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Las instituciones del Estado del bienestar están siendo progresivamente eliminadas, desmanteladas o demolidas. Al mismo tiempo, se eliminan también las restricciones que había a las actividades mercantiles y al libre juego del mercado. Las funciones protectoras del Estado se van estrechando, y haciéndose cada vez más selectivas y limitadas.
La incapacidad de un individuo para formar parte del juego del mercado tiende a ser progresivamente perseguida, criminalizada, o reformulada como síntoma de criminalidad potencial. El Estado se lava las manos ante la vulnerabilidad y la incertidumbre de la lógica (o mejor dicho de la ilógica) del libre mercado. Estas nuevas tendencias minan los cimientos en los que el Estado se apoyó progresivamente durante la mayor parte de la era moderna, cuando reivindicaba un papel esencial para combatir la vulnerabilidad y la incertidumbre que acosaban a los ciudadanos.
Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.
Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.
El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".
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