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Mea culpa

Fermín Bocos
martes, 24 de abril de 2018, 08:00 h (CET)
MADRID, 23 (OTR/PRESS) El mea culpa de la jerarquía vasca y navarra llega tarde. Hemos leído que los obispos de las diócesis del País Vasco, Navarra y Bayona piden perdón por la "complicidad, la ambigüedad y las omisiones" al respecto de las actividades de la ETA. En definitiva, por la ausencia de condena rotunda por parte de algunos de los obispos y demás clérigos que durante tantos años miraron hacia otra parte o no tuvieron el valor de condenar sin paliativos los crímenes cometidos por la organización terrorista vasca ETA. Más de ochocientos cincuenta asesinatos.

El mea culpa llega tarde. Y no ampara ni rebaja la decepción que tantos católicos experimentaron al comprobar que frente a los asesinatos, los atentados, los secuestros y las extorsiones perpetradas por los pistoleros de la banda algunos de sus mitrados se desentendieron del dolor de las víctimas. No sólo eso. Durante los años finales de la dictadura y en los germinales de la democracia, en la connivencia de la jerarquía de entonces con el nacionalismo radical fermentó el ominoso silencio, cuando no la humillación, a la que fueron sometidas las víctimas de los terroristas. No fue infrecuente el caso de familias de guardias civiles, de policías o de militares asesinados a las que se ninguneó el consuelo de un funeral. Por no recordar las homilías equidistantes o las complicidades directas de elementos de la clerecía con algunos de los activistas.

"ETA nació en un seminario", llegó a titular algún periódico de aquellos años en los que la organización terrorista organizaba a destajo atentados y extorsiones. Pocas veces se recordó desde el púlpito el Quinto Mandamiento. La caridad cristiana brilló por su ausencia. El silencio de algunos obispos vascos durante los "años de plomo" resultó clamoroso.

No quisieron ver que con su actitud amparaban conductas situadas en las antípodas del mensaje evangélico. Como todos los pecadores viejos, frente a la críticas que recibían optaron por la terquedad. Al igual que algunos políticos como Xabier Arzalluz, antiguo sacerdote jesuita devenido en presidente del PNV, fueron el mal ejemplo de esa falta de sensibilidad ante el sufrimiento que causaban las actuaciones de la ETA. El tiempo tiende a difuminar los recuerdos, pero no se ha olvidado aquella bárbara expresión (1990) según la cual "unos mueven las ramas y otros recogen las nueces". Y se decían demócratas.

Y miraban para otra parte cuando la estrategia de la banda a finales de los setenta y mediados de los ochenta promovió una escalada de atentados cuyo objetivo era hacer descarrilar la recién estrenada democracia provocando a las Fuerzas Armadas para que interrumpieran el incipiente proceso democrático.

Y pensar que a estas alturas todavía hay quien intenta promover un relato equidistante. La Conferencia Episcopal cuyos miembros andan más que sobrados de tiempo, debería ofrecer a la sociedad española en general y a los católicos en particular algo más que un simple comunicado de prensa.

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