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Etiquetas:   Política

Descuartizado

Fernando Jáuregui
viernes, 19 de octubre de 2018, 08:00 h (CET)
MADRID, 18 (OTR/PRESS) Como persona, como español, como periodista, lamento mucho que el Gobierno de mi país, mi Gobierno, haya dejado pasar la ocasión de elevar su voz contra el increíble asesinato de un periodista en una representación diplomática. Si en verdad Jamal Khashogg, crítico de la monarquía saudí, fue descuartizado vivo en el consulado de Arabia en Estambul, se trataría de un crimen con ensañamiento, una atrocidad medieval de la que, en verdad, ya ni me siento sorprendido viniendo de donde venía.

Tuve el honor de presentar este miércoles en el Congreso de los Diputados un libro, obra de centenar y medio de periodistas y fotoperiodistas que trabajaron durante la Transición, y aun antes (muchos aún seguimos en el ejercicio activo, muy activo, de la profesión), y fue un acto dedicado, en el fondo, a la libertad de expresión. Contamos con el apoyo de diputados de los tres partidos mayoritarios --al cuarto en importancia en el Congreso de los Diputados ya se sabe que la Transición y cuanto signifique no acaba de gustarle precisamente-- y me acuso de no haber sacado desde la mesa el lamentable 'tema Khashoggi' para mostrar al menos una solidaridad en la que nos acompañasen los representantes del voto popular. Allí estaba, ciertamente, la ministra de Defensa, que fue quien intentó oponerse a la venta de bombas a Arabia Saudí, porque con ellas presuntamente se iba a bombardear a los yemeníes. Luego, por un interés comercial --Riad amenazó con suspender el encargo de unas corbetas a astilleros españoles-- el tema se saldó como se pudo: la entereza de Margarita Robles fue limitada desde la portavocía gubernamental alegando (¡¡!!) que esa bombas son 'inteligentes' y que no matan a mujeres y niños. Todo muy claro.

No quiero referirme solamente a este horripilante caso. En Rusia, en la Rusia de Putin, siguen muriendo, en circunstancias extrañas, periodistas críticos. Y en tantas otras partes. En la propia Turquía, donde el régimen de Erdogan ha puesto el grito en el cielo --qué menos-- ante la atrocidad cometida con Khashoggi en Estambul, se continúa encarcelando a periodistas incómodos, y ahí sigue, creo que afortunadamente inatendida, la petición a España para que conceda la extradición de dos escritores turcos 'disidentes'. Y en Estados Unidos, cuna de la libertad de expresión, el presidente Trump se permite decir y escribir --bueno, tuitear-- cosas horribles de los medios más prestigiosos del mundo, sin que nada ocurra, sin que la sociedad civil se levante indignada.

Yo quiero que mi país sea pionero en la defensa de ese bien sagrado, al que solo anteceden el de la vida y el de la integridad física, que es la libertad de expresión. Tengo muchas críticas sobre la forma como esta libertad se está entendiendo desde algunos partidos y desde algunos --no todos, afortunadamente-- sectores del propio Gobierno de Pedro Sánchez, que tampoco es que se prodigue en sus contactos con los chicos de la prensa: cree que enviando a sus ministros a teles, radios y desayunos informativos ya está todo hecho. Convendría, en fin, revisar algo el concepto de transparencia informativa. Pero qué menos, digo yo, que elevar una voz oficial indignada ante una violación de todos los más elementales derechos humanos como ha sido la tortura y asesinato de Khashoggi, convertido en un héroe por sus verdugos. Nuestro héroe.

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