Hacía mucho frío. Se olvidaron de hacer la cama como Dios manda a la montaña, porque solo la cubrieron con una sábana blanca, ¡hay que ver, cada día está peor el servicio! Sonó el reloj y encendí la lamparilla de sol de la mesita de noche.
Me levanté y miré por la ventana: los muebles y otros enseres del monte, hacía poco que los habían forrado con una copiosa fórmica blanca. Se oían las pisadas de los vecinos de arriba y de abajo, ir de aquí para allá, gritando y riendo emocionados. Salí al pasillo para encontrarme con mis amigos y empezamos a caminar por el ruidoso parquet blanco. Con mucho esfuerzo, por las blancas escaleras subimos haciendo zigzags hasta la azotea. Una vez allí, nos encontramos con el ibón de las Truchas perfectamente alicatado con baldosas blancas.
Más tarde, asomados a una barandilla blanca, comimos mientras disfrutábamos del paisaje que nuestra terraza nos bridaba: el pico Astún, la estación de esquí del mismo nombre, la gente deslizándose por un manto blanco, el pico Escalar, el pico de los Monjes y otros. Una vez terminamos de comer, dando un rodeo bajamos al ibón Escalar que, recientemente, también había sido alicatado con azulejos del mismo tono. Después descendimos en ascensor hasta el punto de partida. No sin antes tomar un café con leche con pastas en el salón para celebrar la blanca jornada…