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Etiquetas:   Política

Pues no, a Rajoy no le tembló el pulso; ¿y ahora?

Isaías Lafuente
domingo, 22 de octubre de 2017, 08:01 h (CET)
MADRID, (OTR/PRESS) Quizá tratando de obligar a Puigdemont a convocar elecciones en Cataluña, Mariano Rajoy dio el paso más audaz, duro y decisivo que gobernante alguno haya dado jamás desde la restauración de la democracia: envió al Senado una contundente aplicación del artículo 155 de la Constitución, mediante la cual, en dos semanas, se destituiría al president de la Generalitat y a todo el Govern, se dejaría en blanco, en la práctica, el Parlament autonómico, y se convocarían, si Puigdemont no lo hace, elecciones catalanas en un tiempo menor a seis meses. Dijo Rajoy que ello no supone la suspensión de la autonomía de Cataluña, pero lo cierto es que ninguna de las instituciones catalanas sale incólume de este tremendo envite de un Rajoy capaz de mostrar su lado más definitivo, el menos previsible. Nada será igual tras la rueda de prensa del presidente del Gobierno central este sábado en La Moncloa: habrá consecuencias, de momento imprevisibles, para todos. No solo para los catalanes, claro. También para usted, para mí, para nuestros vecinos. Todos.

Cuando escribo este comentario de urgencia desconozco, lógicamente, cuál será la reacción de la Generalitat, anunciada en una declaración institucional de Puigdemont para la noche. Pero todo hace pensar en manifestaciones 'fuertes' por parte de sectores catalanes, quizá no solamente independentistas.

La de este sábado ha sido una jornada histórica. Quizá necesaria, porque las cosas, en Cataluña, se habían puesto imposibles; así no se podía seguir. Quizá las cosas empeoren a corto y medio plazo, quizá se solucionen a largo. En todo caso, se aclararán. Falta por ver cómo afectan las decisiones del Consejo de Ministros de este sábado a los mossos, a los medios oficiales de comunicación, a las empresas que aún no se han marchado de Cataluña y a las que Rajoy pidió que se quedasen.

Con todos los riesgos que implica el tratar de adelantar el porvenir en estos tiempos de cierto caos, me atrevo a pensar que las cosas acabarán mejorando. Entre otros motivos, quizá porque empeorar ya no podían. La verdad es que acaso habría que haber tomado otras medidas, mucho más suaves, mucho antes. Pero no se hizo y, en todo caso, la mayor parte de la culpa recae en un mal gobernante, Carles Puigdemont, que se lanzó a una piscina que no tenía agua, empujado por Esquerra Republicana de Catalunya, culpable de todos los males que afectan a Cataluña desde hace un siglo, y nada menos que también por la CUP, un puñado de irresponsables antisistema que en ningún país del mundo podría ejercer tarea de gobierno alguna. A estas alturas, ni siquiera soy capaz de asegurar que Puigdemont no acabe en la cárcel, que es, quién sabe, lo que buscaba.

Puigdemont no podía, no puede, seguir gobernando a los catalanes, que se me antojan horrorizados viendo hasta dónde han llegado las aguas. Algo de culpa tienen tantos que votaron en su día a 'Junts pel Sí', pensando que independencia no habría y que, con su voto, daban 'una patada en los collons' a Rajoy, como en su día me dijo más de uno, que se proclamaba -entonces- 'obviamente no independentista'.

Bien, es posible que 'desde Madrit', donde la impericia política también ha estado a la orden del día, se hayan fabricado miles de independentistas en los últimos diez años. Ya es tarde para lamentarse y también hasta para echarse culpas unos a otros, incluyendo el no haber llegado a una unidad de acción entre las fuerzas constitucionalistas hace mucho tiempo, como debería haber sido. Ahora es el momento de pensar en el futuro, y mucho, casi todo, dependerá ahora de lo que haga Puigdemont, sin duda sometido a extremas presiones por parte de sus 'socios' y de esas asociaciones de manifestantes que se dicen conectadas con la sociedad civil, las de los encarcelados Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Si Puigdemont se equivoca extremando sus reacciones, las consecuencias para Cataluña pueden ser muy malas y, de rechazo, también para el resto de los españoles.

Puigdemont, mal político y mal estratega, ya digo, no esperaba el puñetazo en la mesa dado por Rajoy. Y, como es mal político, quizá también evite convocar esas elecciones que, en todo caso, a él, afortunadamente, le borrarían del mapa, pero que supondrían un balón de oxígeno para la asfixiante tensión. En abierta rebeldía, ¿qué ocurrirá? El cronista ni osa ir más allá en ese terreno. El enfrentamiento en la sociedad catalana ha sido llevado al máximo.

Ahora falta saber todo lo demás. Cómo va a influir todo esto en la marcha política, económica, social, internacional, de una España que iba avanzando en todos esos órdenes y que se ha detenido de golpe, nuca peor dicho. Hasta cuándo durará la unidad de las fuerzas de la oposición con el Gobierno. Qué pasará en las inevitables elecciones catalanas y si ello condicionará una disolución anticipada de las cámaras legislativas españolas. Qué ocurrirá con Rajoy como presidente del Gobierno y si dará pasos decisivos hacia la reforma constitucional y hacia un Gobierno de coalición, que tan útil sería en estos momentos. Y, desde luego, hacia su propio relevo, que a mí ahora, contra lo que dicen algunos, no me parece precisamente lo más imprescindible. No: ahora se trata, de la mano de Rajoy en connivencia con las otras fuerzas que se reclaman afines a la Constitución, con el papel que pueda ejercer el jefe del Estado, y variando algunas costumbres y tics antidemocráticos, de normalizar un panorama político que no puede, simplemente no puede, estar más alterado. Por eso, lo lógico es que mejore.

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