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Los grupos implican fuerza y poder. Y esa capacidad de transformación es algo que puede tener efectos maravillosamente positivos en nuestra sociedad

La soledad de la multitud

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Hace ya muchas décadas que vivimos en una sociedad totalmente masificada. En las grandes ciudades nos hemos acostumbrado tanto que ya nos parece lo normal vivir premanentemente en medio de una multitud. Da igual que sea en un atasco, caminando por el centro o haciendo cola para entrar en algún sitio.

La realidad es que cada vez estamos más rodeados de gente pero también que cada día que pasa estamos más solos.

En las culturas mediterráneas somos convencidos practicantes de la inclusión en el grupo.

Ya desde muy pequeños se nos fomenta la integración en diferentes grupos sociales con el fin de adquirir habilidades personales y relacionarnos con otros seres humanos con los que intercambiar nuestras experiencias vitales.

Pero en esta cultura del grupo, en muchas ocasiones, nos encontramos sin suficientes herramientas cuando fallan los mecanismos de integración.

La individualidad de cualquier ser humano como expresión de las características únicas que lo distinguen del resto, es algo maravilloso. Un patrimonio a proteger si tenemos en cuenta el potencial de la suma de todas las individualidades que existen en el mundo.

El grupo como suma de las diferentes personalidades de todos sus miembros supone un amplificador maravilloso que nos recuerda aquello de que no siempre: “1+1=2”.

Pero el grupo como rodillo homogeneizador que busca la uniformidad de todas las personalidades que lo componen, el grupo como elemento excluyente que señala y maltrata a todos aquellos que no se doblegan ante sus imposiciones se termina por convertir en un generador de violencia, aislamiento y soledad.

La próxima vez que lean una noticia sobre acoso escolar, presten atención. Ya verán como en algún momento se relatará que el acoso viene de un grupo a un individuo.

La próxima noticia que encuentren en la prensa sobre algún ser humano que recibe una paliza por ser considerado diferente (sea esto ser homosexual, extranjero o cualquier otra condición), fíjense en el hecho de que los agresores siempre son varios. Van en grupo.

Cuando les llegue información sobre algún tipo de abuso o atentado contra los derechos humanos, hagan el ejercicio de identificar el grupo que hay detrás. Porque desgraciadamente, siempre hay un grupo.

El grupo no es de por sí un elemento negativo. La familia es un grupo. Los amigos son un grupo. Los compañeros de trabajo, de partido o de luchas reivindicativas, son todos grupos.

Los grupos implican fuerza y poder. Y esa capacidad de transformación es algo que puede tener efectos maravillosamente positivos en nuestra sociedad.

Pero la fuerza y el poder utilizados de la forma incorrecta pueden provocar mucho dolor y daños irreparables.

Todos pertenecemos de alguna manera a algún grupo o a otro. Analícenlo por un momento.

Piensen de qué grupos forman parte a día de hoy, y piensen cuál es su papel dentro de esos grupos. ¿Son ustedes líderes? o acaso ¿Son seguidores?

Y ya que estamos haciendo este análisis, pregúntense también si ese grupo les suma y les aporta o solo les genera una cierta soledad acompañada. Piensen en la relación de esos grupos a los que pertenecen con el resto de la sociedad, ¿son positivas o negativas?.

Si la pertenencia a grupos nos hace ir a más como seres humanos o consigue que aportemos algo bueno de nosotros a otros, entonces ¡vivan los grupos!

De lo contrario, deberíamos hacer el esfuerzo de poner por delante la valentía y la autoestima para no estar donde no se hace ningún bien.

Al fin y al cabo la vida son dos días y no merece la pena hacer este viaje en malas compañías.

La soledad de la multitud

Los grupos implican fuerza y poder. Y esa capacidad de transformación es algo que puede tener efectos maravillosamente positivos en nuestra sociedad
Iria Bouzas Álvarez
miércoles, 6 de diciembre de 2017, 08:26 h (CET)
Hace ya muchas décadas que vivimos en una sociedad totalmente masificada. En las grandes ciudades nos hemos acostumbrado tanto que ya nos parece lo normal vivir premanentemente en medio de una multitud. Da igual que sea en un atasco, caminando por el centro o haciendo cola para entrar en algún sitio.

La realidad es que cada vez estamos más rodeados de gente pero también que cada día que pasa estamos más solos.

En las culturas mediterráneas somos convencidos practicantes de la inclusión en el grupo.

Ya desde muy pequeños se nos fomenta la integración en diferentes grupos sociales con el fin de adquirir habilidades personales y relacionarnos con otros seres humanos con los que intercambiar nuestras experiencias vitales.

Pero en esta cultura del grupo, en muchas ocasiones, nos encontramos sin suficientes herramientas cuando fallan los mecanismos de integración.

La individualidad de cualquier ser humano como expresión de las características únicas que lo distinguen del resto, es algo maravilloso. Un patrimonio a proteger si tenemos en cuenta el potencial de la suma de todas las individualidades que existen en el mundo.

El grupo como suma de las diferentes personalidades de todos sus miembros supone un amplificador maravilloso que nos recuerda aquello de que no siempre: “1+1=2”.

Pero el grupo como rodillo homogeneizador que busca la uniformidad de todas las personalidades que lo componen, el grupo como elemento excluyente que señala y maltrata a todos aquellos que no se doblegan ante sus imposiciones se termina por convertir en un generador de violencia, aislamiento y soledad.

La próxima vez que lean una noticia sobre acoso escolar, presten atención. Ya verán como en algún momento se relatará que el acoso viene de un grupo a un individuo.

La próxima noticia que encuentren en la prensa sobre algún ser humano que recibe una paliza por ser considerado diferente (sea esto ser homosexual, extranjero o cualquier otra condición), fíjense en el hecho de que los agresores siempre son varios. Van en grupo.

Cuando les llegue información sobre algún tipo de abuso o atentado contra los derechos humanos, hagan el ejercicio de identificar el grupo que hay detrás. Porque desgraciadamente, siempre hay un grupo.

El grupo no es de por sí un elemento negativo. La familia es un grupo. Los amigos son un grupo. Los compañeros de trabajo, de partido o de luchas reivindicativas, son todos grupos.

Los grupos implican fuerza y poder. Y esa capacidad de transformación es algo que puede tener efectos maravillosamente positivos en nuestra sociedad.

Pero la fuerza y el poder utilizados de la forma incorrecta pueden provocar mucho dolor y daños irreparables.

Todos pertenecemos de alguna manera a algún grupo o a otro. Analícenlo por un momento.

Piensen de qué grupos forman parte a día de hoy, y piensen cuál es su papel dentro de esos grupos. ¿Son ustedes líderes? o acaso ¿Son seguidores?

Y ya que estamos haciendo este análisis, pregúntense también si ese grupo les suma y les aporta o solo les genera una cierta soledad acompañada. Piensen en la relación de esos grupos a los que pertenecen con el resto de la sociedad, ¿son positivas o negativas?.

Si la pertenencia a grupos nos hace ir a más como seres humanos o consigue que aportemos algo bueno de nosotros a otros, entonces ¡vivan los grupos!

De lo contrario, deberíamos hacer el esfuerzo de poner por delante la valentía y la autoestima para no estar donde no se hace ningún bien.

Al fin y al cabo la vida son dos días y no merece la pena hacer este viaje en malas compañías.

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