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Otro pretexto para manipular la Historia (A la memoria de César Alonso de los Ríos)

Calles, plazas y jardines

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En un país tan dado a confundir la linotipia con la lipotimia, no resulta raro que la inefable alcaldesa de Barcelona, Ana Colau, colara (permítaseme el juego de palabras) la gilipollez de que el almirante Pascual Cervera era un “facha”. Y todo para justificar el inicuo acto de sustituir su nombre en una calle por el de un tal Pepe Rubianes, mediocre actor que, como otra mediocridad de la farándula, Willy Toledo, sólo adquirió notoriedad por haber insultado a España.


Pero no quisiera hablar mal de los muertos. Que Moloch los tenga en su gloria. Aunque cabe apuntar que el ilustre marino, héroe de la Guerra de Cuba, murió en 1909; es decir, algo así como diciséis años antes de que Benito Mussolini fundara el Partido Fascista, de donde proviene el insulto preferido de la izquierda ultramontana: “facha”.


Anacronismos aparte, ¿qué quería indicar la primera edil (alguno dirá “edila”) de la Ciudad Condal? Pues muy sencillo: que con ese acto “guay” iban a reparar la injusticia de mantener el nombre de un militar (en su corto magín, “militar” equivale a retrógrado) al cambiarlo por “uno de los nuestros” (un progre avinagrado que consideraba que “España era una puta”)


Ese afán iconoclasta –tan español- se manifiesta cada vez que cambia el color del gobierno nacional o autonómico o el consistorio de cualquier municipio, grande o pequeño. Ha pasado siempre y me temo que siempre pasará; a diferencia de lo que ocurre en paises como Alemania, donde, por ejemplo, no se les ocurre renombrar el Puente de Hohenzollern ni quitar la estatua ecuestre de Guillermo II que hay a su entrada, por mucho que el último kaiser alemán condujera a su país a la ruina tras la I Guerra Mundial y al nefasto Tratado de Versalles. Es la Historia con mayúscula la que prevalece a la hora de adjudicar un nombre a un lugar público, no la historieta que unos cuantos tratan de recrear a su antojo.


La sectaria Ley de Memoria Histórica condena al ostracismo a los que para la izquierda son “malos oficiales”; lo cual resulta discutible, no sólo por arrogarse el derecho a decidir quiénes fueron buenos o malos (una atribución que nadie les ha dado y que obedece a su supuesta superioridad moral) sino también al hecho de que en su enciclopédica ignorancia califican y denuestan a personajes que poco o nada tuvieron que ver con el periodo en que Franco gobernó España o con lo que, de manera maximalista, sus obtusas mentes califican de “facha” o “fascista”. Los ejemplos abundan como las esporas del moho, y el del almirante Cervera es sólo uno de ellos. Es conocido el caso sevillano de la calle dedicada al general Merry Ponce de León (héroe también de la Guerra de Cuba y de la del Rif) al que los ilustrados analfabetos confundieron con su hijo, el general Merry Gordon, que sí fue un militar franquista. Empero sus esfuerzos por que cuajase el nombre de la sublime Pilar Bardém no dieron el resultado apetecido y la siempre piadosa Sevilla volvió por sus fueros y hoy se llama Nuestra Señora de la Merced. Ni el general ni la cómica de la lengua. Pura devoción mariana. Y si no que se lo cuenten a las hermandades trianeras.


¿Y qué me dicen del comandante Ramón Franco, cuyo único delito fue ser hermano del dictador? Carmena y su equipo de semianalfabetos simplemente ignoran que este señor fue un héroe de aviación y que siempre apoyó a la república, hasta que ésta, a comienzos de la Guerra Civíl, mandara fusilar al capitán Ruiz de Alda, amigo y compañero en la hazaña del Plus Ultra; que no es el nombre de una discoteca, querida Rita Maestre, sino el del avión con el que cruzaron el Atlántico en 1926.


Ese empeño revanchista y pueril les lleva a ensalzar mediocridades y, lo que es más grave, a santificar a responsables de crímenes de lesa humanidad, como Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la Pasionaria. Nadie parece inmutarse cuando la corporación municipal madrileña decide quitar el nombre de la calle a los Héroes de la División Azul; cuando en realidad esa división, formada en su mayoría por jovenes voluntarios, fue enviada al frente ruso para combatir al estalinismo y no para apoyar al nazismo. Se trató de una conjunción de intereses completamente circunstancial, pero los que manipulan la Historia se aprovechan de la ignorancia general para colar (como la Colau) su sectarismo. No se andan con chiquitas. El nombre de está calle está condenado, pero no, por ejemplo, el de las Brigadas Internacionales, un grupo de aventureros, muchos de los cuales (no todos, no todos) fueron responsables de innumerables saqueos, violaciones y crímenes de todo tipo, que acudieron, como los buitres, a la llamada de la carroña.


Nadie sabe si el siniestro proyecto del PSOE de ampliar la Ley de Memoria Histórica prosperará. Si lo hace, por este artículo de opinión su autor podría ser procesado y pasarse varios años en chirona.


Y me pregunto: ¿Es esta la “democracia” que queremos? ¿No tiende cada vez esa izquierda a la que se suponía moderada hacia la instauración de modos propios de la “democracia orgánica” del franquismo que denuesta?

El cambio de los nombres de las calles no es sino otro síntoma de los muchos que existen acerca de la implantación sistemática del pensamiento único, leit motiv de cualquier totalitarismo.


(Acabando de redactar estas líneas, me llega la noticia del fallecimiento de César Alonso de los Ríos; maestro de periodistas que, partiendo de una postura de izquierdas, llegó a la conclusión de que ésta se daba de bruces con sus ideales de libertad, democracia y respeto a las ideas. Y lo dijo de viva voz y en sus escritos. Su postura crítica contribuyó a que “los guardianes de la verdad” lo miraran primero con recelo y después con franca antipatía. Lo tacharon de “carca” y de “reaccionario”, ya que su epíteto favorito, “facha”, con el que motejan a todos los que no comulgan con sus ideas y prejucios, era un traje que jamás se habría ajustado a las hechuras de don César.


Qué bonito que Carmena o cualesquiera recalcitrantes valedores de la doctrina comunista que hoy dirigen tantos consistorios municipales en España, le dedicaran una calle o un jardín; acaso desclavando el de alguno de sus héroes del gulag.


Pero tendrás que esperar tu momento, admirado César, porque me temo que, hoy por hoy, el horno no está para esos bollos).

Calles, plazas y jardines

Otro pretexto para manipular la Historia (A la memoria de César Alonso de los Ríos)
Luis del Palacio
viernes, 4 de mayo de 2018, 06:50 h (CET)

En un país tan dado a confundir la linotipia con la lipotimia, no resulta raro que la inefable alcaldesa de Barcelona, Ana Colau, colara (permítaseme el juego de palabras) la gilipollez de que el almirante Pascual Cervera era un “facha”. Y todo para justificar el inicuo acto de sustituir su nombre en una calle por el de un tal Pepe Rubianes, mediocre actor que, como otra mediocridad de la farándula, Willy Toledo, sólo adquirió notoriedad por haber insultado a España.


Pero no quisiera hablar mal de los muertos. Que Moloch los tenga en su gloria. Aunque cabe apuntar que el ilustre marino, héroe de la Guerra de Cuba, murió en 1909; es decir, algo así como diciséis años antes de que Benito Mussolini fundara el Partido Fascista, de donde proviene el insulto preferido de la izquierda ultramontana: “facha”.


Anacronismos aparte, ¿qué quería indicar la primera edil (alguno dirá “edila”) de la Ciudad Condal? Pues muy sencillo: que con ese acto “guay” iban a reparar la injusticia de mantener el nombre de un militar (en su corto magín, “militar” equivale a retrógrado) al cambiarlo por “uno de los nuestros” (un progre avinagrado que consideraba que “España era una puta”)


Ese afán iconoclasta –tan español- se manifiesta cada vez que cambia el color del gobierno nacional o autonómico o el consistorio de cualquier municipio, grande o pequeño. Ha pasado siempre y me temo que siempre pasará; a diferencia de lo que ocurre en paises como Alemania, donde, por ejemplo, no se les ocurre renombrar el Puente de Hohenzollern ni quitar la estatua ecuestre de Guillermo II que hay a su entrada, por mucho que el último kaiser alemán condujera a su país a la ruina tras la I Guerra Mundial y al nefasto Tratado de Versalles. Es la Historia con mayúscula la que prevalece a la hora de adjudicar un nombre a un lugar público, no la historieta que unos cuantos tratan de recrear a su antojo.


La sectaria Ley de Memoria Histórica condena al ostracismo a los que para la izquierda son “malos oficiales”; lo cual resulta discutible, no sólo por arrogarse el derecho a decidir quiénes fueron buenos o malos (una atribución que nadie les ha dado y que obedece a su supuesta superioridad moral) sino también al hecho de que en su enciclopédica ignorancia califican y denuestan a personajes que poco o nada tuvieron que ver con el periodo en que Franco gobernó España o con lo que, de manera maximalista, sus obtusas mentes califican de “facha” o “fascista”. Los ejemplos abundan como las esporas del moho, y el del almirante Cervera es sólo uno de ellos. Es conocido el caso sevillano de la calle dedicada al general Merry Ponce de León (héroe también de la Guerra de Cuba y de la del Rif) al que los ilustrados analfabetos confundieron con su hijo, el general Merry Gordon, que sí fue un militar franquista. Empero sus esfuerzos por que cuajase el nombre de la sublime Pilar Bardém no dieron el resultado apetecido y la siempre piadosa Sevilla volvió por sus fueros y hoy se llama Nuestra Señora de la Merced. Ni el general ni la cómica de la lengua. Pura devoción mariana. Y si no que se lo cuenten a las hermandades trianeras.


¿Y qué me dicen del comandante Ramón Franco, cuyo único delito fue ser hermano del dictador? Carmena y su equipo de semianalfabetos simplemente ignoran que este señor fue un héroe de aviación y que siempre apoyó a la república, hasta que ésta, a comienzos de la Guerra Civíl, mandara fusilar al capitán Ruiz de Alda, amigo y compañero en la hazaña del Plus Ultra; que no es el nombre de una discoteca, querida Rita Maestre, sino el del avión con el que cruzaron el Atlántico en 1926.


Ese empeño revanchista y pueril les lleva a ensalzar mediocridades y, lo que es más grave, a santificar a responsables de crímenes de lesa humanidad, como Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la Pasionaria. Nadie parece inmutarse cuando la corporación municipal madrileña decide quitar el nombre de la calle a los Héroes de la División Azul; cuando en realidad esa división, formada en su mayoría por jovenes voluntarios, fue enviada al frente ruso para combatir al estalinismo y no para apoyar al nazismo. Se trató de una conjunción de intereses completamente circunstancial, pero los que manipulan la Historia se aprovechan de la ignorancia general para colar (como la Colau) su sectarismo. No se andan con chiquitas. El nombre de está calle está condenado, pero no, por ejemplo, el de las Brigadas Internacionales, un grupo de aventureros, muchos de los cuales (no todos, no todos) fueron responsables de innumerables saqueos, violaciones y crímenes de todo tipo, que acudieron, como los buitres, a la llamada de la carroña.


Nadie sabe si el siniestro proyecto del PSOE de ampliar la Ley de Memoria Histórica prosperará. Si lo hace, por este artículo de opinión su autor podría ser procesado y pasarse varios años en chirona.


Y me pregunto: ¿Es esta la “democracia” que queremos? ¿No tiende cada vez esa izquierda a la que se suponía moderada hacia la instauración de modos propios de la “democracia orgánica” del franquismo que denuesta?

El cambio de los nombres de las calles no es sino otro síntoma de los muchos que existen acerca de la implantación sistemática del pensamiento único, leit motiv de cualquier totalitarismo.


(Acabando de redactar estas líneas, me llega la noticia del fallecimiento de César Alonso de los Ríos; maestro de periodistas que, partiendo de una postura de izquierdas, llegó a la conclusión de que ésta se daba de bruces con sus ideales de libertad, democracia y respeto a las ideas. Y lo dijo de viva voz y en sus escritos. Su postura crítica contribuyó a que “los guardianes de la verdad” lo miraran primero con recelo y después con franca antipatía. Lo tacharon de “carca” y de “reaccionario”, ya que su epíteto favorito, “facha”, con el que motejan a todos los que no comulgan con sus ideas y prejucios, era un traje que jamás se habría ajustado a las hechuras de don César.


Qué bonito que Carmena o cualesquiera recalcitrantes valedores de la doctrina comunista que hoy dirigen tantos consistorios municipales en España, le dedicaran una calle o un jardín; acaso desclavando el de alguno de sus héroes del gulag.


Pero tendrás que esperar tu momento, admirado César, porque me temo que, hoy por hoy, el horno no está para esos bollos).

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