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Ekain Rico

Leonor la reformista

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En otras épocas, el nacimiento de una heredera al trono hubiera supuesto el repicar de campanas de las catedrales de nuestro país. Las monjitas hubieran entonado cánticos de alabanzas al señor y los súbditos del rey hubieran recibido alguna dádiva regia.

Hoy, las cosas han cambiado.

En esta república con rey que es España, las campanas ya no tañen por Leonor. Los campanarios han sido sustituidos por torres y repetidores que, minuto sí y minuto también, cantan sin cesar la buena nueva monárquica agotando a quienes pretenden ver noticias serias en los telediarios.

Y resulta cómico, por no decir trágico, la unanimidad que ha despertado entre nuestra clase política la, más que probable, reforma constitucional necesaria para que la recién nacida Leonor pueda llegar a reinar.

Y digo yo, a qué se debe tanta prisa. Por qué esta reforma sí y otras no. Sé que es una tontería preguntarlo. La respuesta es obvia.

Si el PP no se opone a esta reforma es porque, a todas luces, es intrascendente. Al menos, tan intrascendente como la propia figura monárquica que, a día de hoy, queda relegada al discurso navideño y unas cuantas recepciones protocolarias.

Es cierto que la cuestión monárquica merece una revisión en nuestra Constitución, pero ¿acaso es la que nos ofrecen?. No.

Sí, soy republicano confeso. Nunca lo he ocultado, pero mi republicanismo no es sino consecuencia de una firme convicción democrática que, sin duda alguna, no permite ver a la institución monárquica sino como obstáculo para la consecución de una democracia más plena.

Deseo, de forma sincera, larga y buena vida a la recién nacida Leonor. Tanto como a cualquier recién nacido. Sin embargo, acto seguido, no puedo sino concluir con mi más democrática esperanza de llegar a ver el día en que, la infanta Leonor, se convierta en la ciudadana Leonor Borbón Ortiz.

Leonor la reformista

Ekain Rico
Álvaro Peña
miércoles, 2 de noviembre de 2005, 22:59 h (CET)
En otras épocas, el nacimiento de una heredera al trono hubiera supuesto el repicar de campanas de las catedrales de nuestro país. Las monjitas hubieran entonado cánticos de alabanzas al señor y los súbditos del rey hubieran recibido alguna dádiva regia.

Hoy, las cosas han cambiado.

En esta república con rey que es España, las campanas ya no tañen por Leonor. Los campanarios han sido sustituidos por torres y repetidores que, minuto sí y minuto también, cantan sin cesar la buena nueva monárquica agotando a quienes pretenden ver noticias serias en los telediarios.

Y resulta cómico, por no decir trágico, la unanimidad que ha despertado entre nuestra clase política la, más que probable, reforma constitucional necesaria para que la recién nacida Leonor pueda llegar a reinar.

Y digo yo, a qué se debe tanta prisa. Por qué esta reforma sí y otras no. Sé que es una tontería preguntarlo. La respuesta es obvia.

Si el PP no se opone a esta reforma es porque, a todas luces, es intrascendente. Al menos, tan intrascendente como la propia figura monárquica que, a día de hoy, queda relegada al discurso navideño y unas cuantas recepciones protocolarias.

Es cierto que la cuestión monárquica merece una revisión en nuestra Constitución, pero ¿acaso es la que nos ofrecen?. No.

Sí, soy republicano confeso. Nunca lo he ocultado, pero mi republicanismo no es sino consecuencia de una firme convicción democrática que, sin duda alguna, no permite ver a la institución monárquica sino como obstáculo para la consecución de una democracia más plena.

Deseo, de forma sincera, larga y buena vida a la recién nacida Leonor. Tanto como a cualquier recién nacido. Sin embargo, acto seguido, no puedo sino concluir con mi más democrática esperanza de llegar a ver el día en que, la infanta Leonor, se convierta en la ciudadana Leonor Borbón Ortiz.

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