancia solo nos queda la “organización popular”, ¿para qué pagamos impuestos para sostener un sistema político-administrativo?



Y lo que ya es la caraba es el tema de las titulaciones de “sus señorías”. Un ingente rebaño de titulados apócrifos gestiona el poder legislativo. Casi nada. Con lo que tal cosa supone de pérdida de sentido de la educación, cuyos títulos no serían consecuencia de un aprendizaje obtenido, sino de un prurito acumulativo, lo que ha provocado en nuestra sociedad una insalubre “inflación curricular”, que no conllevaría mayor capacitación, pues se ofertan con fines crematísticos cursos y posgrados de lo que sea.



Sartori apuntaba cuatro hipótesis en la relación entre el poder y el saber: “1) poder sin saber; 2) saber sin poder; 3) los que saben tienen también poder; 4) los que tienen poder también saben” (3). Juzguen ustedes dónde cabría cada una de sus señorías, aunque quizá haya que tener en cuenta lo que seguía apuntando Sartori: “Aun cuando gobernaran los hombres de ciencia, quedaría por demostrar que gobernarían ‘como’ científicos” (4), ya que hay muchos espurios intereses —esto lo digo yo— tironeando la labor del alto cargo político. Sartori da otra clave cuando continua diciendo: “Los trabajadores mentales son más maleables que los trabajadores manuales; su mente es ágil, actúa de prisa, y encuentra rápidamente maneras y motivos para adaptarse” (5).



Y dado que la política, tal y como la entendemos, malea al más pintado; vulgariza al más “a priori” honorable, habría que articular una “ingeniería social” al servicio del ciudadano, sometiendo al bien social todo aquello que atenta contra él; pero no esperemos que, en el actual estado de las cosas, se pueda hallar solución alguna. Paradigmático resultó el caso de Torrelodones, donde un “partido vecinal” subsanó la deuda que dejó el partido que ahora los amenaza intentando echarlos mediante el empleo de no muy “buenas artes”.



Los jubilados, dechado de experiencia, lo tienen claro; por eso no cejan en su lucha por el futuro.



En días en que los adultos van en patinete, hemos de pisar tierra firme y estar atentos para que el futuro sea más digno que este presente burdo y deshumanizado. Por eso comenzábamos este artículo aludiendo a Umbral y a su sentido de la eufonía para filtrar la inmundicia. Yo hice la “catacresis” en pos de comulgar con la más inefable forma de aprehender la realidad, y en Umbral atisbé un caudal de literaria magnificencia que filtraba el lacerante panorama que refería.



Umbal, sin títulos académicos, ni reales ni virtuales, creó una de las más fascinantes estéticas literarias; un ingeniero con estudios “yanquis” en marketing como Teodoro García, verbigracia, muestra patentes problemas de expresión oral, manejándose con un fondo discursivo invariablemente ramplón; una ramplonería sinecdótica del estado actual de la clase política.



En fin, mientras no llegue un sentido fraternal y coparticipado de la gestión política, nos refugiaremos de cuando en cuando en lo catacrético-literario.


Notas

(1) Medina, Miguel Ángel (17-9-2018): “Alejandra Jacinto. ‘Los fondos buitre nos agreden de forma salvaje’”, “El País Madrid”, p. 8.

(2) Ibid.

(3) Sartori, Giovanni (1984): “La política. Lógica y método en las ciencias sociales”, FCE, México, p. 328.

(4) Ibid.

(5) Ibid.

Catacrético fervor

Frente a la estridencia de la política, nos queda el filtro de la eufonía
Diego Vadillo López
lunes, 24 de septiembre de 2018, 08:34 h (CET)

Ante tanto desatino, gran parte del cual procede de las altas instancias políticas, a uno le quedan pocos reductos adonde replegarse.


“Por la eufonía me he salvado”, escribía Francisco Umbral cuando hacía balance de la década de gobierno socialista en la que entrevería numerosas sombras, como queda de manifiesto en el que se convirtió en su libro de la discordia cuando, a su entender, Mercedes Milá hurtó grande tiempo del programa que en aquel tiempo presentaba al glosado de este, lo que suscitó ese tan célebre acceso de ira que ya siempre lo precedería.


Las sombras siguen planeando sobre la apodada como “nueva política”, que en puridad solo es nueva en accesorios y cosméticos detalles, porque la casta lo sigue siendo, por más que, de boquilla, teatralicen más o menos empatía con el doliente pueblo llano. Los partidos siguen siendo artefactos para la acaparación y reparto del poder, embebidos en pugnas, purgas y conchabeos con sus adversarios y correligionarios; continúan siendo embudos insorteables para el acceso a las oligarquías que imponen su “ley de hierro” (Michels dixit). Siguen dedicándose a la política tipos que no han tenido otra profesión y que se llenan la boca de vacua teoría, la cual recitan sin haber tocado ni por asomo esa otra realidad que asumen como objeto de su paternal atención teórico-retórica.


Y tenemos que soportar comparecencias de expresidentes de murcielagal aspecto diciendo sandeces en comisiones que no llevan a ninguna parte y por las que sus señorías cobran opíparas dietas, mientras los fondos buitre campan a sus anchas ante la indolencia de los poderes públicos y de los partidos, que están “a otra cosa”. La abogada Alejandra Jacinto, muy implicada en esta lucha, explicaba claramente el objetivo de tales prácticas rapiñeras: “El único objetivo es expulsar a los vecinos de toda la vida, que pagan rentas ajustadas a sus ingresos, y vaciar los edificios para sacarlos al mercado inmobiliario, primero en alquiler, porque hay una burbuja, y más adelante venderlos. Están haciendo un verdadero ‘mobbing’ inmobiliario contra todos los vecinos para expulsarlos” (1). Tesitura ante la que la abogada sugería la importancia de la “organización popular” en aras de: “señalar a los responsables que están permitiendo que esto suceda, las Administraciones públicas, las empresas que entienden la vivienda como un bien especulativo, y plantarles cara. Y luego está la vía judicial” (2). Si en última instancia solo nos queda la “organización popular”, ¿para qué pagamos impuestos para sostener un sistema político-administrativo?



Y lo que ya es la caraba es el tema de las titulaciones de “sus señorías”. Un ingente rebaño de titulados apócrifos gestiona el poder legislativo. Casi nada. Con lo que tal cosa supone de pérdida de sentido de la educación, cuyos títulos no serían consecuencia de un aprendizaje obtenido, sino de un prurito acumulativo, lo que ha provocado en nuestra sociedad una insalubre “inflación curricular”, que no conllevaría mayor capacitación, pues se ofertan con fines crematísticos cursos y posgrados de lo que sea.



Sartori apuntaba cuatro hipótesis en la relación entre el poder y el saber: “1) poder sin saber; 2) saber sin poder; 3) los que saben tienen también poder; 4) los que tienen poder también saben” (3). Juzguen ustedes dónde cabría cada una de sus señorías, aunque quizá haya que tener en cuenta lo que seguía apuntando Sartori: “Aun cuando gobernaran los hombres de ciencia, quedaría por demostrar que gobernarían ‘como’ científicos” (4), ya que hay muchos espurios intereses —esto lo digo yo— tironeando la labor del alto cargo político. Sartori da otra clave cuando continua diciendo: “Los trabajadores mentales son más maleables que los trabajadores manuales; su mente es ágil, actúa de prisa, y encuentra rápidamente maneras y motivos para adaptarse” (5).



Y dado que la política, tal y como la entendemos, malea al más pintado; vulgariza al más “a priori” honorable, habría que articular una “ingeniería social” al servicio del ciudadano, sometiendo al bien social todo aquello que atenta contra él; pero no esperemos que, en el actual estado de las cosas, se pueda hallar solución alguna. Paradigmático resultó el caso de Torrelodones, donde un “partido vecinal” subsanó la deuda que dejó el partido que ahora los amenaza intentando echarlos mediante el empleo de no muy “buenas artes”.



Los jubilados, dechado de experiencia, lo tienen claro; por eso no cejan en su lucha por el futuro.



En días en que los adultos van en patinete, hemos de pisar tierra firme y estar atentos para que el futuro sea más digno que este presente burdo y deshumanizado. Por eso comenzábamos este artículo aludiendo a Umbral y a su sentido de la eufonía para filtrar la inmundicia. Yo hice la “catacresis” en pos de comulgar con la más inefable forma de aprehender la realidad, y en Umbral atisbé un caudal de literaria magnificencia que filtraba el lacerante panorama que refería.



Umbal, sin títulos académicos, ni reales ni virtuales, creó una de las más fascinantes estéticas literarias; un ingeniero con estudios “yanquis” en marketing como Teodoro García, verbigracia, muestra patentes problemas de expresión oral, manejándose con un fondo discursivo invariablemente ramplón; una ramplonería sinecdótica del estado actual de la clase política.



En fin, mientras no llegue un sentido fraternal y coparticipado de la gestión política, nos refugiaremos de cuando en cuando en lo catacrético-literario.


Notas

(1) Medina, Miguel Ángel (17-9-2018): “Alejandra Jacinto. ‘Los fondos buitre nos agreden de forma salvaje’”, “El País Madrid”, p. 8.

(2) Ibid.

(3) Sartori, Giovanni (1984): “La política. Lógica y método en las ciencias sociales”, FCE, México, p. 328.

(4) Ibid.

(5) Ibid.

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