Lasse Hallström siempre se ha sentido atraído por la madre de todos los lenguajes cinematográficos, el clásico, para contar historias cotidianas, de la vida misma, con personajes bien delimitados y dejando pocos espacios a las interpretaciones subjetivas en sus películas. Estamos hablando del director de Atando cabos o Las normas de la casa de la sidra, películas imprescindibles para cualquier interesado en recibir lecciones de narración cinematográfica partiendo de guiones que muchas veces no son del todo redondos.
Su último trabajo, Una vida por delante, atiende a esa tradición personal de hacer las cosas con un sabroso sentido de la dramaturgia que le ha venido caracterizando desde sus inicios como cineasta. Jean Gilkyson (Jennifer Lopez) llega a la casa de su suegro, Einar Gilkyson (Robert Redford) con su hija Griff (Becca Gardner), de once años. Ambas vienen de pasar por el suplicio físico y psicológico de convivir con un maltratador con tantos escrúpulos como neuronas (Gary - Damian Lewis), pero en el rancho de Einar tampoco son recibidas calurosamente. Únicamente Mitch Bradley (Morgan Freeman), un amigo de Einar inválido tras el ataque de un oso pardo (luego sabremos que Einar estaba demasiado borracho como para defenderle) se alegra del regreso de Jean y Griff, pues conoce el turbio pasado que enrareció sus relaciones con Einar.
Hallström construye, partiendo de este interesante comienzo, una historia en la que los sentimientos de culpa, de ira, van poco a poco desvaneciéndose hacia la comprensión y el perdón mutuo. Todos en Una vida por delante necesitan ser perdonados de algún modo (excepto Gary, demasiado estúpido para perdonar o para que le perdonen, más dispuesto a recibir unos cuantos golpes contusos del bueno de Redford), y al final la tolerancia sustituye al abatimiento inicial de los peones de este intensísimo drama humano.
Algunos momentos son realmente memorables, apuntados dignamente por la realización poética de Hallström y la sensacional fotografía de Oliver Stapleton, acólito del cineasta sueco desde hace ya algunos años: las secuencias en las que Einar enseña a conducir, a reparar un coche o a montar a caballo a la pequeña Griff, una actriz de la que el director aprovecha sabiamente su dulce sonrisa; la discusión nocturna de Einar y Jean, en la que esta última le deja las cosas claras a su suegro, que comienza a replantearse sus sentimientos; la dramática escena en la que Gary irrumpe en el rancho con la intención de llevarse a la niña; el (re)encuentro fantasmal del oso con Mitch y la comprensión ecológica y tolerante de este último; la presencia de Morgan Freeman, un actor que lo da todo en cada papel... Además, Jennifer Lopez logra situarse en un aura de vulnerabilidad que confiere matices insospechados a su personaje y Robert Redford vuelve a demostrar, una vez más, que los actores de antes no son como los de ahora (la diferencia estriba, básicamente, en el hecho probado de que en el cine actual las caras se evaporan después de pocos días tras aparecer en la portada de cuarenta revistas de forma simultánea).
Sin colgarle la etiqueta de “obra maestra”, creo que Una vida por delante está entre las mejores películas de los últimos meses, algo impensable hace cuatro décadas, pero no por ello menos meritorio. Además, hacía ya algún tiempo que no acudía a una proyección en la que las imágenes en movimiento además de tener conciencia formasen parte de un restringido club: el Arte.