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¿Cómo vamos a ser coherentes en la práctica, si no llamamos a las cosas por su nombre?

Voló la sensatez

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“El rey Thamus responde: ¡Oh, ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra ser capaz de comprender que daño o provecho encierra para los que de ella han de servirse…”.

Platón, en Fedro.


Somos quisquillosos, perseguimos con fruición los pequeños detalles, aunque no acabamos de enlazarlos en labores provechosas. Al tiempo que desguazamos los valiosos logros conseguidos, sin objetivos claros de superación. Esa DISIPACIÓN de los recursos origina discordancias riesgosas de difícil reconducción posterior, con la consiguiente desorientación del personal. Por pequeñeces desdeñadas o grandezas incomprendidas, confluyen presurosos los males que hubieran podido evitarse a su debido tiempo. Lo que cuesta la introducción de las buenas prácticas, contrasta con la livieandad de las tareas demoledoras. Sabedores del fenómeno, todavía no logramos revertir las tendencias.


Quizá sin darnos cuenta, aunque los indicios apuntan a un pleno conocimiento, lo que vendría a entrañar un notable grado de estupidez; en la vida cotidiana hemos DILAPIDADO las mejores adquisiciones. Del habla, ni hablar. De las palabras, hemos desperdigado su oficio como vehículos transportadores de un cierto sentido; una vez ahuecadas de sus contenidos, incrementan la confusión. Peor que incomunicados, contribuyen a mantenernos mal informados. En cuanto a los hechos, también adolecen de parecidas debilidades; importan poco, ahora es valorada su presentación, no su veracidad; una sedición, un asesinato, corrupciones o violaciones, son adobados de manera acomodaticia. La suplantación adquiere rasgos de veracidad totalitaria.


Ante la diversidad de pareceres, la cordura introduce una invitación a la armonía, que nadie interpretaría como libertaria, anárquica, de una libertad ilimitada, que además no existe. El establecimiento de unos principios, con la adaptación de las actitudes particuñares, si no tienden a la mentada armonía, no tienen razón de ser. No obstante, hoy en día, son razonamientos DESDEÑADOS, muy relegados a sectores indefinidos. La moral diferenciadora del bien y del mal, sin distinción de grupos, para todos, apenas interesa en los curriculums modernos. La ética aplicada a la conducta individual no sabe de moral general, reduce sus formulaciones al único criterio de los actuantes.


Podemos echar un vistazo a las decisiones tomadas o las que nunca acaban de tomarse en los ámbitos políticos; no sé cuales destacan, por acciones innecesarias o por omisiones injustificadas. En todo caso, no será por falta de personal, son cientos de diputados y senadores, miles de concejales, parlamentarios autonómicos, etc.Aparte de sus teatrillos partidistas, sus OMISIONES son flagrantes, reiterativas y alevosas. Cómo podrá entenderse la inexistencia de una ley controladora de las mangarrufas de las eléctricas. Del mayor fraude corrupto, el andaluz, apenas registramos debates inquisitivos. A qué vendrám las amplias condenas, si el psiquiatra asesino, a los 8 años del cruel asesinato está libre en trabajos clínicos.


La sensatez no está recopilada en ningún manuscrito, muchísimo menos en los discos duros de los ordenadores, donde priva el anonimato. Las cualidades personales no son ejercidas por los colectivos, por populosos que sean, ni por las máquinas instrumentales. Por eso, uno de los deslices peligrosos que luego sufrimos, es el de las MASCARADAS colectivistas. De relajarnos en abdicaciones crédulas a favor de ciertas proclamas generales, o bien, aprovechándolas sin escrúpulos en beneficio propio. En ambos casos, sin los análisis necesarios, que pudieran revelarnos los mecanismos ocultos del emporio colectivo en funciones galopantes. Del protagonista sensato, como observamos a diario, ya ni se habla.


En el siguiente haiku se condensan estas actitudes:

Ensimismado,

Desoigo los lamentos.

Necio festín.


Porque, no cabe duda, entramos con insensatez en ciertos bucles, que siempre hubiéramos catalogado de improbables e innecesarios. Quizá por comodidad, renunciamos sospechosamente al ejercicio de la presencia personal. Encerrados en ese cascarón, evitamos los debates conflictivos; dejamos los pronunciamientos en los verbos ajenos, desconocemos sus verdaderas motivaciones. Como consecuencia lógica, el resultado será aplastante, el festín organizado también será ajeno en torno al botín obtenido en sus asedios. Son maniobras de plena actualidad, divulgadas en un goteo continuado.


Los descontentos brotan desde los abundantes resquicios dejados por los descuidos; ponemos energía en las reclamaciones:

Protestas airadas,

De rebeldías francas.

Insuficiente.


Tal parece, como si el conjunto de las deficiencias detectadas tuvieran su arreglo a base de las protestas vociferantes. Dan por supuesto que el Estado, los responsables anónimos, o el que venga en nombre de Godot, es quien debe recomponer los desbarajustes. Hasta dejan entrever un ramalazo de concienciación en la denuncia de los malos funcionamientos. Asistimos a esas reacciones sectarias de carácter retardado. En los inicios de la gestión faltó la colaboración esforzada de esa gente para combatir los factores improcedentes. Pero tampoco en las fases posteriores observamos la implicación resolutiva de los protestones airados.


A veces sacamos conclusiones precipitadas con visos de acierto, pero que no consiguen liberarnos de la brega diaria con las numerosas variantes acumuladas entre bondades e impertinencias. Por que:

Opuestos, crueles,

Falsos y alucinados;

Conjunto al fin.


Y esa es la realidad terca de la cual nunca podremos evadirnos. Las simplificaciones apenas disponen de un recorrido instantáneo. La diversidad impone sus condiciones en los sectores existenciales, con el panorama añadido de un dinamismo incesante y las conexiones infinitas entre partículas y personas. Si hay un destino patente, es el de la convivencia con ese conjunto, a la cual podemos incorporar iniciativas personales con dispares consideraciones.

El juicio valorativo de las actuaciones sociales ha de ser proyectivo. El rumbo y las posibles metas, exigen una mínima cordura en los planteamientos. Dichos REQUERIMIENTOS modulan la calidad de la presencia humana. Los vuelos imaginativos tienen su lugar, son necesarios; con la condición de que no pierdan el contacto con la base. Somos pilotos expuestos a un aprendizaje continuado, con poco margen para las frivolidades.

Voló la sensatez

¿Cómo vamos a ser coherentes en la práctica, si no llamamos a las cosas por su nombre?
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 26 de enero de 2018, 06:46 h (CET)

“El rey Thamus responde: ¡Oh, ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra ser capaz de comprender que daño o provecho encierra para los que de ella han de servirse…”.

Platón, en Fedro.


Somos quisquillosos, perseguimos con fruición los pequeños detalles, aunque no acabamos de enlazarlos en labores provechosas. Al tiempo que desguazamos los valiosos logros conseguidos, sin objetivos claros de superación. Esa DISIPACIÓN de los recursos origina discordancias riesgosas de difícil reconducción posterior, con la consiguiente desorientación del personal. Por pequeñeces desdeñadas o grandezas incomprendidas, confluyen presurosos los males que hubieran podido evitarse a su debido tiempo. Lo que cuesta la introducción de las buenas prácticas, contrasta con la livieandad de las tareas demoledoras. Sabedores del fenómeno, todavía no logramos revertir las tendencias.


Quizá sin darnos cuenta, aunque los indicios apuntan a un pleno conocimiento, lo que vendría a entrañar un notable grado de estupidez; en la vida cotidiana hemos DILAPIDADO las mejores adquisiciones. Del habla, ni hablar. De las palabras, hemos desperdigado su oficio como vehículos transportadores de un cierto sentido; una vez ahuecadas de sus contenidos, incrementan la confusión. Peor que incomunicados, contribuyen a mantenernos mal informados. En cuanto a los hechos, también adolecen de parecidas debilidades; importan poco, ahora es valorada su presentación, no su veracidad; una sedición, un asesinato, corrupciones o violaciones, son adobados de manera acomodaticia. La suplantación adquiere rasgos de veracidad totalitaria.


Ante la diversidad de pareceres, la cordura introduce una invitación a la armonía, que nadie interpretaría como libertaria, anárquica, de una libertad ilimitada, que además no existe. El establecimiento de unos principios, con la adaptación de las actitudes particuñares, si no tienden a la mentada armonía, no tienen razón de ser. No obstante, hoy en día, son razonamientos DESDEÑADOS, muy relegados a sectores indefinidos. La moral diferenciadora del bien y del mal, sin distinción de grupos, para todos, apenas interesa en los curriculums modernos. La ética aplicada a la conducta individual no sabe de moral general, reduce sus formulaciones al único criterio de los actuantes.


Podemos echar un vistazo a las decisiones tomadas o las que nunca acaban de tomarse en los ámbitos políticos; no sé cuales destacan, por acciones innecesarias o por omisiones injustificadas. En todo caso, no será por falta de personal, son cientos de diputados y senadores, miles de concejales, parlamentarios autonómicos, etc.Aparte de sus teatrillos partidistas, sus OMISIONES son flagrantes, reiterativas y alevosas. Cómo podrá entenderse la inexistencia de una ley controladora de las mangarrufas de las eléctricas. Del mayor fraude corrupto, el andaluz, apenas registramos debates inquisitivos. A qué vendrám las amplias condenas, si el psiquiatra asesino, a los 8 años del cruel asesinato está libre en trabajos clínicos.


La sensatez no está recopilada en ningún manuscrito, muchísimo menos en los discos duros de los ordenadores, donde priva el anonimato. Las cualidades personales no son ejercidas por los colectivos, por populosos que sean, ni por las máquinas instrumentales. Por eso, uno de los deslices peligrosos que luego sufrimos, es el de las MASCARADAS colectivistas. De relajarnos en abdicaciones crédulas a favor de ciertas proclamas generales, o bien, aprovechándolas sin escrúpulos en beneficio propio. En ambos casos, sin los análisis necesarios, que pudieran revelarnos los mecanismos ocultos del emporio colectivo en funciones galopantes. Del protagonista sensato, como observamos a diario, ya ni se habla.


En el siguiente haiku se condensan estas actitudes:

Ensimismado,

Desoigo los lamentos.

Necio festín.


Porque, no cabe duda, entramos con insensatez en ciertos bucles, que siempre hubiéramos catalogado de improbables e innecesarios. Quizá por comodidad, renunciamos sospechosamente al ejercicio de la presencia personal. Encerrados en ese cascarón, evitamos los debates conflictivos; dejamos los pronunciamientos en los verbos ajenos, desconocemos sus verdaderas motivaciones. Como consecuencia lógica, el resultado será aplastante, el festín organizado también será ajeno en torno al botín obtenido en sus asedios. Son maniobras de plena actualidad, divulgadas en un goteo continuado.


Los descontentos brotan desde los abundantes resquicios dejados por los descuidos; ponemos energía en las reclamaciones:

Protestas airadas,

De rebeldías francas.

Insuficiente.


Tal parece, como si el conjunto de las deficiencias detectadas tuvieran su arreglo a base de las protestas vociferantes. Dan por supuesto que el Estado, los responsables anónimos, o el que venga en nombre de Godot, es quien debe recomponer los desbarajustes. Hasta dejan entrever un ramalazo de concienciación en la denuncia de los malos funcionamientos. Asistimos a esas reacciones sectarias de carácter retardado. En los inicios de la gestión faltó la colaboración esforzada de esa gente para combatir los factores improcedentes. Pero tampoco en las fases posteriores observamos la implicación resolutiva de los protestones airados.


A veces sacamos conclusiones precipitadas con visos de acierto, pero que no consiguen liberarnos de la brega diaria con las numerosas variantes acumuladas entre bondades e impertinencias. Por que:

Opuestos, crueles,

Falsos y alucinados;

Conjunto al fin.


Y esa es la realidad terca de la cual nunca podremos evadirnos. Las simplificaciones apenas disponen de un recorrido instantáneo. La diversidad impone sus condiciones en los sectores existenciales, con el panorama añadido de un dinamismo incesante y las conexiones infinitas entre partículas y personas. Si hay un destino patente, es el de la convivencia con ese conjunto, a la cual podemos incorporar iniciativas personales con dispares consideraciones.

El juicio valorativo de las actuaciones sociales ha de ser proyectivo. El rumbo y las posibles metas, exigen una mínima cordura en los planteamientos. Dichos REQUERIMIENTOS modulan la calidad de la presencia humana. Los vuelos imaginativos tienen su lugar, son necesarios; con la condición de que no pierdan el contacto con la base. Somos pilotos expuestos a un aprendizaje continuado, con poco margen para las frivolidades.

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