MADRID, 5 (OTR/PRESS) La abuela María, matriarca gitana, canastera y chabolista, acaba de apagar las velas que la consagran como la mujer más anciana de España formulando un deseo que seguramente no verá realizado en lo que poco que le queda de vida: tener por primera vez una vivienda digna.
A sus 113 años, María Díaz Cortés recuerda haber vivido de chica en el campo granadino y, después de casada, haber residido en varias chabolas de barrios marginales de Sevilla hasta terminar en una casa malamente prefabricada que no tiene calefacción ni aire acondicionado. En invierno se acurruca en la cama bajo un edredón, como la hemos visto en sus fotos de cumpleaños. Soporta el duro verano de su ciudad, magnificado sobre su tejado de uralita, con botijo y abanico, como hace un siglo. Su chabola actual ni siquiera dispone de agua caliente. Una de sus hijas, con la que convive, la asea diariamente con agua calentada en el fogón de la minúscula cocina.
¿Su secreto para haber alcanzado tal longevidad? Parece ser que la combinación de haber crecido muy sana en el campo, comer guisos de arroz y puchero en discretas cantidades, trabajar de sol a sol para sacar adelante a los suyos tras haberse quedado viuda y, ya en la ancianidad, que esos cuidados se le estén proporcionando a la inversa. Basta ver las imágenes de María entre sus sábanas de flores y su edredón para darse cuenta de que hijos, nietos, biznietos, tataranietos la tienen mimada aún en medio de su miseria. Pero, por encima de todo, lo que su hija Dolores ha dicho de María, que parece el compendio de un libro de autoayuda de los que no hace falta leer en una familia como esa: "Lo que ella ha tenido siempre ha sido unas ganas de vivir muy grandes".
El premio de un piso de protección oficial sería poco para conseguir que María muera como no ha podido vivir. Pero no hay piso posible para ella precisamente por su edad. Para mujeres así no hay 210 euros al mes de esa llamada "renta de inserción activa" de ayuda al alquiler, algo reservado a los menores de 30 años con trabajo fijo, ni pisos municipales en los planes tan de moda de vivienda-joven. En este país nos gastamos el dinero en subvencionar a los veinteañeros con capacidad para comerse el mundo y no nos queda un euro para proporcionar cobijo digno a los ancianos indefensos. Como no parece probable que la abuela María se vaya a levantar de la cama el 9 de marzo para ir a votar, pues que le den.
Como mucho, y para que no se diga, el área de Bienestar Social del Ayuntamiento de Sevilla se ha ocupado del caso presentando a la familia de la abuela dos opciones: una, ingresarla en una residencia para ancianos. Dos, rellenar los papeles para acogerse a las ayudas de la Ley de Dependencia cuando, vaya usted a saber cuando, el papeleo desemboque en algún tipo de ayuda concreta. La familia ha dicho que no a ambas propuestas. Faltaría mas. Si María Díaz Cortés ha llegado a cumplir 113 años ha sido porque no la han internado en una residencia ni su familia ha delegado en un extraño la tarea de cuidarla. Qué triste manera, la oficial, de no entender en absoluto la grandeza de una vida como la de esa matriarca gitana canastera.
Curri Valenzuela
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