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Estamos en las manos de Dios, menos mal, que se hizo hombre para asumir todo lo humano. Las palabras del génesis de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza nos deben animar.
Porque a pesar de los pesares, aunque mordamos el polvo a diario, el amor de las madres, de las esposas, de los maridos, de los hijos, de los curas, de los misioneros, de las mujeres y hombres de bien, de los amigos de verdad; el amor mueve al mundo y Dios ha apostado por ti, por todos.
Hoy quisiéramos invitarlos a reflexionar en torno a un asunto estrictamente filosófico, en cuanto que buscaremos comprender la esencia de aquello que llamamos cotidianamente "lo político", diferenciándolo de una práctica concreta, un trabajo, un oficio, que es propiamente el de "la política".
La singularidad que todos poseemos, se conjuga a través de la interioridad vivencial y de la intencionalidad expuesta, a través de la voluntad, modulando y modelando un hálito reintegrador de pulsos y mente, de forma activa, para la reconstrucción de nuevas rutas. Nada permanece, todo está sometido al avance social, lo que requiere de cierta audacia para llegar a buen puerto.
El sufrimiento, un fenómeno omnipresente en la experiencia humana, ha sido objeto de reflexión y análisis por parte de diversas tradiciones religiosas a lo largo de la historia. En este artículo, exploraremos las perspectivas budista y cristiana sobre el sufrimiento, centrándonos en sus diferencias fundamentales y en cómo abordan el sentido y la aceptación del dolor humano.
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