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¿Cuándo tendremos políticos que piensen en el bien común?

La dudosa salud de nuestra democracia

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Comienzo por confesar mi pesimismo respecto a la marcha de nuestra democracia que comenzamos con grandes ilusiones, pero nos está llenando hoy de graves desazones, pues da la impresión de que, al faltar una meta común, un programa ilusionante de futuro, una historia compartida, ha llegado el momento de desmembrar, de hacer pedazos esta vieja nación a la que tanto amo.


Cada partido, cada grupo, cada región, cada ciudad, cada pueblo, en lugar de sentirse aunados en un proyecto compartido, en una búsqueda incesante del bien común, pretenden utilizar todas sus fuerzas para desunir, para reclamar derechos imposibles, para hundir a los contrarios,


Unos tratando de mantenerse en el poder hablan constantemente de éxitos económicos, seguramente ciertos, pero que no llegan a todos. Pretenden ser representantes de la derecha, pero ¿qué derecha? ¿Hay quien defienda los valores que la cohesionaban? ¿Por qué se siguen aprobando leyes destructoras de la familia inspiradas en la perversa y amenazante ideología de género, en la promoción de una sexualidad descontrolada pero que se niega a favorecer el crecimiento de la natalidad, la estabilidad del matrimonio?


Los que aspiran a desalojar a los anteriores ¿qué ofrecen? Unos, más de lo mismo, aunque con un aire más moderno. Otros, o mejor, otro quiere a toda costa ocupar la Moncloa, es el del no, el del odio africano, el que ha conseguido nuevamente imponer su voluntad al viejo partido socialista, pero que no sabemos lo que ofrece o al menos yo no he oído nada que valga la pena.


Otros que también sueñan, o soñaron alcanzar el poder, con su color morado y su círculo de soga, -─uroboros─ son los viejos marxistas que sueñan con la revolución que nos castigará, hasta eliminarnos, a los que no pensamos como ellos. Son peligrosos porque han asimilado a Gramsci que los convenció de que la revolución hay que empezarla ocupando las universidades, los colegios, incluso las guarderías, los medios de comunicación y desde ahí ir borrando valores, virtudes, religiones, con la potente herramienta que ideó Noam Chomsky, de armas silenciosas para guerras tranquilas, de técnicas de manipulación masiva.


También están los nacionalismos que nuestra democracia pensó integrarlos en el proyecto constitucional del 78 pero ha sido en vano. Han crecido sus quimeras, sus falsas historias, sus locos deseos de ser independientes, que no harían a todos sus habitantes ni mejores ni más ricos ni más europeos y han pensado que el momento de hacer realidad sus fantasías es ahora, cuando parecen acabados los políticos capaces de ofrecer una programa de convivencia lleno de ilusión, capaces de buscar el bien común, el de todos, por encima de los egoísmos partidarios.


Hay algunos embriones de partido que ignoro si llegaran a cuajar, si los dejarán cuajar, porque el ritmo de gasto para las campañas electores no está a su alcance.


Y hablando de gastos está el derroche de mantener una administración desmesurada, municipal, provincial, autonómica y estatal una hidra feroz de cuatro cabezas que engullen por lo menos la mitad del PIB, sin que esté nada claro que el sistema autonómico nos haya aportado algún beneficio superior al que tendríamos con estado unitario, salvo a los políticos, funcionarios y enchufados que lo disfrutan. 

La dudosa salud de nuestra democracia

¿Cuándo tendremos políticos que piensen en el bien común?
Francisco Rodríguez
domingo, 25 de febrero de 2018, 11:22 h (CET)

Comienzo por confesar mi pesimismo respecto a la marcha de nuestra democracia que comenzamos con grandes ilusiones, pero nos está llenando hoy de graves desazones, pues da la impresión de que, al faltar una meta común, un programa ilusionante de futuro, una historia compartida, ha llegado el momento de desmembrar, de hacer pedazos esta vieja nación a la que tanto amo.


Cada partido, cada grupo, cada región, cada ciudad, cada pueblo, en lugar de sentirse aunados en un proyecto compartido, en una búsqueda incesante del bien común, pretenden utilizar todas sus fuerzas para desunir, para reclamar derechos imposibles, para hundir a los contrarios,


Unos tratando de mantenerse en el poder hablan constantemente de éxitos económicos, seguramente ciertos, pero que no llegan a todos. Pretenden ser representantes de la derecha, pero ¿qué derecha? ¿Hay quien defienda los valores que la cohesionaban? ¿Por qué se siguen aprobando leyes destructoras de la familia inspiradas en la perversa y amenazante ideología de género, en la promoción de una sexualidad descontrolada pero que se niega a favorecer el crecimiento de la natalidad, la estabilidad del matrimonio?


Los que aspiran a desalojar a los anteriores ¿qué ofrecen? Unos, más de lo mismo, aunque con un aire más moderno. Otros, o mejor, otro quiere a toda costa ocupar la Moncloa, es el del no, el del odio africano, el que ha conseguido nuevamente imponer su voluntad al viejo partido socialista, pero que no sabemos lo que ofrece o al menos yo no he oído nada que valga la pena.


Otros que también sueñan, o soñaron alcanzar el poder, con su color morado y su círculo de soga, -─uroboros─ son los viejos marxistas que sueñan con la revolución que nos castigará, hasta eliminarnos, a los que no pensamos como ellos. Son peligrosos porque han asimilado a Gramsci que los convenció de que la revolución hay que empezarla ocupando las universidades, los colegios, incluso las guarderías, los medios de comunicación y desde ahí ir borrando valores, virtudes, religiones, con la potente herramienta que ideó Noam Chomsky, de armas silenciosas para guerras tranquilas, de técnicas de manipulación masiva.


También están los nacionalismos que nuestra democracia pensó integrarlos en el proyecto constitucional del 78 pero ha sido en vano. Han crecido sus quimeras, sus falsas historias, sus locos deseos de ser independientes, que no harían a todos sus habitantes ni mejores ni más ricos ni más europeos y han pensado que el momento de hacer realidad sus fantasías es ahora, cuando parecen acabados los políticos capaces de ofrecer una programa de convivencia lleno de ilusión, capaces de buscar el bien común, el de todos, por encima de los egoísmos partidarios.


Hay algunos embriones de partido que ignoro si llegaran a cuajar, si los dejarán cuajar, porque el ritmo de gasto para las campañas electores no está a su alcance.


Y hablando de gastos está el derroche de mantener una administración desmesurada, municipal, provincial, autonómica y estatal una hidra feroz de cuatro cabezas que engullen por lo menos la mitad del PIB, sin que esté nada claro que el sistema autonómico nos haya aportado algún beneficio superior al que tendríamos con estado unitario, salvo a los políticos, funcionarios y enchufados que lo disfrutan. 

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