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Este Papa no tiene remedio

Una boda de altura

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Entiendo, pero no comparto, que a los católicos apegados a las tradiciones y el continuismo, les rechinen a veces las meninges ante un romano pontífice que intente limpiar el montón de cachivaches que hemos incorporado a la Iglesia y que, en ocasiones, nos impiden ver a Dios. Esa radicalización (vuelta a las raíces) trastorna lo que “siempre se ha hecho”.


Las iglesias protestantes hace años que se dieron cuenta de todo esto y, pese a sus imperfecciones, que las tienen, han estado más atentas a los signos de los tiempos que las católicas. Guillermo Fesser, un tipo con mucho talento que conoce muy bien los Estados Unidos, hizo hace unos días un reportaje para una cadena de televisión española sobre los cultos de la multitud de iglesias protestantes que proliferan a lo largo y ancho del país norteamericano.


Aterrizó en una celebración realizada en un gran auditorio, caldeado y lleno de fieles a rebosar mientras en la calle se encontraban a ocho grados bajo cero. El pastor hablaba de la evolución de su trabajo en función de las necesidades de cada tiempo. Todo a lo grande, orquesta, sermón, cantantes, comida, descanso con anuncios publicitarios, amistad, buenos consejos y a compartir en comunidad. Nadie pedía nada a nadie. Tan solo su presencia y su participación.


No pretendo que nuestros templos se conviertan en casinos, auditorios o plazas de toros. Pero habría que cambiar el boato y la distancia por la sencillez y la cercanía. El yo por el nosotros y la intransigencia por la amabilidad. Me imagino a uno de nuestros prestes preguntando a unos novios a los que apenas conoce si se quieren casar sobre la marcha. A muchos les da un patatús.


Desde algunos miembros de la jerarquía eclesiástica, comenzando por el Papa Francisco, hasta muchos cristianos de a pie, sostenemos que mientras menos trabas pongamos y menos papeles pidamos se volverán a enriquecer nuestras comunidades. Ahora nos piden una especie de “limpieza de sangre” a los padrinos de un bautizo, hacen pasar a los niños por la confirmación antes de la comunión, cursos para todo, y se siguen cerrando muchas puertas a los separados o divorciados. A veces nos quedamos en la formación sin la convicción.


El Papa, en medio de un vuelo por Sudamérica ha ejercido de buen samaritano, no les ha pedido papeles ni cursos intensivos a una pareja que les pidió que les casara; tan solo les preguntó si se querían. Ocho años casados por lo civil y dos hijos lo certificaban. A su respuesta afirmativa los bendijo en nombre del Señor.


Otro gran ejemplo de un hombre que sigue los pasos de Jesús de Nazaret; un Papa que perdona y nos marca el camino de la felicidad: el amor, el perdón y la comprensión. Esta sí que ha sido una boda de altura. Una buena noticia para los que esperamos conseguir un cristianismo más cercano y menos ritualista.

Una boda de altura

Este Papa no tiene remedio
Manuel Montes Cleries
domingo, 21 de enero de 2018, 10:25 h (CET)

Entiendo, pero no comparto, que a los católicos apegados a las tradiciones y el continuismo, les rechinen a veces las meninges ante un romano pontífice que intente limpiar el montón de cachivaches que hemos incorporado a la Iglesia y que, en ocasiones, nos impiden ver a Dios. Esa radicalización (vuelta a las raíces) trastorna lo que “siempre se ha hecho”.


Las iglesias protestantes hace años que se dieron cuenta de todo esto y, pese a sus imperfecciones, que las tienen, han estado más atentas a los signos de los tiempos que las católicas. Guillermo Fesser, un tipo con mucho talento que conoce muy bien los Estados Unidos, hizo hace unos días un reportaje para una cadena de televisión española sobre los cultos de la multitud de iglesias protestantes que proliferan a lo largo y ancho del país norteamericano.


Aterrizó en una celebración realizada en un gran auditorio, caldeado y lleno de fieles a rebosar mientras en la calle se encontraban a ocho grados bajo cero. El pastor hablaba de la evolución de su trabajo en función de las necesidades de cada tiempo. Todo a lo grande, orquesta, sermón, cantantes, comida, descanso con anuncios publicitarios, amistad, buenos consejos y a compartir en comunidad. Nadie pedía nada a nadie. Tan solo su presencia y su participación.


No pretendo que nuestros templos se conviertan en casinos, auditorios o plazas de toros. Pero habría que cambiar el boato y la distancia por la sencillez y la cercanía. El yo por el nosotros y la intransigencia por la amabilidad. Me imagino a uno de nuestros prestes preguntando a unos novios a los que apenas conoce si se quieren casar sobre la marcha. A muchos les da un patatús.


Desde algunos miembros de la jerarquía eclesiástica, comenzando por el Papa Francisco, hasta muchos cristianos de a pie, sostenemos que mientras menos trabas pongamos y menos papeles pidamos se volverán a enriquecer nuestras comunidades. Ahora nos piden una especie de “limpieza de sangre” a los padrinos de un bautizo, hacen pasar a los niños por la confirmación antes de la comunión, cursos para todo, y se siguen cerrando muchas puertas a los separados o divorciados. A veces nos quedamos en la formación sin la convicción.


El Papa, en medio de un vuelo por Sudamérica ha ejercido de buen samaritano, no les ha pedido papeles ni cursos intensivos a una pareja que les pidió que les casara; tan solo les preguntó si se querían. Ocho años casados por lo civil y dos hijos lo certificaban. A su respuesta afirmativa los bendijo en nombre del Señor.


Otro gran ejemplo de un hombre que sigue los pasos de Jesús de Nazaret; un Papa que perdona y nos marca el camino de la felicidad: el amor, el perdón y la comprensión. Esta sí que ha sido una boda de altura. Una buena noticia para los que esperamos conseguir un cristianismo más cercano y menos ritualista.

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