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Las calderas del odio

Antonio Pérez Henares
martes, 2 de junio de 2020, 08:00 h (CET)
MADRID, 1 (OTR/PRESS) Al comenzar a escribir este artículo me tropecé a través de un aviso de esos que ahora te manda internet con un pieza escrita exactamente cinco años antes, el 1 de junio de 2015. Y versaba, también exactamente, sobre lo que un lustro después era aquello que encabezaba mi mayor preocupación. El odio político. Aquellas palabras no es ya que tengan plena actualidad sino que hoy aquello se ha inflado y extendido y cada vez resulta más preocupante. Se ha convertido en nuestro peor lacra, señorea el presente, ha corrompido nuestra convivencia, enfrentado a la sociedad y afectado ya nuestras vidas de manera cotidiana y personal, amenazando con hacerse explosivo y determinante en nuestro futuro. El viejo cáncer que supusimos extirpado se ha reproducido, porque algunos se empeñaron en resucitarlo y aventarlo y ahora ya va camino de una metástasis letal.

Estas eran mis palabras de entonces y estas siguen siendo hoy: "Desde muy niño, desde que recuerdo, he tenido una profunda repulsión por el odio. Es una repugnancia casi física que me hace alejarme de cualquiera a quien detecto carcomido por él. Por ello desde muy joven me embarqué en aquel navío de la reconciliación nacional, de lograr una España en democracia y libertad que desterrara para siempre la ferocidad de las dos Españas y que alumbrara un futuro donde pudiéramos sentirnos, discrepando y rivalizando en ideas y propuestas, compatriotas. Y creí que lo habíamos conseguido. Entre todos. Porque aquello fue posible por todos y entre todos.

Durante lustros, durante el periodo mejor de nuestra historia, hemos vivido, de los frutos de aquel acuerdo colectivo que la mayoría hemos respetado como piedra angular de nuestra convivencia. Había excepciones, claro. La más evidente era el terrorismo etarra. Pero entre todos lo afrontábamos. Y lo vencimos. Porque lo derrotamos aunque tuviéramos que soportar ver nuestra victoria convertida en humillante tragadera.

Pero ahora el odio ha vuelto. Llevaba ya un buen tiempo larvándansoe y revolando sobre nosotros, y no puedo evitar el recordar que no poca responsabilidad tuvo en ello el insensato Zapatero, hasta llegar a impregnar apestosamente nuestra existencia. El odio político ha regresado, el "otro" es un ser cosificado, indecente, exterminable. Un odio que acabará por levantar otro y entre ambos nos triturarán a todos, nos helaran el corazón, como a aquel poeta bueno.

El odio y la revancha son los dueños ya de muchas palabras, es el señor de las redes y por ellas se multiplica. Apenas ya si se camufla, aunque adopte en ocasiones melifluas apariencias franciscanas.

No es cuestión ya de hacerse el sordo ni el ciego, ni tampoco permanecer mudo. El odio, sean el del separatismo desatado o el del sectarismo ideológico circula desbocado por nuestras calles, se mete incluso en nuestras casas y familias y contamina todo a cuanto alcanza.

No tengo que bajarme de ese tren porque nunca fui montado en él. Pero observo con tristeza que son cada vez más los que sí se están subiendo".

En efecto a ese tren, lejos de bajarse, se han subido y siguen subiendo en estos cinco años cada vez más y la locomotora de es la que silba y relincha tapando cualquier otro sonido y llamando a la confrontación. Algunos, y no hace falta decir quien, alimentan las calderas, gritando ¡mas madera, mas madera!. Y el odio, los odios que se retroalimentan, cada vez hierven más, cada vez se desboca más el tren y cada vez hay más riesgo de que descarrille. O del reventón y el choque frontal. Porque, como también estaba escrito en futuro hace cinco años y ahora es ya presente: "Un odio acabará por levantar otro y entre ambos nos triturarán a todos, nos helaran el corazón, como a aquel poeta bueno". A Antonio Machado hace un siglo las dos Españas. Las momias sanguinarias, que invocan, con vesania e insensatez, a resucitar.

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