Y con la llegada de la Navidad, como no, llegan nuestros queridos Presupuestos Generales. Ayuntamientos, diputaciones, gobiernos de Comunidades Autónomas y el Gobierno del Estado se ponen manos a la obra, primero para cuadrar cuentas y, segundo, para abatir y rebatir los argumentos de quienes se sientan en los bancos de la oposición.
Claro está que a quien gobierna se le presupone una mayoría suficiente como para poder sacar adelante sus propias cuentas pero, cosas de la aritmética, eso no tiene por qué ser siempre así.
Éste ha sido el caso de los Presupuestos Generales aprobados el pasado jueves en la Cámara vasca. De un lado, el tripartito, presentando un proyecto que pedía a gritos una visión más social. De otro, un PP siempre enfurecido que, de forma predeterminada, ya asumió su papel del no por el no. Y como siempre, los socialistas, en la centralidad política de nuestro país, recordando a unos y a otros que más allá de los intereses partidistas están los intereses de la ciudadanía vasca.
Dice la señora San Gil que con este acuerdo el PSE-EE está humillando a las víctimas del terrorismo. ¿Es que no tiene escrúpulos la señora San Gil? ¿Cuándo se dará cuenta de que no todo vale en política? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en esa caída hacia el abismo que emprendió el señor Aznar?
Ser oposición no significa mentir, acusar falsamente ni intentar torpedear todo aquello que no salga de uno mismo. Eso es destructivismo y, además, es bidireccional porque destruye tanto al partido político que lo ejercita como al país que lo sufre.
Quienes creen verdaderamente en la función pública han de entender que se deben a la ciudadanía que los ha elegido y no a los intereses electorales de las siglas por las que se presentan.
Decir no es fácil, sólo requiere decirlo. Lo difícil es analizar profundamente el proyecto presupuestario, descifrar los déficits sociales del mismo y arrancar, del Gobierno Vasco, mejoras sociales para la ciudadanía. Y eso es lo que ha hecho el PSE-EE.