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El abandono de Dios y de su Hijo Jesucristo ha llevado a perder a María

Descubrir a María

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Josep-Enric Vives, arzobispo de Urgell citando a mosén Cinto Verdaguer da título a su escrito. Princesa de Barcelona, proteged a vuestra ciudad (La Vanguardia 24/09/2017). El título de Princesa que se le otorga a María deja entrever el contenido del escrito. Enaltecimiento desmedido de la madre de Jesús. Del texto extraído de los “Goces” de mosén Cinto Verdaguer, el arzobispo cita: “Por su Reina os corona, la que lo es del Principado. Princesa de Barcelona, proteged a vuestra ciudad”.

En el antiguo Israel debido a la infidelidad de los israelitas a su Dios por haberse emparentado con los pueblos paganos de su entorno por el vínculo matrimonial, los dioses paganos entraron a formar parte de la religión de Israel. De entre sus dioses destaca “Astoret, la abominación de los sidonios” (2 Reyes 23:13). Debido a ello el profeta Jeremías tuvo que decirles: “He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira que no aprovechan” (7:8). Atender a la mentira en un tema tan importante como lo es la religión tiene sus consecuencias negativas. El profeta las describe así: “Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis” (v.9).

Conquistada Jerusalén y demolido el templo símbolo de la presencia de Dios entre su pueblo, por Nabucodonosor rey de Babilonia, un grupo de judíos huye hacia Egipto. Entre ellos, un cierto número lo hacen obligados. Jeremías es uno de ellos. Éste dice a sus opresores que la causa de su agravio se debe al hecho de no haber prestado atención a las palabras de los profetas que les decían que debían arrepentirse y abandonar sus pecados y en concreto la idolatría que el Señor odiaba. La respuesta a las palabras de Jeremías fue: “La palabra que nos has hablado en Nombre del Señor, no la oiremos de ti, sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros, nuestros padres, nuestros reyes, nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que hemos dejado de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramar libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos” (44: 16-18). Y las mujeres decían: “¿Acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones sin consentimiento de nuestros maridos? (v.19). Toda la familia estaba involucrada en la adoración idolátrica a la reina del cielo. Las palabras condenatorias del profeta: “Porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra el Señor y no obedecisteis a la voz del Señor, ni anduvisteis en su ley, ni en sus estatutos, ni en sus testimonios, por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como hasta hoy” (v. 23). Un parecido existe entre la adoración pagano-judía a la reina del cielo con la mariología católica. Estas palabras de Jeremías tienen un alcance que toca la doctrina de la veneración a María. Por ello sería muy conveniente recordar aquello que antepasados en la fe han dicho al respecto:

“La bienaventurada virgen María, habiendo sido concebida por la unión de sus padres, ha contraído el pecado original” (santo Tomás de Aquino)

Santa es María, bienaventurada es María, pero todavía es mejor la Iglesia que la virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro superimportantísimo, al fin i al cabo un miembro de todo el cuerpo, y es más el cuerpo que el miembro. La Cabeza es el Señor, y todo el Cristo es la cabeza y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios por cabeza” (Agustí de Hipona).

“No debe honrarse más de lo que es justo a los santos, sino que debe honrarse al Señor…María no es Dios y no ha recibido su cuerpo del cielo, sino de una concepción de hombre y de mujer. Santo es el cuerpo de María, pero no es Dios, es virgen y digna de mucha honra, pero no ha sido dada en adoración, ya que ella adoró a Aquel que nació de su carne. Se honra a María, pero se adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Que nadie adore a María” (Epifanio siglo IX).

A lo largo de los siglos debido a no obedecer a las palabras proféticas, apostólicas y de Jesús muchas cosas se han añadido a las enseñanzas de la Iglesia que son contrarias a la doctrina bíblica. Para satisfacer el daño cometido un recordatorio que nos da el libro de Proverbios que tiene la finalidad de hacer resaltar la sabiduría divina: “Toda la palabra de Dios es limpia, Él es escudo a los que en Él esperan. No añadas a sus palabras, para que te reprenda, y seas hallado mentiroso” (30. 5,6).

Descubrir a María

El abandono de Dios y de su Hijo Jesucristo ha llevado a perder a María
Octavi Pereña
martes, 5 de diciembre de 2017, 08:12 h (CET)
Josep-Enric Vives, arzobispo de Urgell citando a mosén Cinto Verdaguer da título a su escrito. Princesa de Barcelona, proteged a vuestra ciudad (La Vanguardia 24/09/2017). El título de Princesa que se le otorga a María deja entrever el contenido del escrito. Enaltecimiento desmedido de la madre de Jesús. Del texto extraído de los “Goces” de mosén Cinto Verdaguer, el arzobispo cita: “Por su Reina os corona, la que lo es del Principado. Princesa de Barcelona, proteged a vuestra ciudad”.

En el antiguo Israel debido a la infidelidad de los israelitas a su Dios por haberse emparentado con los pueblos paganos de su entorno por el vínculo matrimonial, los dioses paganos entraron a formar parte de la religión de Israel. De entre sus dioses destaca “Astoret, la abominación de los sidonios” (2 Reyes 23:13). Debido a ello el profeta Jeremías tuvo que decirles: “He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira que no aprovechan” (7:8). Atender a la mentira en un tema tan importante como lo es la religión tiene sus consecuencias negativas. El profeta las describe así: “Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis” (v.9).

Conquistada Jerusalén y demolido el templo símbolo de la presencia de Dios entre su pueblo, por Nabucodonosor rey de Babilonia, un grupo de judíos huye hacia Egipto. Entre ellos, un cierto número lo hacen obligados. Jeremías es uno de ellos. Éste dice a sus opresores que la causa de su agravio se debe al hecho de no haber prestado atención a las palabras de los profetas que les decían que debían arrepentirse y abandonar sus pecados y en concreto la idolatría que el Señor odiaba. La respuesta a las palabras de Jeremías fue: “La palabra que nos has hablado en Nombre del Señor, no la oiremos de ti, sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros, nuestros padres, nuestros reyes, nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que hemos dejado de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramar libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos” (44: 16-18). Y las mujeres decían: “¿Acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones sin consentimiento de nuestros maridos? (v.19). Toda la familia estaba involucrada en la adoración idolátrica a la reina del cielo. Las palabras condenatorias del profeta: “Porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra el Señor y no obedecisteis a la voz del Señor, ni anduvisteis en su ley, ni en sus estatutos, ni en sus testimonios, por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como hasta hoy” (v. 23). Un parecido existe entre la adoración pagano-judía a la reina del cielo con la mariología católica. Estas palabras de Jeremías tienen un alcance que toca la doctrina de la veneración a María. Por ello sería muy conveniente recordar aquello que antepasados en la fe han dicho al respecto:

“La bienaventurada virgen María, habiendo sido concebida por la unión de sus padres, ha contraído el pecado original” (santo Tomás de Aquino)

Santa es María, bienaventurada es María, pero todavía es mejor la Iglesia que la virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro superimportantísimo, al fin i al cabo un miembro de todo el cuerpo, y es más el cuerpo que el miembro. La Cabeza es el Señor, y todo el Cristo es la cabeza y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios por cabeza” (Agustí de Hipona).

“No debe honrarse más de lo que es justo a los santos, sino que debe honrarse al Señor…María no es Dios y no ha recibido su cuerpo del cielo, sino de una concepción de hombre y de mujer. Santo es el cuerpo de María, pero no es Dios, es virgen y digna de mucha honra, pero no ha sido dada en adoración, ya que ella adoró a Aquel que nació de su carne. Se honra a María, pero se adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Que nadie adore a María” (Epifanio siglo IX).

A lo largo de los siglos debido a no obedecer a las palabras proféticas, apostólicas y de Jesús muchas cosas se han añadido a las enseñanzas de la Iglesia que son contrarias a la doctrina bíblica. Para satisfacer el daño cometido un recordatorio que nos da el libro de Proverbios que tiene la finalidad de hacer resaltar la sabiduría divina: “Toda la palabra de Dios es limpia, Él es escudo a los que en Él esperan. No añadas a sus palabras, para que te reprenda, y seas hallado mentiroso” (30. 5,6).

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