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Los políticos habrían de observar el mundo con una perspectiva más amplia, menos reduccionista

El paro es lo más importante

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Hoy en día disponemos de observatorios e indicadores por doquier de toda índole. Y, curiosamente, lejos de emplearlos para ser puestos al servicio de la colectividad con objeto de otorgarle una perspectiva suficiente para que obre en consecuencia en aras de hacer posible un mundo más habitable, muy al contrario, se hace un ejercicio de reduccionismo otorgando perspectivas pedestres y limitadas que mantengan entretenidos a los más, quedando, así, apuntalado el estado de las cosas. Un ejemplo paradigmático fue el diálogo de sordos que tuvo lugar en “Salvados” entre Inés Arrimadas y Marta Rovira, encuentro que alcanzó su momento más apoteósico cuando el moderador les preguntó ambas por una serie de datos que deberían ser de dominio común para cualquier representante público que, para más inri, aspire a alcanzar mayores cargos. Aquello fue clara muestra de en qué manos estamos: en aquellas de quienes buscan un medro personal y el engorde de sus egos (a eso se lo acostumbra a llamar vocación política). Una población mínimamente instruida, como la española en la actualidad, habría de alarmase si no fuera porque ya ha perdido la capacidad de sorpresa de tanto soportar lo insoportable. Ocurre que en tiempos de “postureo” la indignación también ha sido absorbida por dicha lógica. La gente, merced a que dispone de unas serie de aparatos que parecen instarlos a toda hora a comunicar, haya o no algo sustancioso que comunicar, se entretiene en ello sin reflexionar demasiado en el fondo de lo que comenta por aquí y por allá. La política se ha trivializado porque ese es el modo de conectar con quienes nadan en un mar de trivialidad; buscan, así, la profiláctica cercanía de lo telemático; la remozada fotogenia de la red social de turno. Se ventilan múltiples asuntos, pero no se hace balance de qué es lo que nos conviene verdaderamente. Se airean programas políticos de mínimos sujetos a coyunturas o cercanos a sectores interesantes a efectos electorales, pero no se acuerdan posturas a tomar en cuestiones relevantes. No se armonizan acciones que beneficien al conjunto de la ciudadanía. Se busca solo capitalizar el voto y mantener ese juego cada vez más mediático y, al tiempo, más alejado de los problemas candentes. El motivo por el que nada tiene visos de cambiar de manera sustancial la apuntaba afinadamente Lipovesky: “Conforme el orden comercial invade los hábitos de vida, las descalificaciones e insatisfacciones se multiplican, ya que todos se han vuelto más o menos críticos de un mundo que, en el fondo, nadie quiere que sea básicamente distinto. Lo que triunfa es ciertamente la ‘sociedad unidimensional’ (Marcuse), pero eso no significa en modo alguno que desaparezcan las fuerzas de oposición ni que hay una identificación total de los individuos con una existencia que es suya. Es incluso lo contrario: hay más postura crítica cuanto más profunda es la adhesión al statu quo”.

El paro es uno de los grandes problemas que nos vienen asolando décadas ha, pues bien, las dos candidatas a gobernar una de las más importantes regiones del país debaten sobre cuestiones absurdas en vez de atender a los problemas reales de la sociedad. Ahora bien, si actúan de tal forma es porque no se ven exigidas en otra dirección por la ciudadanía.

Lo queramos ver o no, el paro es un problema que plantea cuestiones muy a tener en cuenta por su calado en la convivencia futura en el mundo, un mundo en el que sigue rigiendo sin ambages el sistema económico propiciado por la Revolución Industrial, basado en la producción y la venta de lo producido a cuanta mayor escala. Pero cuanto más eficientes han venido siendo las máquinas, influidas por los avances científico-tecnológicos, menos mano de obra se ha revelado necesaria. He ahí la contradicción interna del sistema: avanzar en la automatización y no generar paro. Además, al superar la oferta a la demanda los salarios por fuerza han de ser menores. Cuando se quiere flexibilizar el mercado laboral se hace a expensas de los derechos de los trabajadores, que tienen que tragar con sueldos más bajos y con una nula estabilidad en el empleo, lo que impide planear proyectos de vida más allá de la mera supervivencia.

Así el panorama, los dedicados a la política habrían de tener tal cuestión entre sus prioridades toda vez que para armonizar las premisas más arriba apuntadas se habría de trabajar en un cambio civilizatorio, lo que implicaría la implantación de nuevas premisas cívico-filosóficas sobre las que instaurar la convivencia. Si las fuerzas burocrático-financieras no bogan por atisbar un nuevo paradigma, el futuro puede ser algo aventurado e incierto para las futuras generaciones. Por ello, cuando se pasa por alto una cuestión como el paro se está haciendo dejación de algo con no poco calado; es más, la convivencia en una u otra lógica político-administrativa-territorial se habría de supeditar a cuestiones como el modo en que se puede afrontar un fenómeno como el paro de manera integral, no buscando parches.

Lo que a toda hora esgrimen nuestro representantes de uno u otro signo son lo que Francisco Umbral llamaba “ideologías de entretiempo”, de las que se hace uso para “salvar la nada, nombrar lo neutro y vivir sin vida”.

Viviane Forrester ya denunciaba allá por el noventa y siete del siglo pasado cómo había descuidado la política lo cibernético, que “se introdujo casi subrepticiamente en la economía, sin reflexión […] de manera ‘inocente’, con miras prácticas y sin teorías, como una simple herramienta en principio útil y rápidamente indispensable”. Dicha cibernética ha entrado en una lógica trivializadora, porque no se ha incidido en que pueda hacerse uso de ella de un modo constructivo y útil para todos.

El paro es lo más importante

Los políticos habrían de observar el mundo con una perspectiva más amplia, menos reduccionista
Diego Vadillo López
martes, 12 de diciembre de 2017, 07:01 h (CET)
Hoy en día disponemos de observatorios e indicadores por doquier de toda índole. Y, curiosamente, lejos de emplearlos para ser puestos al servicio de la colectividad con objeto de otorgarle una perspectiva suficiente para que obre en consecuencia en aras de hacer posible un mundo más habitable, muy al contrario, se hace un ejercicio de reduccionismo otorgando perspectivas pedestres y limitadas que mantengan entretenidos a los más, quedando, así, apuntalado el estado de las cosas. Un ejemplo paradigmático fue el diálogo de sordos que tuvo lugar en “Salvados” entre Inés Arrimadas y Marta Rovira, encuentro que alcanzó su momento más apoteósico cuando el moderador les preguntó ambas por una serie de datos que deberían ser de dominio común para cualquier representante público que, para más inri, aspire a alcanzar mayores cargos. Aquello fue clara muestra de en qué manos estamos: en aquellas de quienes buscan un medro personal y el engorde de sus egos (a eso se lo acostumbra a llamar vocación política). Una población mínimamente instruida, como la española en la actualidad, habría de alarmase si no fuera porque ya ha perdido la capacidad de sorpresa de tanto soportar lo insoportable. Ocurre que en tiempos de “postureo” la indignación también ha sido absorbida por dicha lógica. La gente, merced a que dispone de unas serie de aparatos que parecen instarlos a toda hora a comunicar, haya o no algo sustancioso que comunicar, se entretiene en ello sin reflexionar demasiado en el fondo de lo que comenta por aquí y por allá. La política se ha trivializado porque ese es el modo de conectar con quienes nadan en un mar de trivialidad; buscan, así, la profiláctica cercanía de lo telemático; la remozada fotogenia de la red social de turno. Se ventilan múltiples asuntos, pero no se hace balance de qué es lo que nos conviene verdaderamente. Se airean programas políticos de mínimos sujetos a coyunturas o cercanos a sectores interesantes a efectos electorales, pero no se acuerdan posturas a tomar en cuestiones relevantes. No se armonizan acciones que beneficien al conjunto de la ciudadanía. Se busca solo capitalizar el voto y mantener ese juego cada vez más mediático y, al tiempo, más alejado de los problemas candentes. El motivo por el que nada tiene visos de cambiar de manera sustancial la apuntaba afinadamente Lipovesky: “Conforme el orden comercial invade los hábitos de vida, las descalificaciones e insatisfacciones se multiplican, ya que todos se han vuelto más o menos críticos de un mundo que, en el fondo, nadie quiere que sea básicamente distinto. Lo que triunfa es ciertamente la ‘sociedad unidimensional’ (Marcuse), pero eso no significa en modo alguno que desaparezcan las fuerzas de oposición ni que hay una identificación total de los individuos con una existencia que es suya. Es incluso lo contrario: hay más postura crítica cuanto más profunda es la adhesión al statu quo”.

El paro es uno de los grandes problemas que nos vienen asolando décadas ha, pues bien, las dos candidatas a gobernar una de las más importantes regiones del país debaten sobre cuestiones absurdas en vez de atender a los problemas reales de la sociedad. Ahora bien, si actúan de tal forma es porque no se ven exigidas en otra dirección por la ciudadanía.

Lo queramos ver o no, el paro es un problema que plantea cuestiones muy a tener en cuenta por su calado en la convivencia futura en el mundo, un mundo en el que sigue rigiendo sin ambages el sistema económico propiciado por la Revolución Industrial, basado en la producción y la venta de lo producido a cuanta mayor escala. Pero cuanto más eficientes han venido siendo las máquinas, influidas por los avances científico-tecnológicos, menos mano de obra se ha revelado necesaria. He ahí la contradicción interna del sistema: avanzar en la automatización y no generar paro. Además, al superar la oferta a la demanda los salarios por fuerza han de ser menores. Cuando se quiere flexibilizar el mercado laboral se hace a expensas de los derechos de los trabajadores, que tienen que tragar con sueldos más bajos y con una nula estabilidad en el empleo, lo que impide planear proyectos de vida más allá de la mera supervivencia.

Así el panorama, los dedicados a la política habrían de tener tal cuestión entre sus prioridades toda vez que para armonizar las premisas más arriba apuntadas se habría de trabajar en un cambio civilizatorio, lo que implicaría la implantación de nuevas premisas cívico-filosóficas sobre las que instaurar la convivencia. Si las fuerzas burocrático-financieras no bogan por atisbar un nuevo paradigma, el futuro puede ser algo aventurado e incierto para las futuras generaciones. Por ello, cuando se pasa por alto una cuestión como el paro se está haciendo dejación de algo con no poco calado; es más, la convivencia en una u otra lógica político-administrativa-territorial se habría de supeditar a cuestiones como el modo en que se puede afrontar un fenómeno como el paro de manera integral, no buscando parches.

Lo que a toda hora esgrimen nuestro representantes de uno u otro signo son lo que Francisco Umbral llamaba “ideologías de entretiempo”, de las que se hace uso para “salvar la nada, nombrar lo neutro y vivir sin vida”.

Viviane Forrester ya denunciaba allá por el noventa y siete del siglo pasado cómo había descuidado la política lo cibernético, que “se introdujo casi subrepticiamente en la economía, sin reflexión […] de manera ‘inocente’, con miras prácticas y sin teorías, como una simple herramienta en principio útil y rápidamente indispensable”. Dicha cibernética ha entrado en una lógica trivializadora, porque no se ha incidido en que pueda hacerse uso de ella de un modo constructivo y útil para todos.

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