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Sacerdotes y víctimas

Francisco Muro de Iscar
lunes, 19 de noviembre de 2018, 08:00 h (CET)
MADRID, 18 (OTR/PRESS)Ningún delito de pederastia debe quedar sin castigo. Ni un solo crimen de cualquier pederasta. Y si es un sacerdote, un religioso, mucho menos. Es un crimen abominable, un abuso de poder y de conciencia y el propio Jesús de Nazareth dijo que quien escandalizara a un menor merecería ser atado con una piedra de molino al cuello y arrojado al mar. Durante décadas, la Iglesia católica ha mirado hacia otro lado ante los abusos a niños e, incluso, ha protegido a los "hermanos" delincuentes y ha tratado de tapar estos asuntos. Estados Unidos o Alemania, entre otros países, han visto como salían a la luz cifras verdaderamente escandalosas y, en casi todos los casos, han afrontado el problema y han organizado sistemas para conocerlo con profundidad y ponerle remedio. Tarde, pero lo han hecho.

El Papa Francisco ha sido el eje de esta batalla de la Iglesia contra la pederastia: ha pedido perdón, ha redoblado su compromiso contra los abusos, ha puesto en marcha medidas concretas y ha convocado a todas las conferencias episcopales para una cumbre en Roma que vaya de la tolerancia cero a la exigencia de una transformación eclesial y social profunda. Todo es poco.

En España han salido a la luz pocos casos, en comparación con otros países de nuestro entorno. Algún medio de comunicación ha abierto un teléfono para la denuncia y tampoco eso parece haber dado el resultado "buscado". Aun contando con el silencio de las víctimas no aparece "la plaga" que algunos buscan y parecen desear. Yo estudié en un centro, el Colegio Maravillas de Madrid, que ha sufrido recientemente un caso de abusos sexuales. Nunca, durante toda mi etapa escolar, ningún hermano de La Salle tuvo comportamientos inadecuados conmigo o que yo conozca. Por cada sacerdote, religioso o religiosa --apenas hay denuncias en centro femeninos-- que ha incumplido su deber sacerdotal, hay miles de sacerdotes, religiosos o religiosas que han sido y son ejemplares en su comportamiento con los menores. En España y en las misiones. En las actividades educativas y sociales, en las ONG y en cualquier lugar. Los pederastas son una minoría en la Iglesia --un 0,2 por ciento de las condenas en los últimos treinta años-- aunque su crimen horrible manche a toda la comunidad. Sin que sea una disculpa, la pederastia es más frecuente en la propia familia que en ningún otro lugar. Y en los clubes deportivos y en otras muchas actividades donde los niños están expuestos a los delincuentes. Es más un abuso de poder que otra cosa. Seguramente por eso se da más entre los hombres.

Muchas congregaciones --maristas, salesianos, jesuitas, la CONFER...- tienen protocolos para actuar ante estos casos. Caritas y Manos Unidas han abierto canales de denuncia. Se ha creado una Comisión episcopal Antipederastia. Queda mucho por hacer. La Iglesia debería ser más proactiva. Hay pocas diócesis que tengan activado ese protocolo y no se ha creado una Oficina de atención a las víctimas ni se ha puesto en marcha un estudio sobre la realidad ni ha acompañado siempre el dolor de las víctimas --pedir perdón y reparar el daño causado-- como exige el Evangelio. Es importante mirar al futuro y poner los medios para desterrar la pederastia de la faz social, no solo de la eclesial. Pero ésta no puede ser una batalla contra los sacerdotes, contra la Iglesia, contra, por ejemplo, la enseñanza concertada, --modélica a pesar del mal trato que recibe--, contra la religión católica. La situación exige transparencia y firmeza y una mejor formación de los futuros sacerdotes. Pero también defender el gran trabajo de la inmensa mayoría, inmensa, de los miles de sacerdotes, religiosos y religiosas. Y una mirada hacia las raíces del problema en toda la sociedad.

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