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Es una malévola tendencia, favorecemos los prejuicios y protestamos contra sus penosas consecuencias

Prejuicios contra las personas

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Habrá pocas cuestiones tan claras como la complejidad constitutiva de la persona. Los humanos, vistos como entes particulares, somos como un pozo sin fondo. Desde el mismo hálito de la vida, las partículas y mecanismos implicados, las elucubraciones mentales, emociones, ideas, iniciativas; gravitan sobre ese desconocimiento inconmensurable, que a lo sumo intuimos. En este entramado queda patente la teoría de la RELATIVIDAD. De las finuras astutas a los groseros borbotones de la estulticia, de la retórica procedente de las poltronas a los balbuceos de los menesterosos, de la sensatez a la necedad; participantes afanosos en el caótico dibujo entrañable de las llamadas comunidades.


La corriente de los avances científicos con las deslumbrantes tecnologías, continua su curso prodigioso, crean una adicción que monopoliza a las personas y las desdeña como tales al mismo tiempo. Mientras, siguen impertérritos grandes azotes de la Humanidad, marginados, hambre, pobreza, frivolidad, violencias y desinterés por el cultivo de las cualidades humanas. Es una DISCORDANCIA antigua, enquistada quizá e irreversible por las trazas percibidas, mostrada en sus dimensiones actuales con la intensificación de sus crueldades.


Maniobramos con un enfoque antropológico perentorio, porque adolece de una CARENCIA radical, no considera a la persona en su totalidad; configura una antropología amputada, le faltan secciones fundamentales. De lo cual se resienten las intimidades y la vida en común, en la medida que se prescinde del sentido primordial de la vida, valoraciones del pensamiento y emociones, respeto y amor. Sí, sí, ese fondo indomeñable para las máquinas, estadísticas, algoritmos, redes e instituciones. Las rendijas provocadas por los desciuidos permiten el paso de las frías ventoleras inclementes.


Gustavo Bueno señalaba el carácter alarmante de las mencionadas incoherencias, sobre todo por la supresión de la dignidad del individuo, entre las teorías y comprobaciones de las investigaciones. Para todo aquello que no encuentran explicación encuentran el lugar adecuado, el silenciamiento; de las inquietudes, ilusiones o miserias particulares. Los medidores, parámetros, mangoneadores, pasan a ser los nuevos ÍDOLOS; han conseguido la desaparición de otras consideraciones, haciendo uso de sus potencias intolerantes, de afanes totalitarios, erradas también, porque por encima de sus actuaciones alumbran todavía con fuerza los supuestos factores inexistentes o desaparecidos.


Precisamente, de la esencia de la persona viene el carácter elusivo de buena parte de sus características, que si bien pueden ser percibidas por sus congéneres, nunca podrán ser aprehendidas por otros individuos que no sean sus portadores. Intuiciones, deseos, voluntades, aprensiones, angustias o satisfacciones, circulan por aquellos circuitos alejados de las pruebas científicas. En el sector LEGISLATIVO comprobamos de manera nítida estas discordancias. Las leyes adolecen con frecuencia del mentado prejuicio, esa tendencia al trato frío, que prescinde de las principales cualidades de los afectados. De ahí surgen desproporciones, agravios, impunidades, malversaciones. El prejuicio simplista introduce agravantes despersonalizadores.


Por triste que pudiera parecernos, el bucle generador de estos prejuicios no es pura mecánica; brotan, se ponen en marcha, desde los grupos de personas desentendidas de las esencias. Da igual que se trate de una persona, cientos de diputados u oportunistas del montón circulante. Desde su mentalidad sectaria, elaboran normativas y decisiones alejadas de la persona genuina, incluso las suyas. Esa DEGRADACIÓN repercute siempre sobre los más débiles, sea por su incapacidad o por su pasividad; aunque afecta a todos en general. El progreso no se vislumbra en el tratamiento de estas cualidades, a no ser, de cara a los beneficiados por las estructuras diseñadas y las fuerzas activadas.

Asomados al fragor de los ambientes, me hago una pregunta para la que no sé si ustedes tendrán clara la respuesta, yo sí. Ante los monstruos actuantes contra las niñas de Alcasser, Marta del Castillo, Diana Quer, etc.; la manada de los violadores, la opulencia ostentosa de los corruptos, los políticos que no respetan la ley, la cuadrilla que mata de una paliza a un ciudadano en Bilbao, los asesinos de ETA que aún colean; digo, ¿El prejuicio orquestado por la sociedad a quién favorece? ¿A las víctimas y a sus familiares? ¿A los descabalados que pasean con desfachatez entre las víctimas? ¿Hay o no hay prejuicios en cuanto al trato? ¿Quién acaba antes con las penosas consecuencias?

El prejuicio suele sembrarse pronto, sin mayores dificultades para el esparcimiento de las SEMILLAS; es cosa habitual que la siembra se efectúe con el beneplácito de amplias mayorías. No es otra cosa la abdicación comunitaria respecto a la consideración de la moral o la ética, reducidas a las apetencias individuales, sin otros razonamientos. Si falla lo anterior, porqué deberá contenerse el monstruo. Si el vecino sólo es un número en el padrón, o ni siquiera eso, los impedimentos reguladores disminuyen. Si no hay manera de enlazar dos palabras en el supuesto diálogo, ni nos adentramos en el debate.; no queda ninguna opción para una calibración adecuada. En efecto, en ese supuesto, ruge la marabunta.


La siembra de ideas y actitudes está muy relacionada con las tareas educativas, en las cuales, las maneras adoptadas y los contenidos serán determinantes. Al observar en dichas actitudes, imposiciones linguísticas, falsificaciones de los documentos históricos o flagrantes adoctrinamientos sectarios, debieran sonar las alarmas estridentes. Sobre todo cuando desaparece el más elemental respeto al pensamiento libre, acosado por toda clase de coacciones. Tan desquiciadas TRAMOYAS, pese a su carácter intempestivo, crecen como setas, adobadas por los augurios de gente oportunista.


Uno de los prejuicios despersonalizadores fue penetrando en los hábitos comunitarios de manera subrepticia. Configura la tendencia a valorar las decisiones de cara a las recompensas presumibles o los castigos correspondientes, como respuesta a las actuaciones. Derivan en un acomodo poco atento a las repercusiones sobre los demás, a salir lo mejor parado posible; quedando asi un tanto dislocada la entidad personal. Mientras, sólo la DIGNIDAD propia es la que otorga valor a las actuaciones. Para bien, porque nadie sustituirá ese carácter propio de la responsabilidad. Para mal, debido al abandono del cultivo de estas cualidades, como factor decisivo para la deriva hacia los avances de la necedad.


La abundancia de recursos no resuelve la incertidumbre con respecto a la conciencia de un sujeto, a sus intenciones, y por lo tanto, a sus decisiones. Quizá provenga de esa inseguridad la importancia de seguir apuntando al BIEN COMÚN, universal, como recurso orientador. No parece buena estrategia que entre los impulsos y el deber, derivemos la responsabilidad hacia los colectivismos, que nunca suplantarán a la persona.

Prejuicios contra las personas

Es una malévola tendencia, favorecemos los prejuicios y protestamos contra sus penosas consecuencias
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 21 de septiembre de 2018, 08:22 h (CET)

Habrá pocas cuestiones tan claras como la complejidad constitutiva de la persona. Los humanos, vistos como entes particulares, somos como un pozo sin fondo. Desde el mismo hálito de la vida, las partículas y mecanismos implicados, las elucubraciones mentales, emociones, ideas, iniciativas; gravitan sobre ese desconocimiento inconmensurable, que a lo sumo intuimos. En este entramado queda patente la teoría de la RELATIVIDAD. De las finuras astutas a los groseros borbotones de la estulticia, de la retórica procedente de las poltronas a los balbuceos de los menesterosos, de la sensatez a la necedad; participantes afanosos en el caótico dibujo entrañable de las llamadas comunidades.


La corriente de los avances científicos con las deslumbrantes tecnologías, continua su curso prodigioso, crean una adicción que monopoliza a las personas y las desdeña como tales al mismo tiempo. Mientras, siguen impertérritos grandes azotes de la Humanidad, marginados, hambre, pobreza, frivolidad, violencias y desinterés por el cultivo de las cualidades humanas. Es una DISCORDANCIA antigua, enquistada quizá e irreversible por las trazas percibidas, mostrada en sus dimensiones actuales con la intensificación de sus crueldades.


Maniobramos con un enfoque antropológico perentorio, porque adolece de una CARENCIA radical, no considera a la persona en su totalidad; configura una antropología amputada, le faltan secciones fundamentales. De lo cual se resienten las intimidades y la vida en común, en la medida que se prescinde del sentido primordial de la vida, valoraciones del pensamiento y emociones, respeto y amor. Sí, sí, ese fondo indomeñable para las máquinas, estadísticas, algoritmos, redes e instituciones. Las rendijas provocadas por los desciuidos permiten el paso de las frías ventoleras inclementes.


Gustavo Bueno señalaba el carácter alarmante de las mencionadas incoherencias, sobre todo por la supresión de la dignidad del individuo, entre las teorías y comprobaciones de las investigaciones. Para todo aquello que no encuentran explicación encuentran el lugar adecuado, el silenciamiento; de las inquietudes, ilusiones o miserias particulares. Los medidores, parámetros, mangoneadores, pasan a ser los nuevos ÍDOLOS; han conseguido la desaparición de otras consideraciones, haciendo uso de sus potencias intolerantes, de afanes totalitarios, erradas también, porque por encima de sus actuaciones alumbran todavía con fuerza los supuestos factores inexistentes o desaparecidos.


Precisamente, de la esencia de la persona viene el carácter elusivo de buena parte de sus características, que si bien pueden ser percibidas por sus congéneres, nunca podrán ser aprehendidas por otros individuos que no sean sus portadores. Intuiciones, deseos, voluntades, aprensiones, angustias o satisfacciones, circulan por aquellos circuitos alejados de las pruebas científicas. En el sector LEGISLATIVO comprobamos de manera nítida estas discordancias. Las leyes adolecen con frecuencia del mentado prejuicio, esa tendencia al trato frío, que prescinde de las principales cualidades de los afectados. De ahí surgen desproporciones, agravios, impunidades, malversaciones. El prejuicio simplista introduce agravantes despersonalizadores.


Por triste que pudiera parecernos, el bucle generador de estos prejuicios no es pura mecánica; brotan, se ponen en marcha, desde los grupos de personas desentendidas de las esencias. Da igual que se trate de una persona, cientos de diputados u oportunistas del montón circulante. Desde su mentalidad sectaria, elaboran normativas y decisiones alejadas de la persona genuina, incluso las suyas. Esa DEGRADACIÓN repercute siempre sobre los más débiles, sea por su incapacidad o por su pasividad; aunque afecta a todos en general. El progreso no se vislumbra en el tratamiento de estas cualidades, a no ser, de cara a los beneficiados por las estructuras diseñadas y las fuerzas activadas.

Asomados al fragor de los ambientes, me hago una pregunta para la que no sé si ustedes tendrán clara la respuesta, yo sí. Ante los monstruos actuantes contra las niñas de Alcasser, Marta del Castillo, Diana Quer, etc.; la manada de los violadores, la opulencia ostentosa de los corruptos, los políticos que no respetan la ley, la cuadrilla que mata de una paliza a un ciudadano en Bilbao, los asesinos de ETA que aún colean; digo, ¿El prejuicio orquestado por la sociedad a quién favorece? ¿A las víctimas y a sus familiares? ¿A los descabalados que pasean con desfachatez entre las víctimas? ¿Hay o no hay prejuicios en cuanto al trato? ¿Quién acaba antes con las penosas consecuencias?

El prejuicio suele sembrarse pronto, sin mayores dificultades para el esparcimiento de las SEMILLAS; es cosa habitual que la siembra se efectúe con el beneplácito de amplias mayorías. No es otra cosa la abdicación comunitaria respecto a la consideración de la moral o la ética, reducidas a las apetencias individuales, sin otros razonamientos. Si falla lo anterior, porqué deberá contenerse el monstruo. Si el vecino sólo es un número en el padrón, o ni siquiera eso, los impedimentos reguladores disminuyen. Si no hay manera de enlazar dos palabras en el supuesto diálogo, ni nos adentramos en el debate.; no queda ninguna opción para una calibración adecuada. En efecto, en ese supuesto, ruge la marabunta.


La siembra de ideas y actitudes está muy relacionada con las tareas educativas, en las cuales, las maneras adoptadas y los contenidos serán determinantes. Al observar en dichas actitudes, imposiciones linguísticas, falsificaciones de los documentos históricos o flagrantes adoctrinamientos sectarios, debieran sonar las alarmas estridentes. Sobre todo cuando desaparece el más elemental respeto al pensamiento libre, acosado por toda clase de coacciones. Tan desquiciadas TRAMOYAS, pese a su carácter intempestivo, crecen como setas, adobadas por los augurios de gente oportunista.


Uno de los prejuicios despersonalizadores fue penetrando en los hábitos comunitarios de manera subrepticia. Configura la tendencia a valorar las decisiones de cara a las recompensas presumibles o los castigos correspondientes, como respuesta a las actuaciones. Derivan en un acomodo poco atento a las repercusiones sobre los demás, a salir lo mejor parado posible; quedando asi un tanto dislocada la entidad personal. Mientras, sólo la DIGNIDAD propia es la que otorga valor a las actuaciones. Para bien, porque nadie sustituirá ese carácter propio de la responsabilidad. Para mal, debido al abandono del cultivo de estas cualidades, como factor decisivo para la deriva hacia los avances de la necedad.


La abundancia de recursos no resuelve la incertidumbre con respecto a la conciencia de un sujeto, a sus intenciones, y por lo tanto, a sus decisiones. Quizá provenga de esa inseguridad la importancia de seguir apuntando al BIEN COMÚN, universal, como recurso orientador. No parece buena estrategia que entre los impulsos y el deber, derivemos la responsabilidad hacia los colectivismos, que nunca suplantarán a la persona.

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