Miércoles sobre el que se desliza cuesta abajo la semana, en una de las esquinas del casco antiguo, bajo las luces de uno de los puntos creativos más sorprendentes de la ciudad, el estudio de Fuencisla Francés. Momentos finales de una exposición relevante, importante. 60 artistas comprimidos en píldoras creativas de 20 x 20 cm, recogidos todos en un diminuto habitáculo subterráneo que ochenta años atrás sirvió de punto de encuentro forzoso de personas como usted o yo, o cualquiera que tuviera apego por el día siguiente. Más de 160 obras que adornan las 4 paredes de uno de los refugios supervivientes de la Guerra Civil.
60 artistas que ahora (esta tarde de miércoles) hacen círculo en la nave principal del estudio, brindando homenaje a su anfitriona, a la vez que repasando brevemente sus respectivas virtudes y trayectorias, algunas de muy largo recorrido, muchas de ellas relevantes, otras a la expectativa de romper el cristal que las separa de la notoriedad; todas preñadas de buenos y peores momentos, de transiciones, metamorfosis dolorosas de experimentación, de reflexión y vuelta a empezar, de horas robadas al día que gotea como grifo mal cerrado, del continuo devenir en el que permanece inalterable un sentido creativo de la vida. Artistas del método, geómetras, fusionadores, 60 modos de entender el mundo, convidados en un espacio irrepetible. 60 nombres que no caben en este artículo, 60 intentos magistrales situados 18 escalones de profundidad.
No me importaría copiar 60 veces en cualquier pizarra que tuviera a mano, las ganas que tengo de volver a ver algo así. Bienvenido lo irrepetible cuando nos deja ganas de más.