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Dejamos la concordia para los consensos, donde no hace falta. La requieren con urgencia las divergencias

Concordia apremiante

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Al hablar de concordia pensamos que hemos dicho gran cosa, cuando en verdad, apenas hemos entrado en materia; sobre todo si no hemos introducido la COLETILLA que resulta crucial: Que sea para todos. De lo contrario, las valoraciones dependerán de quien, como y cuando las efectúen. Según se mire, vamos. No es sólo cuestión de palabras, esa coletilla establece el verdadero meollo de las confluencias allegadas. La multiplicidad de concordias desvirtúa el concepto y abre la espita a las discordancias, de las que vamos bien servidos.


Acaso estemos ante un concepto totalmente fuera de lugar, en un Universo definido por la diversidad de efectos cambiantes. El buen catalizador para armonizarlo se ha resistido hasta ahora para hacer acto de presencia; es más, tal como evolucionan las circunstancias, si apareciera un candidato con esa capacidad, lo tomaríamos por sospechoso, porque los enemigos de la pluralidad abundan, pero sin aportaciones bien repartidas. Estamos abocados a la DISYUNTIVA existencial entre el ejercicio en bruto de dichas fuerzas y la pretensión de una armonía tranquilizadora, desbaratada sin remisión en los ambientes recorridos, en una mezcla de realidades y aspiraciones en constante desafío.


Desde muy antiguo, la CONJUNCIÓN de los variados saberes y actitudes inquietó a los pensadores; reacios a verse sometidos a la fragmentación de ideas y procedimientos tan desestabilizadores a través de los tiempos. El propio Einstein relacionaba las múltiples conexiones del Universo con las cualidades humanas; en sus manifestaciones insistió en las maneras convenientes para una coordinación de las personas y el mundo físico. E,O, Wilson, con su “Consilience” añadió razonamientos en torno a esa unión de los saberes, hacia un ensamblaje de mejor acierto, como forma de soslayar la confusión. Por el momento, estas versiones constituyen una semilla pendiente de fructificación.


Desde el punto de vista personal, antes de los planteamientos comunitarios, la disgregación nos provoca penalidades sin atenuantes; como individuos parecemos entes abandonados al trasiego cotidiano. Nadie nos atiende como conjunto de cualidades, nadie o muy pocos, a lo sumo, cada experto nos observa según su parcela, sea mecánica, económica, médica, burocrática o de vigilancia. Sin duda, echamos de menos esa confluencia de atenciones respetuosas con la CONDICIÓN personal. Sin embargo, a la hora de la interpretación de la vida diaria, expresamos una pluralidad de tal magnitud, que aquello de la actitud respetuosa constituye un reto complejo que va desde la convicción conceptual a la aplicación práctica.


Partimos de la base VITALISTA de que una concordancia de los diferentes elementos constitutivos, nunca debería ser de carácter impositivo, con poderosos y gente supeditada a sus apetencias. Los rasgos dialogantes, de convencimiento, de tolerancia, han de considerarse como principios elementales para la consecución de una mínima armonía. De no ser así, como sucedió y viene sucediendo con enorme descaro, la realidad aparece con turbios colores dibujados por los improperios, incomodidades, sufrimienros y conflictos. Sorprende la dedicación flagrante de quienes adoptan y proclaman un vitalismo plagado de imposiciones en las que predomina la fuerza, el mal gusto y el escaso asiento de los caletres; atosigando sin miramientos.


¿Se acuerdan de aquel latiguillo, ni contigo ni sin ti? En esta disyuntiva de la fragmentación de las sensibilidades o la visión de conjunto, ocurre algo parecido, ni con la ciencia, ni con las revelaciones esotéricas, ni con el naturalismo acérrimo, ni como sujetos particulares, ni como colectivo; tienen mis congojas remedio. Sin saber como, pero somos RECALCITRANTES en una confusión inverosímil, la de pensar en una armonía, una concordia, centrada en los uniformismos, el mismo aro para el paso de las diferentes personas, lo cual es impropio de quienes pueden razonar e imposible por naturaleza. Dicha incapacidad para asumir las variedades nos lastra, reduce el discernimiento a la necedad separadora.


La siguiente consideración por mi parte, no tiene que ver tanto con la confusión implantada en los comportamientos habituales, sino en la PRESUNCIÓN de que estamos en condiciones de lograr el saber supremo, como inmensa solución de los inconvenientes. Quizá fuera una buena orientación, aunque utópica, por aquello de ponernos en camino para el alivio de las penalidades. Si no fuera, ¡Ay!, porque nos facilita la evasión con respecto a las vivencias inmediatas, los incómodos roces diarios, los sentimientos, el acompañamiento, la ternura y la asistencia mutua. Todavía peor si dichas elucubraciones conducen por la frialdad de sus decisiones a crueles consecuencias para las personas, como estamos hartos de comprobar.


Basta una observación del entorno, no son necesarias técnicas liosas, para que la mencionada FRIALDAD de las decisiones sea perceptible. Comienza en el distanciamiento encrespado de la gente próxima; pero pesan sobremanera los topetazos originados por aquellos que trajinan en los círculos decisorios; de allí hasta el ciudadano común parten los flujos desconsiderados, en los cuales no cabe el auténtico diálogo. Ante esas tramas, algo se refleja también de la pasividad de los maltratados por el sistema. Con el espectáculo final de una discordancia, quizá progresiva, precisamente donde veníamos en busca de un mejor acoplamiento gratificante, al menos atenuante.


A la visión por separado de cuantas vicisitudes llegamos a tener noticia, sólo la podemos catalogar de aproximaciones a la verdadera sabiduría. Por su mismo carácter sectorial, por la vehemencia con la cual son acogidas las nuevas adquisiciones, es casi natural su propensión al SIMPLISMO interpretativo, que todo lo supedita a ese descubrimiento. Provoca un sesgo importante, contrario a la asimilación de la existencia multifactorial. El componente aglutinador suele quedarse en una intuición atrayente.


Ese desgajamiento de la realidad FRAGMENTADA, presentada además bajo los enfoques variados de los diferentes puntos de vista, contribuye en directo a la incertidumbre individual, bajo sus efectos resulta más fácil quedarse descentrado que mantenerse equilibrado, esto último supondría un esfuerzo y capacidades añadidos para el que todoas las personas no están preparadas. Con dicha inestabilidad, la fiabilidad de las proyecciones emprendidas quedan en entredicho. Poco bueno cabe esperar de actitudes tan desmañadas, dependientes de cualquier efecto foráneo y a la vez de nada consistente.


Como reacción adecuada, basta ya de claudicaciones injustificadas ante los sesgos adoptados por las actuaciones circundantes, sólo contribuyen a las relaciones insatisfactorias; cabos sueltos de los impulsos vitales, de sacudidas imprevisibles, casi siempre divergentes, deshilachados; en todo caso, las confluencias son esporádicas. La liberación sensata precisa de esa CONCORDIA soñada, convertida ya en necesidad apremiante.

Concordia apremiante

Dejamos la concordia para los consensos, donde no hace falta. La requieren con urgencia las divergencias
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 5 de enero de 2018, 08:52 h (CET)

Al hablar de concordia pensamos que hemos dicho gran cosa, cuando en verdad, apenas hemos entrado en materia; sobre todo si no hemos introducido la COLETILLA que resulta crucial: Que sea para todos. De lo contrario, las valoraciones dependerán de quien, como y cuando las efectúen. Según se mire, vamos. No es sólo cuestión de palabras, esa coletilla establece el verdadero meollo de las confluencias allegadas. La multiplicidad de concordias desvirtúa el concepto y abre la espita a las discordancias, de las que vamos bien servidos.


Acaso estemos ante un concepto totalmente fuera de lugar, en un Universo definido por la diversidad de efectos cambiantes. El buen catalizador para armonizarlo se ha resistido hasta ahora para hacer acto de presencia; es más, tal como evolucionan las circunstancias, si apareciera un candidato con esa capacidad, lo tomaríamos por sospechoso, porque los enemigos de la pluralidad abundan, pero sin aportaciones bien repartidas. Estamos abocados a la DISYUNTIVA existencial entre el ejercicio en bruto de dichas fuerzas y la pretensión de una armonía tranquilizadora, desbaratada sin remisión en los ambientes recorridos, en una mezcla de realidades y aspiraciones en constante desafío.


Desde muy antiguo, la CONJUNCIÓN de los variados saberes y actitudes inquietó a los pensadores; reacios a verse sometidos a la fragmentación de ideas y procedimientos tan desestabilizadores a través de los tiempos. El propio Einstein relacionaba las múltiples conexiones del Universo con las cualidades humanas; en sus manifestaciones insistió en las maneras convenientes para una coordinación de las personas y el mundo físico. E,O, Wilson, con su “Consilience” añadió razonamientos en torno a esa unión de los saberes, hacia un ensamblaje de mejor acierto, como forma de soslayar la confusión. Por el momento, estas versiones constituyen una semilla pendiente de fructificación.


Desde el punto de vista personal, antes de los planteamientos comunitarios, la disgregación nos provoca penalidades sin atenuantes; como individuos parecemos entes abandonados al trasiego cotidiano. Nadie nos atiende como conjunto de cualidades, nadie o muy pocos, a lo sumo, cada experto nos observa según su parcela, sea mecánica, económica, médica, burocrática o de vigilancia. Sin duda, echamos de menos esa confluencia de atenciones respetuosas con la CONDICIÓN personal. Sin embargo, a la hora de la interpretación de la vida diaria, expresamos una pluralidad de tal magnitud, que aquello de la actitud respetuosa constituye un reto complejo que va desde la convicción conceptual a la aplicación práctica.


Partimos de la base VITALISTA de que una concordancia de los diferentes elementos constitutivos, nunca debería ser de carácter impositivo, con poderosos y gente supeditada a sus apetencias. Los rasgos dialogantes, de convencimiento, de tolerancia, han de considerarse como principios elementales para la consecución de una mínima armonía. De no ser así, como sucedió y viene sucediendo con enorme descaro, la realidad aparece con turbios colores dibujados por los improperios, incomodidades, sufrimienros y conflictos. Sorprende la dedicación flagrante de quienes adoptan y proclaman un vitalismo plagado de imposiciones en las que predomina la fuerza, el mal gusto y el escaso asiento de los caletres; atosigando sin miramientos.


¿Se acuerdan de aquel latiguillo, ni contigo ni sin ti? En esta disyuntiva de la fragmentación de las sensibilidades o la visión de conjunto, ocurre algo parecido, ni con la ciencia, ni con las revelaciones esotéricas, ni con el naturalismo acérrimo, ni como sujetos particulares, ni como colectivo; tienen mis congojas remedio. Sin saber como, pero somos RECALCITRANTES en una confusión inverosímil, la de pensar en una armonía, una concordia, centrada en los uniformismos, el mismo aro para el paso de las diferentes personas, lo cual es impropio de quienes pueden razonar e imposible por naturaleza. Dicha incapacidad para asumir las variedades nos lastra, reduce el discernimiento a la necedad separadora.


La siguiente consideración por mi parte, no tiene que ver tanto con la confusión implantada en los comportamientos habituales, sino en la PRESUNCIÓN de que estamos en condiciones de lograr el saber supremo, como inmensa solución de los inconvenientes. Quizá fuera una buena orientación, aunque utópica, por aquello de ponernos en camino para el alivio de las penalidades. Si no fuera, ¡Ay!, porque nos facilita la evasión con respecto a las vivencias inmediatas, los incómodos roces diarios, los sentimientos, el acompañamiento, la ternura y la asistencia mutua. Todavía peor si dichas elucubraciones conducen por la frialdad de sus decisiones a crueles consecuencias para las personas, como estamos hartos de comprobar.


Basta una observación del entorno, no son necesarias técnicas liosas, para que la mencionada FRIALDAD de las decisiones sea perceptible. Comienza en el distanciamiento encrespado de la gente próxima; pero pesan sobremanera los topetazos originados por aquellos que trajinan en los círculos decisorios; de allí hasta el ciudadano común parten los flujos desconsiderados, en los cuales no cabe el auténtico diálogo. Ante esas tramas, algo se refleja también de la pasividad de los maltratados por el sistema. Con el espectáculo final de una discordancia, quizá progresiva, precisamente donde veníamos en busca de un mejor acoplamiento gratificante, al menos atenuante.


A la visión por separado de cuantas vicisitudes llegamos a tener noticia, sólo la podemos catalogar de aproximaciones a la verdadera sabiduría. Por su mismo carácter sectorial, por la vehemencia con la cual son acogidas las nuevas adquisiciones, es casi natural su propensión al SIMPLISMO interpretativo, que todo lo supedita a ese descubrimiento. Provoca un sesgo importante, contrario a la asimilación de la existencia multifactorial. El componente aglutinador suele quedarse en una intuición atrayente.


Ese desgajamiento de la realidad FRAGMENTADA, presentada además bajo los enfoques variados de los diferentes puntos de vista, contribuye en directo a la incertidumbre individual, bajo sus efectos resulta más fácil quedarse descentrado que mantenerse equilibrado, esto último supondría un esfuerzo y capacidades añadidos para el que todoas las personas no están preparadas. Con dicha inestabilidad, la fiabilidad de las proyecciones emprendidas quedan en entredicho. Poco bueno cabe esperar de actitudes tan desmañadas, dependientes de cualquier efecto foráneo y a la vez de nada consistente.


Como reacción adecuada, basta ya de claudicaciones injustificadas ante los sesgos adoptados por las actuaciones circundantes, sólo contribuyen a las relaciones insatisfactorias; cabos sueltos de los impulsos vitales, de sacudidas imprevisibles, casi siempre divergentes, deshilachados; en todo caso, las confluencias son esporádicas. La liberación sensata precisa de esa CONCORDIA soñada, convertida ya en necesidad apremiante.

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