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Opinión
Etiquetas | Cataluña
Entre lo emocional, caótico y ridículo

Cataluña a la deriva (y 3)

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Alababa Otto von Bismarck (canciller artífice de la reunificación de los estados alemanes) la fortaleza de la nación española “empeñada desde hace cuatrocientos años en autodestruirse sin haberlo conseguido todavía” La cita no es literal, aunque se considera fidedigna y expresa una realidad tan vigente hoy como hace ciento cincuenta años. El militar y político prusiano, gran conocedor de la Historia, tenía en mente al menos una gran parte de los episodios que desde 1492 habían puesto en peligro la unidad de España, y que van desde los conflictos dinásticos y religiosos a la Leyenda Negra (generada en parte por ciertos recalcitrantes compatriotas y utilizada hábilmente por nuestros enemigos) pasando por insurrecciones cantonales, levantamientos militares, una sistemática mala gestión de la política colonial y un sinfín de causas, atribuibles en gran medida a la proverbial incompetencia de muchos gobernantes que alejaron a España de las grandes potencias europeas, ya plenamente formadas a comienzos del siglo XIX (como Inglaterra o Francia) o en vías de gestación (como Italia o la propia Alemania)


Entre 1870 y 1871 coinciden en Europa dos hechos significativos: los reinos y principados alemanes se unen bajo la dinastía prusiana de los Hohenzollern y en España una corona en almoneda, desde que Isabel II marchara al exilio en 1868, es asumida, tras un periodo de regencia militar, por un príncipe italiano que sería entronizado como Amadeo I de Savoya.


La figura del general Juan Prim –riguroso coetáneo de Bismarck, ya que nacieron con pocos meses de diferencia, en 1814, el español; al año siguiente, el alemán- guarda ciertas e importantes concomitancias con el canciller prusiano. Partiendo de un origen social muy diferente (Bismarck pertenecía a la nobleza rural y Prim nació en una familia de la baja burguesía) ambos se convirtieron en los “hombres fuertes”durante periodos críticos que arrostraron sus respectivos países y tanto uno como otro trataron de materializar un cambio radical; algo que daría sus frutos en el caso alemán, mientras que el español se vería frustrado por el asesinato de Prim y el efímero reinado de Amadeo, que, privado de su valedor, abdicaría dos años después de haber subido al trono, dando lugar a la caótica y asimismo efímera I República.


Conviene recordar la Historia para tratar de interpretar los hechos del presente y ver de qué manera han actuado las fuerzas centrífugas regionalistas y cantonales, pacatas y retrógradas, cada vez que ha habido un periodo de debilidad del poder central. Y aunque exceda del ámbito de un artículo periodístico, no me resisto a señalar que el problema del separatismo catalán se agudiza cada vez que “vienen mal dadas”, y que la Historia –la que ahora se desarrolla ante nuestros ojos- ocurrió de forma parecida cuando, hace algo más de 80 años, el Presidente de la Generalidad, Luis Companys, declaró “unilateralmente” el Estat Català. Y el fracaso de esta reciente intentona, que equivale a un golpe de estado en toda regla, es, en cierto modo, similar a aquella; aunque la reacción haya sido tamizada por los modos y maneras del presente, que procuran en lo posible limitar el recurso de la fuerza (el golpe de estado de Companys fue sofocado con el envío del ejército y la declaración del estado de guerra por parte del Gobierno de la República, que presidía Alejandro Lerroux) Pero conviene no olvidar que el uso moderado de la fuerza es legítimo y plenamente justificado cuando se trata de proteger la Ley.


Existe una expresión muy en boga, que no me gusta por ser una ordinariez pero que resulta al tiempo muy gráfica: “Cogérsela con papel de fumar” Sin entrar en detalles sobre el objeto que se coge o se recoge, la verdad es que en esto de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, nuestros gobernantes “se la han cogido con papel de fumar” por el modo casi imperceptible (“light”, dirían algunos) de ponerlo en marcha y no menos sus supuestas “víctimas”; es decir, los políticos golpistas que organizaron el referendum ilegal de 1° de octubre y la posterior proclamación de la República Catalana, que han reaccionado como angustiadas plañideras cuando se les ha aplicado la Ley en su versión más benévola.


Durante dos meses hemos sido testigos del ridículo internacional que supone un expresidente de una comunidad autónoma huido a Bruselas, dando conferencias de prensa en las que se presentaba como víctima de un Estado totalitario, apoyado por lo más granado de la extrema derecha belga e intentado sin éxito el apoyo del establishment político europeo, que lo ha contemplado como un “españolito díscolo y bastante histriónico”. Es decir, como la quintaesencia del “ruido español” de castañuelas, panderetas y taconeo (aún recordamos la astracanada de los alcaldes independentistas que viajaron a Bruselas con sus bastones de mando para mostrarle su solidaridad) Ruido que suele ir acompañado de pocas nueces...


Pero por otro lado, muchos nos quedamos estupefactos ante el anuncio, que se produjo casi al unísono con la entrada en vigor de tan “temido” artículo, de que se celebrarían elecciones autonómicas en Cataluña el 21 de diciembre. El Gobierno del PP trataba con ello de evitar que el mecanismo previsto por la ley actuase en toda su extensión, y prefirió llevarlo “a tres cilindros”; es decir, restando gran parte de su potencia y efectividad. El único modo de que el artículo 155 no produjera sus frutos (entre otros el de llevar a cabo un plan de desintoxicación de la opinión pública catalana, aplicando medidas urgentes tales como la reestructuración de los aparatos de propaganda independentista –con TV3 a la cabeza- o la exigencia de que en los centros públicos de enseñanza pueda optarse por el español como lengua vehicular) era provocando una helada que lo dejara raquítico y lo condujera a una muerte prematura.


Con la celebración de las elecciones autonómicas dentro de unos pocos días, el artículo 155 quedará como un hiato de ocho semanas en los que el Gobierno tuvo la ocasión de recuperar un control sobre “el problema catalán” que nunca debió perder... y que abiertamente ha desperdiciado.


Existen muchas interpretaciones sobre el porqué de esta apresurada convocatoria. La más plausible se basa en la situación de equilibrio inestable del Ejecutivo que preside Mariano Rajoy, en manos de Ciudadanos, su socio y garante en el Poder... de momento y con condiciones. Y una de ellas, apoyada también por el PSOE, era que el tan traído y llevado artículo se aplicara con suma cautela y por un breve –diríamos, brevísimo- periodo de tiempo. Rivera, aquejado de una miopía política digna de revisión, sólo consideró el hipotético rédito electoral de su partido con la convocatoria inmediata de las elecciones autonómicas, ante la caótica situación catalana.


No creo que sea exagerado decir que el panorama que se nos presenta es muy preocupante.


Es fácil prever que tras el 21 de diciembre, se producirá una mayor atomización del Parlamento catalán y es posible que se elija a un presidente de circunstancias, quizá Miguel Iceta, del PSC. También podría ser el propio Puigdemont, vuelto de su peculiar exilio, el que obtenga una victoria pírrica por lo efímera. En cualquier caso, la inestabilidad política, y por ende, social y económica, habrá entrado en su tercera y definitiva fase. Y esto es algo que esperan los antisistema de la CUP como agua de mayo.


Sólo el Ministerio del Tiempo sería capaz de acercarnos a la opinión de Prim y de Bismarck ante la debacle que se avecina. Ojalá a alguien se le vaya ocurriendo el guión.

Cataluña a la deriva (y 3)

Entre lo emocional, caótico y ridículo
Luis del Palacio
jueves, 14 de diciembre de 2017, 00:00 h (CET)

Alababa Otto von Bismarck (canciller artífice de la reunificación de los estados alemanes) la fortaleza de la nación española “empeñada desde hace cuatrocientos años en autodestruirse sin haberlo conseguido todavía” La cita no es literal, aunque se considera fidedigna y expresa una realidad tan vigente hoy como hace ciento cincuenta años. El militar y político prusiano, gran conocedor de la Historia, tenía en mente al menos una gran parte de los episodios que desde 1492 habían puesto en peligro la unidad de España, y que van desde los conflictos dinásticos y religiosos a la Leyenda Negra (generada en parte por ciertos recalcitrantes compatriotas y utilizada hábilmente por nuestros enemigos) pasando por insurrecciones cantonales, levantamientos militares, una sistemática mala gestión de la política colonial y un sinfín de causas, atribuibles en gran medida a la proverbial incompetencia de muchos gobernantes que alejaron a España de las grandes potencias europeas, ya plenamente formadas a comienzos del siglo XIX (como Inglaterra o Francia) o en vías de gestación (como Italia o la propia Alemania)


Entre 1870 y 1871 coinciden en Europa dos hechos significativos: los reinos y principados alemanes se unen bajo la dinastía prusiana de los Hohenzollern y en España una corona en almoneda, desde que Isabel II marchara al exilio en 1868, es asumida, tras un periodo de regencia militar, por un príncipe italiano que sería entronizado como Amadeo I de Savoya.


La figura del general Juan Prim –riguroso coetáneo de Bismarck, ya que nacieron con pocos meses de diferencia, en 1814, el español; al año siguiente, el alemán- guarda ciertas e importantes concomitancias con el canciller prusiano. Partiendo de un origen social muy diferente (Bismarck pertenecía a la nobleza rural y Prim nació en una familia de la baja burguesía) ambos se convirtieron en los “hombres fuertes”durante periodos críticos que arrostraron sus respectivos países y tanto uno como otro trataron de materializar un cambio radical; algo que daría sus frutos en el caso alemán, mientras que el español se vería frustrado por el asesinato de Prim y el efímero reinado de Amadeo, que, privado de su valedor, abdicaría dos años después de haber subido al trono, dando lugar a la caótica y asimismo efímera I República.


Conviene recordar la Historia para tratar de interpretar los hechos del presente y ver de qué manera han actuado las fuerzas centrífugas regionalistas y cantonales, pacatas y retrógradas, cada vez que ha habido un periodo de debilidad del poder central. Y aunque exceda del ámbito de un artículo periodístico, no me resisto a señalar que el problema del separatismo catalán se agudiza cada vez que “vienen mal dadas”, y que la Historia –la que ahora se desarrolla ante nuestros ojos- ocurrió de forma parecida cuando, hace algo más de 80 años, el Presidente de la Generalidad, Luis Companys, declaró “unilateralmente” el Estat Català. Y el fracaso de esta reciente intentona, que equivale a un golpe de estado en toda regla, es, en cierto modo, similar a aquella; aunque la reacción haya sido tamizada por los modos y maneras del presente, que procuran en lo posible limitar el recurso de la fuerza (el golpe de estado de Companys fue sofocado con el envío del ejército y la declaración del estado de guerra por parte del Gobierno de la República, que presidía Alejandro Lerroux) Pero conviene no olvidar que el uso moderado de la fuerza es legítimo y plenamente justificado cuando se trata de proteger la Ley.


Existe una expresión muy en boga, que no me gusta por ser una ordinariez pero que resulta al tiempo muy gráfica: “Cogérsela con papel de fumar” Sin entrar en detalles sobre el objeto que se coge o se recoge, la verdad es que en esto de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, nuestros gobernantes “se la han cogido con papel de fumar” por el modo casi imperceptible (“light”, dirían algunos) de ponerlo en marcha y no menos sus supuestas “víctimas”; es decir, los políticos golpistas que organizaron el referendum ilegal de 1° de octubre y la posterior proclamación de la República Catalana, que han reaccionado como angustiadas plañideras cuando se les ha aplicado la Ley en su versión más benévola.


Durante dos meses hemos sido testigos del ridículo internacional que supone un expresidente de una comunidad autónoma huido a Bruselas, dando conferencias de prensa en las que se presentaba como víctima de un Estado totalitario, apoyado por lo más granado de la extrema derecha belga e intentado sin éxito el apoyo del establishment político europeo, que lo ha contemplado como un “españolito díscolo y bastante histriónico”. Es decir, como la quintaesencia del “ruido español” de castañuelas, panderetas y taconeo (aún recordamos la astracanada de los alcaldes independentistas que viajaron a Bruselas con sus bastones de mando para mostrarle su solidaridad) Ruido que suele ir acompañado de pocas nueces...


Pero por otro lado, muchos nos quedamos estupefactos ante el anuncio, que se produjo casi al unísono con la entrada en vigor de tan “temido” artículo, de que se celebrarían elecciones autonómicas en Cataluña el 21 de diciembre. El Gobierno del PP trataba con ello de evitar que el mecanismo previsto por la ley actuase en toda su extensión, y prefirió llevarlo “a tres cilindros”; es decir, restando gran parte de su potencia y efectividad. El único modo de que el artículo 155 no produjera sus frutos (entre otros el de llevar a cabo un plan de desintoxicación de la opinión pública catalana, aplicando medidas urgentes tales como la reestructuración de los aparatos de propaganda independentista –con TV3 a la cabeza- o la exigencia de que en los centros públicos de enseñanza pueda optarse por el español como lengua vehicular) era provocando una helada que lo dejara raquítico y lo condujera a una muerte prematura.


Con la celebración de las elecciones autonómicas dentro de unos pocos días, el artículo 155 quedará como un hiato de ocho semanas en los que el Gobierno tuvo la ocasión de recuperar un control sobre “el problema catalán” que nunca debió perder... y que abiertamente ha desperdiciado.


Existen muchas interpretaciones sobre el porqué de esta apresurada convocatoria. La más plausible se basa en la situación de equilibrio inestable del Ejecutivo que preside Mariano Rajoy, en manos de Ciudadanos, su socio y garante en el Poder... de momento y con condiciones. Y una de ellas, apoyada también por el PSOE, era que el tan traído y llevado artículo se aplicara con suma cautela y por un breve –diríamos, brevísimo- periodo de tiempo. Rivera, aquejado de una miopía política digna de revisión, sólo consideró el hipotético rédito electoral de su partido con la convocatoria inmediata de las elecciones autonómicas, ante la caótica situación catalana.


No creo que sea exagerado decir que el panorama que se nos presenta es muy preocupante.


Es fácil prever que tras el 21 de diciembre, se producirá una mayor atomización del Parlamento catalán y es posible que se elija a un presidente de circunstancias, quizá Miguel Iceta, del PSC. También podría ser el propio Puigdemont, vuelto de su peculiar exilio, el que obtenga una victoria pírrica por lo efímera. En cualquier caso, la inestabilidad política, y por ende, social y económica, habrá entrado en su tercera y definitiva fase. Y esto es algo que esperan los antisistema de la CUP como agua de mayo.


Sólo el Ministerio del Tiempo sería capaz de acercarnos a la opinión de Prim y de Bismarck ante la debacle que se avecina. Ojalá a alguien se le vaya ocurriendo el guión.

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