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Juana no está en mi casa

Charo Zarzalejos
viernes, 18 de agosto de 2017, 08:00 h (CET)
MADRID, 17 Ago. (OTR/PRESS)Soy madre y nada me resulta más difícil que imaginar lo que se puede sentir cuando ves que te puedes quedar sin tus hijos. El dolor ante semejante circunstancia debe ser tan inmenso que quizás no haya palabras suficientes para describirlo. Por ello, entiendo las lágrimas de Juana Rivas, máxime si por medio ha habido malos tratos hacia ella por parte del padre.

Si Juana Rivas me hubiera pedido auxilio, reconozco que no hubiera tenido valor para negárselo. Le hubiera dejado estar en mi casa. ¿Cómo decir que no a una madre angustiada con dos hijos menores?. No le hubiera dicho que no pero una vez en mi casa, de ninguna de las maneras le hubiera aconsejado que siguiera escondida, huida de la justicia porque, entre otras cosas, tarde o temprano, la Justicia te alcanza y, además, nunca olvida.

El caso de Juana Rivas, como tantos otros, hay que conocerlo a fondo, muy a fondo para tener una opinión bien fijada y, sobre todo, hay que tener conocimiento preciso de los vericuetos judiciales, plazos e instancias porque en la Justicia, los plazos y las formas son tan importantes como el fondo.

Pero llegados a este punto en el que el Constitucional no le ha otorgado el amparo que solicitaba, después de que varios jueces tampoco hayan satisfecho sus pretensiones, nada más sensato que abandonar la aventura que ha emprendido en compañía, nada menos, que de dos menores, sus hijos. Debería saber o deberían decirle que el camino que ha emprendido no da más de si, que apelar a Estrasburgo supone, de entrada meses y meses de "desaparición" que a medida que pase el tiempo le comenzará a pesar como una losa.

Se que desde fuera se habla fácil, pero obviar la realidad, hacer caso omiso a los tribunales es meterse en un laberinto de difícil y siempre dolorosa salida. Debería entregarse hoy mejor que mañana, someterse a la Justicia y una vez que la Justicia se pronuncie de manera definitiva buscar el mejor acuerdo posible. La situación no es fácil, pero no está escrito en ningún sitio que la vida sea fácil, sobre todo si previamente se ha sido víctima de un trato indigno y cruel pero alguien debería decirle a Juana Rivas que lo que está haciendo no soluciona el pasado ni facilita el futuro que ella desea y al que no debe renunciar pero no a base de emprender batallas que le pueden hacer perder la guerra.

Juana Rivas no está en mi casa pero, insisto, la hubiera acogido pero no le hubiera alentado a que se pertrechara en una situación que ni es buena para ella y menos para sus hijos. La misma determinación que ha tenido para sortear las decisiones de los tribunales debería tenerla ahora para acabar con esta situación que si a alguien perjudica de manera especial es a ella misma.

Ignoro que estarán pensando sus abogados y sus asesoras pero ellos, más que la propia Juana Rivas, tienen una especial obligación de realismo. Alentarle para que no abandone su postura de resistencia es una forma de condenarle a una vida que no es vida. No siempre lo políticamente correcto es garantía de acierto y en este caso se acumulan días y días de una situación insostenible. Se pueden perder batallas si lo que se pretende es ganar la guerra.

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