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Fue a la Junta de Condominios del edificio. Parte I

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (XVI)

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Alejandra sabía que los administradores del edificio eran unos ladrones siempre. No creía en ellos. No solía ir a todas las reuniones del edificio, pero un día fue porque quería que las puertas corta incendios tuvieran un sistema de cerrado eficiente y que no hicieran ruido. Durante la Junta, aburrida como todas, no se hablaba más que de deudas, ella no sabía de donde salían tantos contratos. Ella quiso intervenir más, pero al no llevar bien las cuentas y ser tantos los números, definitivamente, tendría que hacer un cursillo acelerado de economía y no tenía tiempo. Ella veía las caras de los asistentes. Era gente que hablaba con una seguridad inimaginable. Estaba el Presidente, el Administrador y dos contables. El equipo necesario que haría pensar que todo iba de maravilla. Lo que extrañaba a Alejandra era que todos parecían tenerse miedo entre sí y nadie pedía realmente unas explicaciones claras sobre los gastos. Era evidente que el desconocimiento de la realidad estaba generalizado.


Una vecina del Primero H pidió que limpiasen el patio donde jugaban los chamitos, que siempre llegaban sucios a casa y tirando bolsas de plástico. Otra, del Noveno E pidió que la dejasen tener más de cuatro animales en casa e hicieran zonas ajardinadas en el patio para que los pobrecitos pudiesen hacer sus necesidades.


Otro vecino, del Octavo I pidió que se pusiese llave en el ascensor para ir al garaje sin tener que salir del edificio, pues era un peligro en Caracas. Otro del Quinto C, pidió columpios para los niños y que pintasen los pasillos de las escaleras. Fue una reunión interesante y sin saber como, Alejandra lo pasó ciertamente bien. A su propuesta le han hecho mucho caso, pues era constante el ruido de las puertas de las escaleras cerrándose y abriéndose sin cesar. Por primera vez en muchos años Alejandra se fijó bien en sus vecinos del edificio Parque Candelaria de Caracas.


Estaban los de al lado, ella de sesenta y cinco años, morenota, bien vestida, siempre maquillada, no muy alta, y él, más alto que ella, moreno también, de ojos oscuros, vestido siempre de militar, que es lo que era, con medallas, que absurdo, pensó, llevar medallas vestido de paisano cuando andaba por las escaleras del edificio o asistía a las reuniones de propietarios.


Los del quince, ella rubia teñida o de frasco, que se dice, de pelo largo y liso, de mediana estatura, muy valiente a la hora de hablar y tomar decisiones, con acento colombiano… su marido, más bajito, muy inteligente, muy erguido.


Los del noveno, ella morena, de piel blanca, más alta que él, con una gran joroba. Él, de nacionalidad portuguesa, mucho más bajito, moreno, de mirada inquieta, muy nervioso. Sus hijos, Marquitos Andrés, rubio, de ojos negros, se veía que iba a ser guapo ese niño. La niña, morena, con el pelo lleno de rizos, delgada. Se parecía a su padre. Se llamaba Rita. Los del quince, italianos, el muy nervioso y ella una tranquilota. Él lo pasó muy mal cuando su única hija se casó con un profesor de universidad que era muy negrito, el típico venezolanito de Caracas.


Lo cierto es que tuvieron dos hijos rubitos muy guapos.


Los del once, la pareja perfecta de españoles, de igual estatura, con dos hijas que acabaron trabajando ambas en el Banco Mercantil y que llegaron a ocupar puestos importantes. Los del primero, otros portugueses que tenían dos niños ya mayores. Él, que se llevaba muy bien con los caraqueños, un día recibió un disparo y salvó la vida por los pelos, pero no pudieron retirarle la bala por el sitio de su cuerpo en que estaba alojada, la hermana era gordota, de pelo rizo y de color castaño, hacía bonitos bordados en tela para manteles, edredones...



Los del segundo, unos asturianos que se llevaban mal, tenían un hijo y dos hijas.


El niño se pasaba el día en psiquiatras, no se explicaba muchas cosas, llegó a comer hojas de árboles y hormigas.

Las hijas, la mayor, una alcohólica, desde muy joven se buscó la vida trabajando y estudiando y por el mismo camino, al parecer, iba su hermanita menor.


Los del cuarto, unos mejicanos con dos hijos a los que cuidaban como si fuesen lo mejor de lo mejor que sin duda, les había pasado.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (XVI)

Fue a la Junta de Condominios del edificio. Parte I
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
martes, 27 de febrero de 2018, 07:28 h (CET)

Alejandra sabía que los administradores del edificio eran unos ladrones siempre. No creía en ellos. No solía ir a todas las reuniones del edificio, pero un día fue porque quería que las puertas corta incendios tuvieran un sistema de cerrado eficiente y que no hicieran ruido. Durante la Junta, aburrida como todas, no se hablaba más que de deudas, ella no sabía de donde salían tantos contratos. Ella quiso intervenir más, pero al no llevar bien las cuentas y ser tantos los números, definitivamente, tendría que hacer un cursillo acelerado de economía y no tenía tiempo. Ella veía las caras de los asistentes. Era gente que hablaba con una seguridad inimaginable. Estaba el Presidente, el Administrador y dos contables. El equipo necesario que haría pensar que todo iba de maravilla. Lo que extrañaba a Alejandra era que todos parecían tenerse miedo entre sí y nadie pedía realmente unas explicaciones claras sobre los gastos. Era evidente que el desconocimiento de la realidad estaba generalizado.


Una vecina del Primero H pidió que limpiasen el patio donde jugaban los chamitos, que siempre llegaban sucios a casa y tirando bolsas de plástico. Otra, del Noveno E pidió que la dejasen tener más de cuatro animales en casa e hicieran zonas ajardinadas en el patio para que los pobrecitos pudiesen hacer sus necesidades.


Otro vecino, del Octavo I pidió que se pusiese llave en el ascensor para ir al garaje sin tener que salir del edificio, pues era un peligro en Caracas. Otro del Quinto C, pidió columpios para los niños y que pintasen los pasillos de las escaleras. Fue una reunión interesante y sin saber como, Alejandra lo pasó ciertamente bien. A su propuesta le han hecho mucho caso, pues era constante el ruido de las puertas de las escaleras cerrándose y abriéndose sin cesar. Por primera vez en muchos años Alejandra se fijó bien en sus vecinos del edificio Parque Candelaria de Caracas.


Estaban los de al lado, ella de sesenta y cinco años, morenota, bien vestida, siempre maquillada, no muy alta, y él, más alto que ella, moreno también, de ojos oscuros, vestido siempre de militar, que es lo que era, con medallas, que absurdo, pensó, llevar medallas vestido de paisano cuando andaba por las escaleras del edificio o asistía a las reuniones de propietarios.


Los del quince, ella rubia teñida o de frasco, que se dice, de pelo largo y liso, de mediana estatura, muy valiente a la hora de hablar y tomar decisiones, con acento colombiano… su marido, más bajito, muy inteligente, muy erguido.


Los del noveno, ella morena, de piel blanca, más alta que él, con una gran joroba. Él, de nacionalidad portuguesa, mucho más bajito, moreno, de mirada inquieta, muy nervioso. Sus hijos, Marquitos Andrés, rubio, de ojos negros, se veía que iba a ser guapo ese niño. La niña, morena, con el pelo lleno de rizos, delgada. Se parecía a su padre. Se llamaba Rita. Los del quince, italianos, el muy nervioso y ella una tranquilota. Él lo pasó muy mal cuando su única hija se casó con un profesor de universidad que era muy negrito, el típico venezolanito de Caracas.


Lo cierto es que tuvieron dos hijos rubitos muy guapos.


Los del once, la pareja perfecta de españoles, de igual estatura, con dos hijas que acabaron trabajando ambas en el Banco Mercantil y que llegaron a ocupar puestos importantes. Los del primero, otros portugueses que tenían dos niños ya mayores. Él, que se llevaba muy bien con los caraqueños, un día recibió un disparo y salvó la vida por los pelos, pero no pudieron retirarle la bala por el sitio de su cuerpo en que estaba alojada, la hermana era gordota, de pelo rizo y de color castaño, hacía bonitos bordados en tela para manteles, edredones...



Los del segundo, unos asturianos que se llevaban mal, tenían un hijo y dos hijas.


El niño se pasaba el día en psiquiatras, no se explicaba muchas cosas, llegó a comer hojas de árboles y hormigas.

Las hijas, la mayor, una alcohólica, desde muy joven se buscó la vida trabajando y estudiando y por el mismo camino, al parecer, iba su hermanita menor.


Los del cuarto, unos mejicanos con dos hijos a los que cuidaban como si fuesen lo mejor de lo mejor que sin duda, les había pasado.

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